Críticas en la prensa a ‘El abrecartas’ en el Teatro Real
EL ABRECARTAS (L. DE PABLO)
Crónica y crítica se funden en la respuesta de los expertos en los diarios nacionales tras el estreno póstumo de la ópera ‘El abrecartas’ de Luis de Pablo en el Teatro Real. Basada en el libro homónimo de Vicente Molina Foix, el trabajo musical de Luis de Pablo se presenta como la ópera más cercana del compositor: en lo estilístico, por la fluidez de su escritura; por la temática, que recurre a relevantes figuras de la literatura española – Lorca, Aleixandre, Miguel Hernández – y personajes inventados -Rafael, Alfonso, Manuela – para hacer un retrato de la mitad del siglo XX español; y por el tiempo, siendo la última ópera de Luis de Pablo que, fallecido el pasado octubre, no pudo ver en escena.
Las valoraciones respecto a la labor del maestro Fabián Panisello son unánimes: el conocimiento pleno y minucioso de la partitura – y la obra – de Luis de Pablo quedó patente en una lectura “brillante y equilibrada” (Alberto González Lapuente), con la que “se ha estrenado en todos los aspectos con todas las garantías” (Tomás Marco). Mismo esmero transmitió el reparto, compuesto por reconocidos cantantes nacionales que encajaron adecuadamente con las exigencias de la partitura.
Texto: Vicente Molina Foix. Reparto: Airam Hernández (Federico García Lorca), Borja Quiza (Vicente Aleixandre), José Antonio López (Miguel Hernández), José Manuel Montero (Rafael), Mikeldi Atxalandabaso (Alfonso), Jorge Rodríguez-Norton (Andrés Acero), Ana Ibarra (Salvador/Setefilla), Vicenç Esteve (Ramiro), Gabriel Díaz (comisario), David Sánchez (Eugenio d’Ors), Laura Vila (sombra), Pequeños Cantores de la JORCAM, Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Dirección musical: Fabián Panisello. Director de escena: Xavier Albertí. 16 de febrero de 2022. Teatro Real
EL MUNDO 17/02/2022
El Teatro Real estrena ‘El abrecartas’, la ópera póstuma de Luis de Pablo
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- García Lorca, Aleixandre y Miguel Hernández son los protagonistas de la última ópera del compositor vasco
Luis de Pablo (1930-2021) es uno de los grandes protagonistas de la vanguardia musical española y se ha ido antes de poder ver el estreno de su última ópera ahora estrenada en el Real: El abrecartas. La obra cumple un ciclo de creaciones operísticas que se abrió en 1982 con Kiu, quizá la más difundida, pero que tiene dos títulos importantes con el escritor Vicente Molina Foix: El viajero indiscreto (1990) y La madre invita a comer (1992) y es al mismo libretista a quien pide la última, terminada en 2015, sobre su propia novela muy ampliamente adaptada. Un texto complejo, sobre medio siglo de historia convulsa de España y presencia de poetas históricos como García Lorca, Aleixandre o Miguel Hernández , entre otros personajes reales o de ficción, que el escritor ha convertido en un libreto, cosa que era muy compleja. No es una obra tanto de acción como conceptual en su prólogo y seis escenas.
La música de Luis de Pablo conserva toda la novedad y toda la fuerza creativa que le distinguió a lo largo de su carrera, pero además incorpora algo muy eficaz en sus últimas obras como es un sentido lírico de corte especial que se adapta muy adecuadamente a la música de escena y que está presente ya en obras notables como la Cantata femenina Anna Swir. En ese sentido la música es más fluida y más cercana que la de las otras dos óperas con Molina Foix, quizá en la órbita de La señorita Cristina, también estrenada en el Real, pero más pulida y operística. El abrecartas es así una ópera notable y las erizadas dificultades de su escritura se dulcifican en la interpretación vocal. El conjunto es de música hermosa, grande y magistralmente orquestada aunque acabe sutilmente con un maravilloso dúo sin acompañamiento sobre un poema de Aleixandre.
La obra está escénicamente dirigida, aunando tiempos y situaciones, por Xavier Albertí con escenografía de Max Glaenzel y vestuario de Silvia Delagnau. Vocalmente tiene un elenco muy adecuado en el que sobresalen Airam Hernández, Borja Quiza , José Antonio López y David Sánchez ,aunque el resto es igualmente notable. Por el lado femenino, más escaso, sobresalen Ana Ibarra y Magdalena Aizpurua. Destacan los Pequeños cantores de la JORCAM dirigidos por Ana González, el Coro titular del teatro que prepara óptimamente Andrés Máspero y el buen hacer de la Orquesta Sinfónica de Madrid. Al frente de todo ello, Fabián Panisello que asume una tarea compleja y difícil con conocimiento y brillantez de manera que la obra se ha estrenado en todos los aspectos con todas las garantías. Ópera con música de gran categoría que culmina la labor en este terreno de Luis de Pablo y suma un título importante al repertorio español. Y señalemos que fue acogida con rotundo éxito. Tomás Marco
ABC 17/02/2022
‘El abrecartas’, el viaje supremo de Luis de Pablo
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- El Teatro Real representa la ópera más cercana al compositor recientemente fallecido, aquella en la que se vuelcan las angustias, las presiones y esperanzas de una generación que fue capaz de reinventar un país por entonces repugnantemente gris
Apenas cuarenta años separan los estrenos de ‘Kiu’ y de ‘El abrecartas‘, primera y sexta ópera compuestas por Luis de Pablo. La primera audición de ‘El abrecartas‘, que anoche se produjo en el Teatro Real llega en un contexto muy diferente en el que la ilusión por hace […] ha derivado en el pasotismo.
Al comentario, ya clásico, de «hoy todos los que cantan son españoles» (que ayer se volvió a escuchar), hay que unir la rápida huida desde la platea de los aficionados al gorgorito apenas cayó el telón. Aún así, ‘El abrecartas‘ suma muchas cosas. La inmediata es el homenaje a Luis de Pablo […] que fue mucho más que un compositor y quien quiera saberlo aprenderá que su omnímoda obra musical también define lo mejor de nosotros mismos como ciudadanos españoles.
‘El abrecartas‘ es, en este sentido, la ópera más cercana de Luis de Pablo, aquella en la que se vuelcan las angustias, las presiones y esperanzas de una generación que fue capaz de reinventar un país por entonces repugnantemente gris. Es fácil entender el entusiasmo del compositor tras la lectura de la novela homónima de Vicente Molina Foix, y los miedos de este frente a la dificultad de convertir el libro en libreto. Quizá el resultado no es redondo, inevitablemente volcado al estatismo de la ideas (al desarrollo de la epístola) frente al diálogo: Lorca, Aleixandre, Miguel Hernández… son voces que remueven la conciencia. Aunque la presentación tiene a su favor el planteamiento teatral de Xavier Albertí: elegante, minucioso, preciosista, impecablemente construido (Max Glaenzel), iluminado (Juan Gómez Cornejo) y vestido (Silvia Delagneau).
‘Kiu’ nos enseñó también que el futuro del género solo era posible desde la calidad. ‘El abrecartas‘ es esa realidad. Lo que se ve y oye en el Teatro Real resulta sobresaliente bajo la precisa y muy equilibrada dirección musical de Fabián Panisello, y un reparto que ha tomado muy en serio el trabajo. El manejo de todo ello es transparente, nítido, apoyando las voces sin perder la capacidad descriptiva. […] ‘El abrecartas‘ es una obra valiente, comprometida. Sería fácil entenderla desde la aceptación del destino al que parecen someterse las grandes obras postreras, pero siendo partícipes es más exacto entenderla como un gesto valiente del que es fácil sentirse orgulloso. Alberto González Lapuente
EL PAÍS 17/02/2022
El abrecartas, la ópera de Luis de Pablo, deja un cierto sabor agridulce
El estreno póstumo de El abrecartas, sexta ópera de Luis de Pablo, deja un cierto sabor agridulce. Concebida a partir de 2010 y encargada en 2015, la ópera ha sufrido no pocas vicisitudes para alcanzar su estreno que, acaso, serían llevaderas y justificables (pandemia, por ejemplo), si no se hubiera producido el fallecimiento del compositor en agosto de 2021, con 91 años, dejándonos con la sensación de que no se debe jugar así con los plazos de un artista a tan avanzada edad.
En cualquier caso, el legado del compositor bilbaíno, por ceñirnos solo a la escena, es algo más que importante: seis óperas, siendo El abrecartas la segunda que sube a las tablas del Teatro Real, dejan una marca hoy por hoy no superada. Añadiría que todas ellas han sido escritas para escenarios españoles, con la excepción de su quinta, Un parque, escrita y presentada en Venecia. En lo que concierne al libretista de esta nueva producción, Vicente Molina Foix, esta sería su tercera colaboración con el compositor, otra marca a superar. Es, pues, la hora del balance y El abrecartas se presta a ello, no tanto porque sea su última obra musical, no lo es, pero sí porque cierra su ciclo operístico a partir de un universo artístico que marcó al compositor más que ningún otro: su pasión por la poesía y su entrañable fijación por Vicente Aleixandre.
El abrecartas no va solo de Aleixandre, el poeta de Velintonia es un referente al que acompañan García Lorca, Miguel Hernández e incluso Eugenio d’Ors, además de otros personajes reales e imaginados a partir de la novela homónima de Molina Foix que, ya en 2006 tuvo una acogida muy notable. Decir de qué va El abrecartas es complejo de resumir por temor a la simplificación; es, en principio, un epistolario, unas personas se envían cartas y el contenido de estas es la base de la historia, tanto en el libro original como en el libreto convenientemente jibarizado para que sus 450 páginas se conviertan en una historia de hora y media. Pero la ópera habla de amores, de tragedias, de guerra, de represión política, social y amorosa y, sobre todo, del espacio de la memoria para que ese puñado de historia española perviva y nos concierna. Y la química de todo esto es la poesía, no es que haya mucha poesía real en la ópera, es que impregna todo, lo que se ve y lo que apenas nos es sugerido. Y los que hemos conocido, admirado y trabajado con Luis de Pablo sabemos que para él la poesía era como el sistema circulatorio de la cultura española, incluyendo sus dramas, su tragedia y su explicación del misterio que sigue siendo la conciencia de nuestro país.
Y, siempre, Aleixandre, con permiso de Lorca y Hernández, en el imaginario del músico que conoció, trató y visitó al refugiado de la Colonia Universitaria, cuya memoria aún sufre la pena de una complicada supervivencia a través de una casa, otrora santuario y aún hoy armatoste urbano al arbitrio de una desidia convenientemente sazonada por malicias políticas. Y, de nuevo Aleixandre vuelve a la memoria al evocar que una de las obras más importantes de De Pablo a partir de Aleixandre, Sonido de la guerra, vio la luz por vez primera en el mismo Teatro Real que cierra su periplo operístico. Era el 17 de enero de 1981, cuando el Real era otra cosa, la sala de conciertos de la ciudad. Se hacía eco de ello en este mismo periódico el maestro de críticos que fue Enrique Franco, y que decía: “…resplandecen en Sonido de la guerra los valores de la melodía (empleada con criterio contemporáneo) y la belleza sonora en un total de casi media hora de duración…” Y, como no podía ser de otro modo, Aleixandre y su poema extraído de sus Diálogos del conocimiento, late en esta última ópera.
Se ha hablado también de que esta ópera es memoria histórica o incluso que es erótica; en fin…, la comunicación o la propaganda son libres, pero hay que ser cuidadosos porque El abrecartas se enfrenta a un entorno de escepticismo; de hecho, ya son mayores los que apenas han conocido las anteriores óperas de su autor y no digamos los que nada saben de lo que significó la vanguardia o su superación, aventuras ambas en las que sobresalió Luis de Pablo. Ahora hay un riesgo de que la gente piense que una nueva ópera española, o en español, es un terreno ganado.
Todo esto subyace en el entorno en que ha nacido El abrecartas. Junto a sus méritos y a su pasión cultural, hay algo en El abrecartas que opaca una fluidez dramática que nunca le faltó al Luis de Pablo operístico. Quizá, como piensen algunos, se trate de que una estructura a base de cartas no parece el mejor vehículo para que fluyan las acciones escénicas siempre deseables en una ópera, pero creo que no es exacto. El epistolario puede invitar a una intimidad en la expresión que no está reñida con la intensidad del drama. Así lo subraya el director escénico de la producción Xavier Albertí, por ello choca más que los problemas más delicados estén allí. La escenografía de archivadores dentro de un cubo gris cubre todo de abstracción sin aportarle nada. Si ya resulta complicado a veces saber quién habla con quién, la forma de presentar a los cantantes como estatuas frente al público sin que se sepa por qué termina echando barro en los goznes de la historia. Y la prueba palpable se encuentra en la quinta escena dedicada a Eugenio d’Ors y a su corte de admiradoras aderezado con el cortejo fascista. Sorprendentemente, esta escena fascista resulta tremendamente dinámica y hasta divertida. Incluso el descacharrante poema dedicado al Generalísimo y leído sin cantar por el infame soplón Ramiro (magistral Vicenç Esteve) adquiere un ritmo y una fuerza dramática notables. Añadiría, además, la variedad vocal, con un d’Ors interpretado por un bajo muy airoso (magnífico David Sánchez), en contraste con un contratenor (eficaz Gabriel Díaz) y un divertido pequeño coro de mujeres.
Otro aspecto que no termina de cuajar es la apuesta del compositor por una dicción radicalmente silábica que rompe toda sinalefa y genera una cierta sensación robótica, por más que su objetivo, la comprensión del texto, se logre con eficacia.
Pero, donde Luis de Pablo es maestro es en la ideación instrumental. Su poderosa orquesta (80 músicos) actúa muy pocas veces en bloque. Es como si fuera un depósito de sonoridades y colores instrumentales que intervienen en pequeños grupos y a solo con notable inspiración. También es eficaz el desplazamiento de dos grupos instrumentales, uno de instrumentos de metal y otro de percusión, a ambos lados de los palcos. Todo ello le proporciona al gran músico que fue Luis de Pablo la posibilidad de acompañar con líneas melódicas sin apoyos en cualquier suerte de armonía o estructura sonora vertical. Hay solos magistrales de corno inglés, saxofón, flautas, trombón, violonchelo y tantos otros que dibujan desde la orquesta un tejido narrativo delicioso. Todo el mecanismo instrumental está llevado por la aplicada dirección de Fabián Panisello, que resuelve con soltura su primera vez en el foso del Teatro Real. Y, por último, y no menos importante, está el apartado interpretativo. No es nada fácil convencer a la gente que uno es García Lorca, Miguel Hernández o Vicente Aleixandre. Me vienen a la memoria algún que otro García Lorca operístico de poco grato recuerdo, como, por ejemplo, el de Osvaldo Golijov en Ainadamar, que se vio en el Teatro Real. Pero quizá sea más difícil ponerse en la piel de Miguel Hernández o Aleixandre. Es, sobre todo, un problema teatral y de imagen, una ópera no es una película. A este reto se han enfrentado un trío de cantantes seguros en lo vocal y pundonorosos en lo teatral. En el papel de García Lorca se pone lo mejor que puede el tenor Airam Hernández, curioso nombre este de Airam, leído al revés da María. Canta bien y hace lo que puede en escena, pero el problema de credibilidad es para el público. Otro tanto sucede con Aleixandre, no basta con poner cara de palo para que resulte la gravedad sobria del personaje; a ello se aplica el barítono Borja Quiza, de manera más o menos adecuada. Más problemático es para el imponente barítono José Antonio López encarnar la frágil figura de Miguel Hernández. Afortunadamente para ellos, pronto queda claro que la convicción viene de la voz y se hacen con sus respectivos papeles desde la solvencia canora. El resto del reparto cumple con decidida homogeneidad sus papeles con algún punto débil en el coro de niños con lo que empieza la ópera.
En suma, una ópera delicada y frágil, con la que su autor se expuso más de lo que estaba acostumbrado. Los que amen la materia tratada, en especial la poesía y los grandes poetas españoles que se dejaron la piel para hacer con ella una España mejor, seguro que encontrarán en este Abrecartas una producción muy estimulante. Jorge Fernández Guerra
LA RAZÓN 18/02/2022
Pocos compositores han tenido la vinculación con lo poético de Luis de Pablo. De Porta a Machado, de Brodsky a Góngora, el peso del verso ha jugado un papel fundamental (y fundacional) en el dilatado periplo de su obra vocal. Es como si la palabra hubiera sido para Luis de Pablo el disparador, la encima multiplicadora de la música que le ha llevado a cultivar una mirada privilegiada sobre el verso que, a fuerza de extenderse, ha acabado por constituirse en ópera. Son muchos los ejemplos, desde aquellos primeros “Comentarios a dos textos de Gerardo Diego” del 56 —entresacados del maravilloso Manual de Espumas— hasta la obra estrenada hoy.
El abrecartas es un compendio —«Has escrito la novela de dos generaciones, la mía y la tuya», cuenta Molina Foix que le decía De Pablo—, un resumen lúcido propuesto por un ávido poeta de lo musical que extiende un tapete de juego para que otro poeta (Molina Foix) saque a pasear los versos de Lorca o de Miguel Hernández, sin que en ningún caso la ópera trate sobre ellos. En realidad, trata de lo que ocurre a la vez que (o a través de) ellos. Dividida en un prólogo y seis escenas, el compositor bilbaíno intenta trasladar no una descripción sino un sabor de boca, un extrañamiento de la mirada similar al que practicaban los poetas vanguardistas para vivir como nuevas historias las ya contadas. El libreto se basa en la epistolar obra homónima de Molina Foix, de la que se adaptan dos centenares de páginas que transcurren entre el 1905 y 1956.
Lo sobrenatural o lo mágico, elementos esenciales en otras óperas de Luis de Pablo, no tienen hueco aquí, y sólo hay lugar para la historia íntima de Lorca, Hernández, Aleixandre o D’Ors. Más allá de su habitual lucidez tímbrica, el lenguaje musical de la ópera no tiene patrias estilísticas, imbricando lo atonal con modelos constructivos arquetípicos tanto del mundo culto (motete) como del popular (chorinho, pasodoble o cuplé). Vocalmente hay un tratamiento silábico del texto, inteligible en todo momento y con una vinculación con la fonética del idioma que recuerda al Janáček de la década de los 20.
El reto para la concepción escénica de Xavier Albertí era mayúsculo, partiendo del hecho de que la obra no tenía desarrollo dramático real. Albertí ubica la (in)acción en un metafórico almacén de archivadores de apartados de correos, una representación de la memoria múltiple de la propia novela. Con el movimiento de éstos, los lienzos y algunos guiños (como algunos trajes propios de la Barraca) había de dar cabida a las generosas dosis de sarcasmo de la obra y al pretendido erotismo de los últimos compases. El resultado fue correcto, con algunos momentos conseguidos y coreografías bien medidas, pero tal vez un poco corto de aliento poético.
Para los cantantes la dificultad era similar: De Pablo usa los extremos del registro para construir una especie de actualización de la teoría de los afectos barroca, donde los registros se asocian a estados de ánimo y el lirismo vocal se circunscribe a un parlato continuo, un recitativo enriquecido. En este ámbito destacó el intenso y cercano Miguel Hernández de José Antonio López y el contraste que supuso el Comisario del contratenor Gabriel Díaz. La dirección musical de Panisello demostró un soberbio conocimiento no solo de la partitura sino de los engranajes que utiliza De Pablo para convocar mundos y atmósferas, sacando brillo a una orquesta que se extendió de nuevo por los palcos de platea. No hubo éxodo de público, como en otras ocasiones cuando se programan óperas tan cercanas en el tiempo. Bello homenaje final al desaparecido compositor, con un atril y una rosa sobre el escenario final. Mario Muñoz Carrasco
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