Críticas en la prensa: Arabella en el Teatro Real
ARABELLA (R. STRAUSS)
El estreno de Arabella en el Teatro Real, que subió a escena la noche del 24 de enero el último título de Strauss/ von Hofmannsthal, ha sido cálidamente recibido por la crítica. Unánime es también el aplauso al reparto, al director y a la orquesta y el regusto agridulce por la propuesta escénica de Christof Loy.
Respecto a lo primero, las opiniones que se recogen a continuación coinciden en la buena interpretación de la soprano Sara Jakubiak como Arabella y la de Josef Wagner como Mandryka. También David Afkham destaca por su lectura, en plena sintonía con la Orquesta del Teatro Real.
En cuanto a la producción, la comparación con Capriccio parece inevitable. El montaje de Loy fue calificado entonces como “uno de los mejores espectáculos del teatro en los últimos tiempos”. Ahora, las expectativas quedan algo frustradas. Como expone Arturo Reverter, el concepto de Loy “No es mala idea, aunque no todo casa en la propuesta”.
Reparto: Sara Jakubiak, Sarah Defrise, Martin Winkler, Anne Sofie von Otter, Josef Wagner, Matthew Newlin, Dean Power, Elena Sancho Pereg… Director musical: David Afkham. Dirección de escena: Christof Loy. Producción de la Ópera de Frankfurt retocada. Teatro Real, Madrid, 24 de enero de 2023.
EL PAÍS 25/01/2023
‘Arabella’, ¿90 años de espera han merecido la pena?
[…] La producción que presenta el Teatro Real tiene como puntos claves un equipo artístico fuertemente compenetrado. Los protagonistas, la soprano americana Sara Jakubiak (Arabella), y el barítono austriaco Josef Wagner (Mandrika) tienen un nivel de excelencia muy notable. Pero el resto del reparto no anda a la zaga, destacaría a la Zdenka de la soprano Sarah Defrise, la Condesa Adelaide, la madre de Arabella, que borda la adorable y veterana mezzo Anne Sofie von Otter, y el Matteo, principal tenor de la ópera, de Matthew Newlin. La dirección musical es lúcida y el alemán David Afkham, afincado en Madrid como titular de la Orquesta y Coro Nacionales de España (OCNE), se recrea en un repertorio que ama y domina y transmite a la Orquesta del Real el pulso justo para convertir las tres horas de música en un festival straussiano. En resumen, la parte musical de la producción es la parte fuerte.
Queda el lado teatral. Esperaba más de Christof Loy. Su apuesta por un montaje casi de garaje tiene, no lo dudo, momentos luminosos, pero en otros la historia pierde dimensiones importantes. […] En primer lugar, el contexto vienés de mediados del siglo XIX es algo más que decoración, es un personaje, interviene en la configuración de las emociones y las constricciones sociales sin las que el asunto se debilita. […] En suma, una producción escénica que incorpora saludables puntos de vista más actuales que los de antaño, pero que no tienen en cuenta que Arabella no se ha visto nunca en Madrid, y que bautizarse con esta versión altamente desnatada amputa altos grados de sentimientos, tan íntimamente entrelazados con una peripecia de relojería suiza, como lo es siempre la dramaturgia de Hofmannsthal. Jorge Fernández Guerra
ABC 25/01/2023
Arabella, por fin en Madrid
Noche de estreno en el Teatro Real. […] ¡El estreno de Arabella en Madrid después de 90 años!
Comienza la ópera: Adelaide, la madre de Arabella, consulta a la pitonisa. Es nada menos que Anne Sofie Von Otter. Siempre ha tenido un gran sentido del humor en escena, aunque su voz, claro está, ya no es lo que fue. Sarah Defrise, Zdenka, la hermana vestida de chico, y uno de los personajes más conmovedores e interesantes de la ópera, tiene una voz muy fina, muy ligera, profundamente lírica en el registro agudo, que se funde maravillosamente con la de su hermana en el célebre dúo. Pero la música se abre entonces, algo parece remansarse en la luz del aire, suena el oboe que asociamos con la protagonista y aparece Arabella, Sara Jakubiak. La vemos y pensamos que es la Arabella perfecta. Pero cuando comienza a cantar parece todavía más, la Arabella definitiva. Es la suya una voz llena de colores y metales preciosos, voz de ave del paraíso. Es la primera vez que canta esta ópera y se ha apoderado de ella como si fuera el papel de su vida. Colores y metales preciosos de la soprano dramática que será, quizá, algún día, cuando la oigamos cantar Isolde. Mandryka también está muy bien, porque este es un reparto de oro, uno más a los que nos está malacostumbrando el Real (¿vieron La sonnambula?), pero no tiene tantos matices. Matteo, un resplandeciente Matthew Newlin, uno de los raros tenores verdaderamente líricos de Strauss. Martin Winkler un bajo poderoso y un gran actor cómico. Espectacular Elena Sancho Pereg en el papel de Fiakermilli, soprano coloratura. Lástima que Strauss pusiera aquí mucha coloratura pero poca sustancia.
Sí, no cabe duda de que esta es una gran noche. ¿Qué decir de David Afkham y la maravillosa respuesta que obtiene de la orquesta titular del Real? Todos los embrujos orquestales de Strauss surgen del foso con una iridiscencia casi difícil de creer. Arabella tiene una apariencia ligera y melodiosa, casi de opereta, pero esta es una partitura muy difícil que requiere un virtuosismo absoluto tanto de instrumentistas como de cantantes.
Hay algo diferente en las óperas de Strauss: son experiencias estéticas complejas, adultas, inteligentes, emocionantes. La dirección de escena Christof Loy, que ya nos maravilló con Capriccio hace tres temporadas, es perfecta. Zdenka sale de la habitación donde acaba de entregarse, en la oscuridad, al hombre que ama. ¿Cómo está? ¿Feliz, avergonzada, dolorida? Es raro ver en la ópera momentos tan íntimos, tan verdaderos. Arabella describe con realismo, casi con crueldad, lo difícil que resulta ser una mujer en Viena en 1860. Quizá en todos los lugares y en todas las épocas. Andrés Ibáñez
LA RAZÓN
Una Arabella conflictiva
Estamos, sin duda, ante un importante acontecimiento: el estreno en Madrid de la sexta y última ópera de Richard Strauss sobre libreto de Hugo von Hofmannsthal, estrenada en Dresde el 1 de julio de 1933. Hablaremos primero de la parte musical. La protagonista ha sido la soprano norteamericana de ascendencia alemana y polaca Sara Jakubiak. Voz anchamente lírica, robusta, firme y sólida, sonora, penetrante y amplia, homogénea y extensa manejada con sapiencia y técnica muy acabada. El timbre es muy agradable y perfumado. Cantó sin problemas de forma muy natural y fraseo, quizá no del todo exquisito, bien cincelado.
Supo llevar a flor de labios esos maravillosos temas croatas de los que se sirve Strauss con frecuencia, denotadores las más de las veces de la procedencia geográfica del rico y rudo pretendiente Mandryka, cantado aquí por el bajo barítono Josef Wagner, oscuro, de cuidada dicción. Pero tiene problemas en la zona alta, donde el sonido se estrecha y pierde anchura y redondez, con lo que la emisión se hace bastante fatigosa. Zdenka fue la belga Sarah Defrise, de figura menuda y voz de lírico ligera sin especiales brillos, que cantó con línea y se esmeró especialmente en la escena final. Rotundo, rocoso, algo tosco, Martin Winkler como Conde Waldmer y en su papel, con voz que aún conserva restos de su época dorada de mezzo lírica cimera, Anne Sofie von Otter. Interesante el Matteo del tenor Matthew Newlin, de emisión franca y fácil y extensión adecuada. Aunque el papel requiere una voz más poblada y espesa. Fácil la coloratura y el sobreagudo de Sancho Pereg, como luminosa Fiakermili. El resto de reparto cumplió sin especiales dificultades.
Gracias entre otras cosas a la bien orientada dirección y al mando elástico pero atento en el foso de David Afkham. Esta ópera vienesa –en la estela de El caballero de la rosa– posee una fragancia muy especial y aparece organizada con un lenguaje vocal y orquestal muy minucioso, en el que se dan cita tanto la dulce cantilena como el “parlato”, que circulan sobre un tejido instrumental exquisito, un entramado de enorme dificultad de encaje y por tanto de reproducción. En general todo funcionó. Afkham pareció entenderse bien aquí con la Sinfónica del Real, con la que acentuó de manera limpia e intencionada a falta, a veces, de una mayor atención al detalle y de una transparencia más apreciable. Pero tuvo siempre bien atadas las riendas, sobre todo en el decisivo tercer acto, en el que alcanzó algunos instantes de mucha y teatral tensión; gracias también al excelente comportamiento de la Orquesta.
Loy sitúa la acción, fijada en 1866, en un momento indeterminado del siglo XX, quizá en los años treinta, con el mundo literario de Arthur Schnitzler como posible referencia. No es mala idea, aunque no todo casa en esa propuesta. Las costumbres, el mundo decadente del siglo XIX no son siempre transferibles a épocas futuras; aunque el regista nos dice, en confesión propia, que, después de todo, él “sitúa la acción en su época”. No cabe dudar de su habilidad. Aquí, como en otras muchas ocasiones, elimina todo lo que no es necesario y van contando la historia, que nace y acaba en un rectángulo blanco, una especie de caja cuyas paredes se deslizan, en parte o en todo, dejando ver fragmentos, reductos orientativos: habitaciones, lavabos, pasillos, ventanas, escaleras…
Lo mejor del montaje se sitúa en el tercer acto, donde las pasiones, tensiones, equívocos alcanzan su cénit. El movimiento de los personajes, el dibujo de sus relaciones, el estallido del conflicto Arabella-Mandryka a causa de la actuación de Zdenka está expresado con gran talento teatral, que recurre incluso –gran idea- a crear un inesperado silencio de muchos segundos, en los que todo se detiene. Aclaradas las cosas, Arabella y Mandryka se unen de nuevo; aunque ya nada será igual de maravilloso y fácil. Han de caminar, como dice con excelente visión Joan Matabosch, hacia un futuro incierto en un final feliz. Pero, en contra de lo que expresa el director artístico del Real, ese final no es triste, sino venturoso: han sufrido y ello los hará más responsables. Loy duda de ello y hace que la pareja se sumerja en la negrura. Arturo Reverter
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