Críticas en la prensa a Don Carlo en el Teatro Real
El Teatro Real abrió ayer su temporada 2019-2020 con la presencia de Felipe VI y Doña Letizia y con una ópera que mucho tiene que ver con ellos, con la corona y con la dinastía regia de nuestro país. Don Carlo, la monumental partitura de Giuseppe Verdi, convirtió el coliseo madrileño en un pequeño monasterio de El Escorial entre cuyos mastodónticos muros se suceden los amores imposibles, traiciones y conflictos familiares.
La Reina (vestido esmoquin blanco, de corte midi de solapa con drapeado, de la firma Lola Li) y Don Felipe ocuparon el Palco Real y sonó la Marcha Granadera, dirigida por Nicola Luisotti, director musical del montaje, en el que David McVicar se encarga de la parte escénica.
Un espectáculo oportuno por varios motivos. En primer lugar, por el debate sobre si lo personal es político, tan activo en nuestros tiempos. En la pieza de Verdi, los personajes (el infante Don Carlo; su padre, Felipe II; la esposa de éste y amor imposible del primero, Elisabetta de Valois), viven en sus carnes el mundo de los sentimientos íntimos y ese otro mundo supuestamente más elevado, el de la razón de Estado. Elisabetta vive atrapada y encerrada en la corte. Su lamento («Se acabaron los días felices de mi corazón») se abrió camino directamente desde el escenario hasta el Palco Real. ¿Sentiría el desgarro Letizia de su antecesora lejana en el trono?
Y ya que la cuestión iba de ancestros, resultó igualmente interesante el cara a cara de Felipe VI frente al otro, el II, en un momento en que igualmente vuelve a hablarse de la Leyenda Negra. Sin imperiofobia ni imperiofilia, el «dueño de medio mundo» (excelente Dmitry Belosselskiy) se presenta aquí como verdugo, pero también víctima: una criatura despótica, pero que al mismo tiempo vive presa de su poder y del poder de la Inquisición.
Meritxel Batet, José Guirao, Nadia Calviño, José Luis Martínez-Almeida, Isabel Díaz Ayuso, Inés Arrimadas o Íñigo Méndez de Vigo, entre otros, acudieron a la representación. Dario Prieto
ABC 20/09/2019
…«Don Carlo» ha llegado al Teatro Real en la versión de Módena, en cinco actos y en italiano, más coherente en el argumento que las demás. Significa que en ella el tiempo va apelmazándose hacia lo oscuro. Poco a poco. Desde el acto de Fontainebleau en el que Elisabetta y Don Carlo revientan de amor hasta que finalmente Carlos V arrastra a su nieto al sepulcro. McVicar lo cuenta sin apenas intervenir en la cuestión, más allá de la sensación que deja la visión de un escenario único cuya amplia, monumental y fría escalera coloca la obra en un lugar de evidente congestión. Es una solución aseada ante una obra cuya multiplicidad de conflictos ….
….El Teatro Real ha organizado catorce representaciones de «Don Carlo», incluyendo tres repartos distintos y cuatro protagonistas, obligado, en este caso, por la ausencia justificada de Francesco Meli por enfermedad. …./…. al frente de la dirección está Nicola Luisotti, cuyo prestigio verdiano se consolida desde una interpretación que fue demasiado obvia, de sonoridad evidente, convencional, inmediata, falta de encanto y de mordacidad, siempre fluctuante en una gama dinámica alta y cuya mejor contraprestación se obtuvo en los momentos de efusión orquestal. Debería considerarse la diferencia entre lo que se escuchó y lo que podría sonar en los próximos días cuando se penetre en un mayor sicologismo, en tanto la función de estreno fue un acto en el que afloraron muchos nervios y varios desajustes que alcanzaron al coro titular. Resistió la presión con mayor autoridad Dmitry Belosselskiy apoyado en una presencia muy notable. Escaso todavía en la escena «Ella giammai m’amo», el encuentro entre Felipe II y el Gran Inquisidor dejó un regusto de cortedad, también porque en Mika Kares vence la altura física a la penetración del carácter.
Si alguien sufrió especialmente la presión del día fue el protagonista, Marcelo Puente. Su muy personal color vocal, sostenido en un saludable vibrato, se hizo más patente a partir del duetto del segundo acto, «Io vengo a domandar grazia». Luego apareció la solvencia y la adecuación, hasta llegar en buena posición al encuentro final con Rodrigo. Aquí, Luca Salsi se resintió del esfuerzo y su aria «O Carlo, ascolta» puso de manifiesto inestabilidad vocal, una voz grande y con coraje, pero de línea poco depurada hasta el punto de que «Io morrò» penetró en un «parlato» fingido en exceso. Con coraje, acerada y algo hueca en el grave, Maria Agresta hacía su presentación en el papel de Elisabetta. La escena «Tu che la vanità conosce» fue el punto culminante de su actuación. Cantó luego con mayor incisión en el inmediato duetto con Carlo «Ma lassù ci vedremo», emitiendo sustanciosas medias voces. Aún Ekaterina Semenchuk, acostumbrada al papel de la princesa de Éboli defendido en grandes escenarios, elevó su interpretación desde lo rústico en la «canzone del velo», pasando a la fogosidad en el terceto con Carlos y Rodrigo, y concluyendo con apuntes introspectivos en su aria «O don fatale»…. Alberto González Lapuente
Dmitry Belosselskiy y Luca Salsi
LA RAZÓN 19/09/2019
“Don Carlo”: Radiografía verdiana del poder
Si hay óperas difíciles de programar con éxito, una de ellas es «Don Carlo» Son muchos los factores que se requieren para una buena representación. El mismo Verdi revisó su partitura casi media docena de veces y Verdi ya había logrado su madurez creativa. De hecho sólo le quedaban tres óperas por estrenar «Aida», «Otello» y «Falstaff», pero «Don Carlo» se le resistió. Se le acusó de wagneranismo e incluso de meyerbearismo, más que nada por la longitud de la partitura.
Los teatros la «escondieron» por algo durante años y prácticamente sólo desde el cincuentenario del compositor «resucitó». Se precisan cinco grandes voces: bajo, soprano, barítono, mezzo y tenor. Dejo a éste expresamente en último lugar porque hay pocos papeles de tenor más desagradecidos, sin un aria de real eficacia. No es extraño que algunos no hayan querido abordar el papel. «Mucho cantar y sin posible recompensa», opinaba Mario del Monaco. Se precisa una amplia orquesta, coros, figurantes… presupuesto. Y, obviamente, un director de escena que «entienda» una obra que no tiene nada que ver con la historia, pero que tampoco se puede apartar de ella. Algunos, como Wernike en Salzburgo o Warlikowski recientemente en París, se han estrellado. Otros, como Konwitschny, arriesgaron saltándose todas las convenciones y lograron crear algo con interés y mucha polémica. El retrato psicológico de los personajes es fundamental, con sus esferas privadas y públicas, sus relaciones afectivas y políticas, con sus sentimientos y valores: amor, celos, envidias, dignidades…. Toda su amplísima vida interior y, sobre todo ello, las dos grandes esferas de poder, el político y el eclesiástico. Mucho tomate.
Tampoco es una obra fácil para criticar, sobre todo cuando termina a medianoche y los diarios quieren tener una opinión docta en media hora. Y más difícil aún para quien estuviese en el «Don Carlo» de Abbado en La Scala, el de Karajan en Salzburgo, los de Caballé en el Liceo o la Zarzuela con repartos inigualables hoy –Chistof, Bumbry, Aragall, etc-, o el citado de Konwitschny en el Liceo, con procesión por las Ramblas incluida.
Curioso que éste presentase un Auto de Fe a lo grande, con la entrada de los reyes desde las Ramblas. Espectacular. Y que McVicar en cambio esconda al pueblo en esa escena, en un acto pensado para el pueblo en su momento histórico. El pueblo lo recupera al final del cuadro de la prisión. Por cierto, sin el «Lacrimosa». Elegante la solución final de la cruz en llamas para simular la quema de los herejes. Curioso que el infante sea asesinado por la guardia de su padre y muera sobre la tumba del abuelo. Mucho podría escribirse analizando cómo plantea McVicar las relaciones psicológicas de los personajes, pero haría falta todo este periódico. Quedémonos con las características más generales: la recuperación del acto en Fontainebleau, un espacio monumental, lleno de pilares de ladrillo blancuzco, un útil muro al fondo, más ladrillos para simular mobiliario -que no sirven para la hoguera de Fontainebleau – un vestuario único fiel a una época de la que no intenta evadirse. No es lo mejor en su carrera ni tampoco alcanza la calidad de «Gloriana» en el propio Real, pero lleva correctamente la trama. Desde luego más interés que la anterior producción de Hugo de Ana de 2005, aunque entonces el reparto fuese quizá superior.
Fue una pena la caída de cartel de Francesco Meli. Marcelo Puente, que abordó Pinkerton en la «Butterfly» de El Escorial, lució timbre grato, de línea canora algo irregular y estrecho arriba, con un lapsus en su arrebato del Auto de Fe, quizá por buscar mayor expresividad que en aquel Puccini. París le eligiese para sustituir a Kaufmann en el papel. Maria Agresta es siempre una soprano que resuelve, como lo hizo en la más problemática «Norma» en este teatro y Elisabetta le va bien a su voz, aunque hubiera sido deseable una mayor gravedad en ciertos momentos, como en su aria final. Ekaterina Semenchuk, a quien vimos como Azucena el «El trovador», es de las mejores mezzos de la actualidad. Matizó bien la dinámica de las coloraturas en la canción del velo y rotunda en el «O don fatale». Dmitri Beloshelsky vuelve tras ser el Conde Walter en la reciente «Luisa Miller». Voz importante y una sorpresa muy positiva en la personalidad canora y teatral que requiere Felipe II. Irreprochable su gran aria. Correcto el Gran Inquisidor de Mika Kares, quien cantó el mismo papel en ABAO, aunque falta contraste entre ambos bajos. Nada que objetar a Luca Salsi, uno de los barítonos más apreciados y un Posa de referencia hoy día. Alto nivel en su muerte y en su dúo con el rey, con un acompañamiento orquestal remarcable. Impresionantes los acordes tras « horrenda pace».
Nicola Luisitti demostró una vez más su dominio de este repertorio, matizando y aportando tensión. Quizá con volumen excesivo en ocasiones e innecesariamente, como en el inicio de la escena del jardín. Orquesta y coro empezando a muy buen nivel la temporada. En el palco real otros reyes junto a la presidenta de las Cortes, la Comunidad de Madrid y el alcalde. Dos Reyes sufriendo, uno en el escenario y otro en un palco. La queja de FELIPE II A Posa bien podría haber sido la de nuestro emérito a un íntimo.
Finalmente, sobraron ladrillos pero no es un ladrillazo, sino que mantiene un nivel razonablemente bueno. Otra cosa es si el Teatro Real hace bien en inaugurar temporada con un producción de hace más de diez años no especialmente brillante de un título del que posee una producción propia. Gonzalo Alonso
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