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Desde Cataluña con… temor (3a parte)
Por Publicado el: 13/06/2011Categorías: Artículos

Crónica de mi primera Piano Phase

Crónica de mi primera Piano Phase

En el ya lejano 9 de marzo de 1970, en el Instituto Francés de Madrid, asistí a un concierto notable. Yo era asiduo asistente a las convocatorias de ALEA, pionera organización de conciertos de música contemporánea que había creado y dirigía Luis de Pablo. Aquella sesión era de alto interés: el pianista Carles Santos (entonces Carlos, en los carteles de Madrid) iba a estrenar en España una obra de Steve Reich; a continuación, el pianista Claude Helffer iba a ofrecer los estrenos españoles de sendas piezas de Luciano Berio, Pierre Boulez e Iannis Xenakis, nada menos; finalmente, y también como estreno en España, se anunciaba que ambos solistas interpretarían conjuntamente una obra del propio Luis de Pablo para piano a cuatro manos.

Como el lector habrá dado por hecho, la obra de Reich que se estrenaba en aquella sesión era Piano Phase, recién escrita por el músico estadounidense y prototipo de las phasing works en las que trabajaba por entonces. La idea original implicaba dos pianos y dos pianistas que comenzaban tocando al unísono una misma célula melódica para ir progresivamente desfasando sus interpretaciones, mediante procedimientos como desplazamientos temporales, supresión de algunas de las notas de la célula, etc., encontrándose periódicamente en el unísono para volver al desfase e ir creando así un tejido sonoro extraordinariamente sutil, complejo y excitante. Pero, aunque teníamos dos pianistas, solamente había un piano y Santos optó por un magnetófono con la parte del segundo piano grabada y salió a escena él solo, provisto de auriculares para concentrarse en la rigurosa coordinación con “el otro”. Por otra parte, extremando el recurso a la aleatoriedad tan practicada en aquella época, Carles Santos, entendiendo que aquel proceso sonoro era de esencia ilimitada, decidió, en consecuencia, que iba a evitar un fin natural. Y así fue. El pianista, incansable, no dejaba de tocar la limitadísima cantilena, los minutos pasaban y pasaban y parte del público pasó de la excitación a la exasperación, mientras otros seguían el proceso divertidos y, la mayoría, estupefactos. Se sucedieron en el tiempo reacciones varias: frases irónicas, protestas airadas, abandono de la sala, vuelta a entrar… Aquel hombre, sudoroso y concentrado, parecía una máquina con motor sin fin. Pasados más de tres cuartos de hora, algunos espectadores subimos al escenario a contemplar de cerca al pianista, pero éste no se inmutaba; incluso hicimos sonar algunas notas, pulsando teclas de los registros grave o agudo que no utilizaba… Finalmente, un joven se hartó y cerró, sin contemplaciones, la tapa del teclado. Carles Santos retiró las manos a tiempo, se levantó y se fue, muy serio, a descansar, mientras los espectadores comentaban, discutían y, desde luego, esperábamos algún desenlace en forma de explicaciones. Por añadidura, unos cámaras filmaron el suceso, señal inequívoca de que se había previsto cierta performance que seguramente resultaría decepcionante como tal, pues no se armó un “escándalo” con las dosis mínimas para dar “espectáculo”. En mi recuerdo –he preferido contarlo tal cual, sin hablar de aquel suceso con sus protagonistas- Luis de Pablo estaba que se subía por las paredes: como organizador, el que Santos no le hubiera hecho partícipe de sus intenciones lo consideraba un golpe bajo difícil de encajar. Tras unos tensos minutos –es de suponer que de charla con Carles Santos y con el pobre Helffer que esperaba pacientemente su turno- compareció Luis en escena y, visiblemente indignado, anunció a los pocos que quedábamos que el concierto se reanudaría unos minutillos después con las interpretaciones de las obras anunciadas de Berio, Boulez y Xenakis… “¿Y qué pasa con la de Luis de Pablo?”, gritó un espectador, forzándole a manifestar, con alguna frase evasiva, que había retirado su obra del programa en señal de protesta. Al día siguiente, el crítico Antonio Fernández-Cid publicó en “ABC” un artículo que, como suele decirse, no tiene desperdicio. Ya el título prometía: “Una hora y treinta y cinco minutos de insufrible tedio a cargo de Carlos Santos”…

Han pasado más de cuarenta y un años, y muchas cosas desde entonces han colaborado a que nuestros mundos musical y concertístico sean profundamente diferentes a los de antaño. Desde luego, son mucho mejores, aunque uno no deje de sentir un punto de nostalgia al constatar alguna pérdida como, por ejemplo, la de aquella capacidad de “provocación” que de vez en cuando mostraban algunos intérpretes con sus actuaciones y algunos compositores con sus obras; o –en paralelo a esto- la casi total desaparición de la protesta o de las reacciones airadas por parte del público cuando se siente provocado o sencillamente decepcionado… Ahora disfrutamos de muchísima más cantidad y de mucha mayor calidad media, pero nuestro modo de recepción se ha hecho más “soso”, incluso a la hora de mostrar entusiasmo: es como si nos hubiéramos acostumbrado al confort de la alta calidad media y a la frecuencia –no poca- con que nos es dado disfrutar de la calidad altísima. Como la que -no lo dudo- vamos a tener en este concierto.
(Texto para el programa de mano del concierto “Piano Phase”, de Steve Reich)

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