Críticas en la prensa a La Calisto en el Teatro Real
LA CALISTO
Como es habitual, recogemos aquí las críticas publicadas en los periódicos nacionales respecto al reciente estreno en el Teatro Real de La Calisto. Destaca la mención, común en todos los comentarios, a la programación cada vez más frecuente de óperas barrocas, que amplían su repertorio saliéndose de Monteverdi y Händel. Esperando que el éxito de esta obra sea un reclamo para nuevas obras barrocas en los teatros, la crítica subraya el acierto de esta producción y sus cantantes. Intachable igualmente la dirección de Ivor Bolton al frente del Monteverdi Continuo Ensemble y la Orquesta Barroca de Sevilla.
Música de Francesco Cavalli. Louise Alder, Tim Mead, Karina Gauvin, Monica Bacelli, Guy de Mey, Luca Tittoto y Dominique Visse, entre otros. Monteverdi Continuo Ensemble y Orquesta Barroca de Sevilla. Dirección musical: Ivor Bolton. Dirección de escena: David Alden.
Teatro Real, hasta el 26 de marzo.
La ópera barroca ha venido para quedarse. Lo que antaño tenía visos de rareza, extravagancia o concesión casi exótica al historicismo se ha vuelto, por fortuna, cada vez más moneda corriente y pocos grandes teatros se arriesgan a programar una temporada sin incluir uno o dos títulos barrocos. La nómina de compositores va ampliándose también poco a poco: hay vida más allá de Claudio Monteverdi o George Frideric Handel. El último gran invitado en unirse a esta fiesta llena de sorpresas y deslumbramientos ha sido Francesco Cavalli.
…Pero la creatividad de Alden y sus colaboradores consigue que su Empíreo, poblado de parejas de personajes que entran y salen de escena con precisión, interactuando consonante o disonantemente, refleje con fidelidad el devenir de un argumento rebosante de originalidad y que culmina incluso sin un lieto fine, una conclusión sorprendente que el estadounidense decide ensombrecer aún más.
…En lo más alto debe situarse a Tim Mead y Monica Bacelli, viejos conocidos del Real. El primero dejó una sensación inmejorable en Written on skin de George Benjamin y ahora ha subido incluso varios enteros con respecto a entonces con un Endimione física y vocalmente ideal: resulta difícil imaginar una encarnación más convincente o una interpretación mejor de la soberbia música que confía Cavalli al personaje. Monica Bacelli fue hace tres años un sensacional Sesto en La clemenza di Tito y aquí compone una Diana riquísima en matices, a pesar de que Alden decide revestir de vis cómica a la diosa y le obliga a sobreactuar en consecuencia. Pese a ello, la italiana hace de la necesidad virtud y llena el personaje de entidad, ambigüedad y sutiles dobleces psicológicos.
Karina Gauvin y Louise Alder mostraron carencias similares, si bien mucho más acentuadas en la primera, que ya fue una Alcina inexpresiva y en exceso anodina en la Alcina de Handel dirigida por el propio David Alden en el Teatro Real (y una Vitellia en esa misma línea en la citada Clemenza di Tito). Con mejor voz –por timbre, por frescura, por volumen y por afinidad con el estilo barroco–, Alder ofreció, sin embargo, una Calisto demasiado plana, sin profundidad, tímida a la hora de adentrarse en los extremos emocionales de su personaje (“Piacere maggiore”, como un caso paradigmático, debería transmitir mejor el frenesí de su primera experiencia heterosexual, aunque ella la tiene por homosexual). Pero era la principal novedad de un reparto ya muy familiarizado con la ópera, por lo que cabe augurar una asunción más personal y menos rígida de la ninfa con el paso de las representaciones, porque condiciones vocales no le faltan.
Luca Tittoto y Nikolay Borchev como Júpiter y Mercurio (un Wotan y un Loge avant la lettre) formaron una pareja maquinadora y siempre creíble, mientras que Ed Lyon (Pan) y Andrea Mastroni (Silvano) llenaron también de prestancia vocal y actoral a sus dos personajes zoomórficos. Dominique Visse derrocha su histrionismo habitual en un personaje (un sátiro, mitad hombre, mitad cabra) que se presta a ello, pero su voz se ha vuelto con los años aún más nasal y estridente. Y Guy de Mey salva con nota su difícil encarnación del personaje de Linfea, a pesar de la muy discutible decisión de Alden de subvertir el personaje como un tenor travestido que representa lo que parece ser una virgen ajada, solterona y tan sedienta o más que Calisto.
Todo lo que llegó del foso fue interesante y atractivo, porque Ivor Bolton deja todo el protagonismo en manos de una amplia sección de continuo, que no cesa de llegar metamorfoseada a nuestros oídos gracias a la utilización de múltiples combinaciones instrumentales, más o menos densas, reservando la condición de primus inter pares en momentos propicios para ello a órgano, lirone o arpa, y a la fantasía que despliegan clavecinistas (incluido el propio Bolton) y chitarronistas cuando llenan de vida y armonía la solitaria pero genial línea de continuo ideada por Cavalli. Un reducido grupo de músicos de la Orquesta Barroca de Sevilla (menores en número que los que integran la sección del continuo), algunos instrumentistas invitados (cornetistas, flautistas de pico y un percusionista la mayoría de las veces innecesario) y dos trompetistas barrocos de la Orquesta Titular del Teatro Real completan las bazas que Bolton manejó con enorme solvencia, excelente criterio e infalible musicalidad durante la interpretación de la ópera que quizás ha dirigido en más ocasiones. Se nota su sintonía con la partitura y los entresijos de La Calisto se entienden a la perfección no sólo por la magnífica traslación visual de Alden, sino también por la sabia y atenta traducción musical del director británico, que pisa aquí uno de sus territorios más queridos.
Muchos saldrán de La Calisto preguntándose por qué han vivido un primer encuentro tan tardío con este operista de raza, una figura crucial en la democratización del género en aquella Venecia efervescente, mundana y divina, teatral y eclesiástica, situada “tra l’acqua salata e l’acqua benedetta”, una dualidad que cobra más sentido que nunca en esta ópera de personajes sedientos. Pero no debemos conformarnos con lo que es sin duda una extraordinaria primicia: casi una treintena de óperas de Cavalli nos esperan. Terra incognita que explorar, admirar y disfrutar. Luis Gago
Calisto en la casa de fieras
A punto están de cumplirse los cincuenta años de la reposición moderna de «La Calisto», ópera de Giovanni Faustini y Francesco Cavalli, considerada piedra angular en los prolegómenos históricos del género…/…La actual «Calisto» se asegura la fidelidad de fondo gracias a la moderna edición musical firmada por Álvaro Torrente en 2011, cuya introducción es un meticuloso y admirable relato acerca de las singularidades de la obra y sus fuentes. Gracias a este texto, hoy «La Calisto», su fórmula, es más exacta, según término de Italo Calvino incluido en sus propuestas para el milenio, pero quizá no sea tan intensa: más leve, por ahondar en las profecías del escritor.
Con independencia del colorista añadido de algunos vientos, lo que se escucha en el Real parte de una calidad instrumental correcta, al margen de la circunstancial falta de exactitud de la percusión en el estreno de ayer.
El total es amable, educado, complaciente, especialmente cariñoso cuando apoya a Tim Mead que otorga a Endimione un tierna humanidad. Notable ante su «Cor mio, che vuoi tu?». Junto a Monica Bacelli, Diana, dibujan buenos momentos. Ed Lyon, como Pane, proyecta con autoridad; demuestra categoría en el gesto Guy de Mey, y, en este primer reparto también con presencia de voces veteranas, representa un punto de mordaz lascivia la actuación de Dominique Visse. Louise Alder hace crecer a la protagonista, el personaje más caracterizado en sus ánimos, desde lo insustancial a la solidez de cierre. Bien afirmado Andrea Mastroni como Silvano y más toscos Nikolay Borchev y, sobre todo, Luca Tittolo, el dios Júpiter. Alberto González Lapuente
LA RAZÓN 19/03/2019
Sicodelia con recado
Ya era hora de que el Teatro Real hiciese parada en el periodo de interregno entre Monteverdi y Händel, al menos en lo que a ópera italiana se refiere (Purcell e Hidalgo entrarían en otra terna). El afortunado ha sido Francesco Cavalli, elección pertinente por su relevancia en la estabilización de un modelo operístico que hasta entonces era más una sucesión de vocaciones efímeras que una opción creativa real. La Calisto tiene todos los elementos para que funcione en un teatro de hoy día, con un libreto radicalmente moderno, un trabajo minucioso en el dibujo de personajes y una percepción de la carnalidad teñida de aromas venecianos.
David Alden opta en su cuarta colaboración con el Real por plantear un universo de colores extremos y seres pseudomíticos. No es nada nuevo, estamos acostumbrados a montajes de óperas barrocas en los que el director de escena tiende a creer que ha de compensar la (falsa) ausencia de acción con una sobrepoblación escénica que puede llegar al paroxismo (piénsese en la locura de Jürgen Flimm hace unos años en Il trionfo del Tempo e del Disinganno). Pero aquí Alden acierta en buena medida gracias a la bipolaridad de sus caracteres, tan profundos como superficiales, y toma un cierto sentido de la sicodelia para crear un universo visual que se mueve a medio camino entre La parada de los monstruos y el Almodóvar lisérgico de principios de los ochenta. Funciona bien en muchos momentos porque los personajes a los que da cabida son en sí mismos caricaturas de estereotipos, y todas las relaciones establecidas nada más que reflejos de amores disfuncionales. En el escenario se suceden seres maravillosos (las secuaces del ultramundo en forma de pavos reales) o estéticas irreverentes con igual peso, retratando a unos dioses que perdieron su rol ejemplificador hace mucho y unos humanos víctimas del infantilismo de los primeros.
Con todo la música de Cavalli es la verdadera protagonista y lo mejor de la producción. No podemos hablar de descubrimiento a estas alturas porque ya reflotó la imponente partitura Jacobs hace unos años (o incluso Leppard, a su forma, bastante antes), pero la feliz confluencia del Monteverdi Continuo Ensemble y la Orquesta Barroca de Sevilla ha acabado en una revisión de la ópera rica, matizada en la caracterización y entusiasta. Faltó, si cabe, un punto de imaginación en algunos recitativos que tenían espacio para mayor inventiva. Fantástica Heumann en su aportación con la viola da gamba. Ivor Bolton demostró una vez más versatilidad y conocimiento en los lugares donde Cavalli profundiza en su retrato de la humanidad como un conjunto de disfraces dispersos. El reparto tuvo altibajos, aunque sin grandes disgustos. Dominique Visse lleva años lejos de la plenitud vocal, pero su inteligencia actoral está fuera de toda duda y su voz se ajustó de maravilla a sus histriónicos roles. El buen Pane de Ed Lyon y algunos momentos brillantes por parte de la Calisto de Louise Alder (como su aria de presentación) fueron lo mejor de la noche. Menos adecuada Karina Gauvin, con un vibrato excesivo totalmente fuera de estilo, y algo afectado el Endimione de Tim Mead, por mucho que cuadre con su personaje.
Ojalá la gran acogida por parte del público anime al Real a profundizar en este repertorio lleno de jardines secretos y que reflexiona desde la tragicomedia de todo lo bello y todo lo triste. Mario Muñoz Carrasco
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