Crítica: Swiss Orchestra. Luces intermitentes
SWISS ORCHESTRA (L. L .WÜSTENDÖRFER)
Luces intermitentes
Obra de Wilkenman, Mozart y Beethoven. Alina Pogostkina (violín). Swiss Orchestra. Dirección musical: Lena-Lisa Wüstendörfer. 31 de enero
La Séptima Sinfonía de Beethoven es una de las obras que requiere de una mayor lucidez en su planificación por parte de la batuta. Ha de ir de la aparente inocencia del inicio hasta ese aquelarre final que implica haber superado todos los matices del desasosiego, la duda y el desamparo que se esbozan en la mitad de la partitura. Son palabras muy grandes para sonidos tan concretos… Lena Lisa Wüstendörfer probó en muchas direcciones. Algunas funcionaron, otras no.
Durante el primer movimiento primó el control, en una búsqueda de un sonido dionisíaco, con cierta distancia, donde el dolce de los primeros compases era más bien suave y el fortissimo con el que Beethoven comienza a introducir oscuridad y tensión en la partitura quedó en apenas forte. La directora suiza propuso construir el sonido de la sinfonía desde el empaste del viento madera, y el resultado en ese aspecto fue impecable, con grandes intervenciones de oboe y flauta. La marcha fúnebre posterior empezó rotunda, con un sonido oscuro y compacto, además de una transición al bellísimo segundo tema perfectamente ejecutada, aunque faltó incisividad en los timbales (no sólo aquí), que sonaron no demasiado precisos, y un punto de balance para que los segundos violines tuvieran algún peso. El Presto, ágil y sin mayores pretensiones, preparó para un último movimiento aquí sí desatado, rotundo y con toda la carga metafísica que traen estas notas. En resumen, una lectura engrandecida por algunos aciertos pero que no llegó a volar. Gran nivel de la orquesta, en particular del viento madera.
Durante la primera parte había sonado una pieza de reciente composición, la atmosférica Tree Talk de Helena Winkelman, estrenada hace poco más de una década en la Tonhalle Zürich. La obra, una mezcla de tímbricas evocadoras y descripciones paisajísticas, funciona como una traslación musical de las estaciones sin atender en exceso a rupturas estilísticas y con unas gotas de lirismo en los detalles que describe. Tras ello llegó el Concierto para violín nº 5 de Mozart, con Alina Pogostkina como solista. Tras un arranque algo deslabazado por parte de Wüstendörfer, donde los silencios expresivos parecían extenderse de forma poco natural, el equilibrio llegó en el segundo y tercer movimientos, en parte también gracias al sonido cálido y la facilidad de proyección de Pogostkina, que coloreó sin abrumar y con un sentido muy personal del fraseo. Como propina, una versión con alguna licencia de la “Gavotte en rondeau”
de la Partita nº 3 del —omnipresente en los bises violinísticos— gran Bach. Mario Muñoz Carrasco
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