Críticas en la prensa: La Nariz en el Teatro Real
LA NARIZ (D. SHOSTAKÓVICH)
El Teatro Real estrenó el 13 de marzo La Nariz de Shotakóvich, título inédito en la programación del coliseo y producción clave de la actual temporada, esperada con entusiasmo tanto por la satírica y frenética partitura del compositor ruso como por contar con Barrie Kosky como director de escena. Es esto último lo que más espacio ocupa en los comentarios recogidos a continuación, firmados por los críticos de los principales diarios nacionales.
Si bien todos coinciden en un equipo artístico idóneo para dar vida al drama de Shostakóvich – con especial mención al maestro Mark Wigglesworth por su labor en el foso y Martin Winkler por su encarnación del papel protagonista -, difieren en su impresión sobre la versión escénica de Kosky, que oscila entre la coherencia de un montaje ágil y una puesta en escena “incómoda” que dificulta el seguimiento de la ópera.
Reparto: Martin Winkler, Alexander Teliga, Ania Jeruc, Iwona Sobotka, Milan Perisic, David Alegret, Isaac Galán y otros 29 cantantes más. Coro y Orquesta del Teatro Real. Director musical: Mark Wigglesworth. Director de escena: Barrie Kosky. Teatro Real, 13 de marzo de 2023.
ABC 15/03/2023
Una ‘nariz’ digna de admiración
El teatro de Barrie Kosky ejemplifica el riesgo, la emoción, lo imprevisible, la posibilidad de encontrar dimensiones inéditas ante lo conocido y descubrir espacios inimaginables frente a lo ignorado.
[…] la crítica política es una piel que cubre ‘La nariz‘ escondiendo otras referencias no menos insidiosas y evidentes, en la letra y en la brutalidad de una partitura que camina desde la onomatopeya a la parodia, y cuya condición dramática sorprende a cada compás.
La versión musical que Mark Wigglesworth ofrece en el Real explica este pormenor al colocar a la orquesta del teatro en una posición ácida, cortante, angulosa y no menos acelerada. […] que Martin Winkler dé vida al protagonista con semejante seguridad quiere decir que se deja la piel interpretando un personaje a cuya dificultad vocal se une la obligación de estar en constante movimiento, de estar permanentemente pendiente del gesto y de la expresión.
[…] hay algo en la propuesta de Barrie Kosky que termina por dejar un regusto incómodo, más allá de la aparente facilidad con la que se trata el asunto, al proponer la posibilidad de acercarse a Kovaliov con la compasión de quien se ablanda ante un pobre sometido al que se debería otorgar algo de cariño. Verle, en esa misma escena, agotado, tirado por el suelo y zarandeado, apenas vestido con unos calzoncillos sucios, implica clemencia por mucho que resulte un tanto incongruente.
Está claro que un tontaina bobalicón como él merece poco respeto: su altivez, soberbia y orgullo representa todo aquello de lo que habría que abominar. Sin embargo, a Kosky se debe la posibilidad de encontrar un punto inédito en la historia, un guiño de humanidad y realismo en un escenario que es pura alucinación y en el que tantas buenas razones teatrales e ideológicas se entrecruzan. Merece la pena asomarse a ‘La nariz’, pues hay en este desenfreno mucho por descubrir y admirar. Alberto González Lapuente
EL PAIS 15/23/2023
La nariz de Shostakovich, ¡el musical!
Una propuesta necesaria y excelente convertida en un despropósito que produce más congoja aún por la calidad de todo lo que sucede en escena
[…]
En Madrid, La nariz era una asignatura pendiente, al menos en la capital y, desde luego, estaba inédita en el Teatro Real. Así que fue recibida con alborozo la noticia de que se programaba, ¡al fin!, en la presente temporada. A las buenas noticias se añadía la de conocer al director de escena previsto, nada menos que Barrie Kosky, el brillante regista australiano que ha levantado el prestigio de la Ópera Cómica de Berlín y que había enamorado a los madrileños en su deslumbrante montaje de La flauta mágica hace pocos años.
[…] Da la sensación de que Kosky se ha liado la manta a la cabeza y ha preferido montar un espectáculo que incluyera muchos de sus recursos y obsesiones […] Aunque técnicamente todo está muy bien resuelto, la sensación que produce es la de desmaterializar lo que la ópera está sugiriendo, el absurdo burocrático del poder. Y si esta ópera tiene algunas dificultades de comprender sin aceptar todo lo que la sátira tiene de dislocada, el enredo permanente y la suciedad escénica la convierten en una suerte de opereta o musical caótico y críptico en el que se canta bien, se baila bien pero no sabe muy bien el qué y el por qué. […]
En suma, una propuesta necesaria y excelente convertida en un despropósito que produce más congoja aún por la calidad de todo lo que sucede en escena. Y es que el equipo artístico es excelente, el coro y el grupo de bailarines es de primer orden y hasta los extras son maravillosos, como no alabar el esfuerzo de esa chica joven metida en una nariz que le cubre el cuerpo y que es capaz de bailar claqué con un grupo profesional a su lado. El extenso grupo de cantantes son de alto nivel y, por supuesto, los protagonistas rozan lo sublime, especialmente, el protagonista Martin Winkler en su papel de Kovaliov, bajo-barítono que canta a la perfección, gime, aúlla, baila, brinca y hasta se casi desnuda en un prodigio de teatralidad operística.
El apartado puramente musical funciona como un reloj. Mark Wigglesworth, desde el podio, articula y dirige un grupo musical formidable que se metamorfosea en una orquesta de vanguardia, un grupo de cabaret o de circo y todo lo que le pide una partitura de extrema exigencia y que, solo por escucharla, vale la pena la visita al regio coliseo. Jorge Fernández Guerra
LA RAZÓN 15/03/2023
Vorágine desasosegante
Sin duda uno de los mayores acontecimientos de la temporada lírica madrileña ha sido la presentación en el Teatro Real de esta ópera -maldita en su día- de Shostakovich, una obra corrosiva, satírica, demencial, crítica de una sociedad. En ella hay, en un hábil sincretismo, aromas e influencias de las vanguardias foráneas, de Hindemith o de Krenek, de Schönberg y su escuela, de Stravinski… Extraña mezcla de pieza de cabaret y de ópera de circo; huye de cualquier asomo de lirismo tradicional. Es “una formidable mecánica teatral, un collage de estilos” (Piotr Kaminsky).
Obra singular, estrenada en Leningrado en 1930 y luego silenciada. Hasta su reestreno en 1974. Una suerte de teatro del absurdo y que necesita un gigantesco reparto de hasta 80 papeles (distribuidos en esta ocasión entre 30 voces). Se ha contado con una coproducción del Teatro madrileño en colaboración de la Royal Opera House, La Komische Oper de Berlín y la Ópera de Australia.
“Shostakovich creó una brutal pesadilla para cualquier regista”, reconoce Barrie Kosky. “Por la manera de estructurar la acción mediante una sucesión de escenas muy cinematográfica, sin margen en la partitura para ejecutar las transiciones en escena. Es un problema y un magnífico desafío a la vez. Y luego es muy compleja desde el punto de vista interpretativo por la dificultad psicológica. El protagonista es a primera vista un tipo que no genera ninguna simpatía. Lo que sufre es algo que nos toca. La falta de la nariz simboliza la pérdida y el miedo”.
El regista australiano, artista imaginativo donde los haya, ha diseñado, con base en los once cuadros en los que se divide la agilísima y a veces desbocada y abracadabrante acción, que se desarrolla en un marco único, una suerte de espacio circense circular enmarcado en una gigantesca y también circular ventana. Hay bajadas estratégicas del telón. El caso es no dar respiro a una música tan variada, que va de lo atosigante y angustioso a lo plácido y soñador y cuya espumosidad no decae ni un instante. Todo se desarrolla con la precisión de un reloj, en un no parar constante que no da respiro y que impulsa la absurda anécdota a alturas siderales. No se puede quitar ni ojo ni oído.
Porque, además, todo tiene sentido y aparece encajado a la perfección sin que el perpetuum mobile de la trama y de la música desfallezca. Naturalmente todo ese discurrir, esa sátira corrosiva necesita de un foso en consonancia. La Sinfónica tuvo uno de sus mejores días en esta diabólica y agreste partitura, que espejea con mil luces. Para ello contó con un director que conoce este repertorio como la palma de la mano. Mark Wigglesworth, batuta precisa y sobria, competente en lo rítmico y en lo expresivo, cosió perfectamente todas las voces de arriba y de abajo. Un espléndido encaje de bolillos.
Las 30 voces intervinientes, todas menos la del protagonista desdobladas, actuaron a satisfacción cada una en su estilo, con los acentos y giros necesarios. Sin una fisura. Naturalmente hemos de colocar en lo más alto al bajo-barítono Martin Winkler, hace muy poco aplaudido como Conde Waldemar en “Arabella” de Strauss y ahora convertido en el asaetado y desgraciado, también muy humano, protagonista, ese desconcertado Platón Kuzmitch Kovaliov. Cantó, bufó, musitó, silabeó, tiritó, rodó por el suelo, se desnudó en un constante ir y venir; verdaderamente agotador. Y por lo general, su voz, oscura, bien timbrada, un tanto engoladilla, estuvo siempre en su sitio. Mencionemos a su lado, en tres papeles distintos, al bajo Alexander Teliga primero, y a Andrei Popov, un tenor ligero de prodigiosas y lógicamente desgañitadas notas agudas, que dio vida al Inspector de policía.
Todo a lo largo de dos dinámicas horas en las que tuvimos oportunidad de aplaudir más de una vez la imaginación del director de escena, que se inventa no pocos efectos, como el de ese número coreográfico con once narices andantes que bailan al estilo de Busby Berkeley. Hallazgos inteligentes que hacen de esta producción una auténtica fiesta para la imaginación. Arturo Reverter
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