Crtítica: Schubert, Brahms y el ‘relleno’, en el Palau de la Música de Valencia
Schubert, Brahms y el ‘relleno’
TEMPORADA 2024-2025 del Palau de la Música. Programa: Obras de Schubert (Trío para violín, violonchelo y piano en Si bemol mayor, D 898) y Brahms (Trío para violín, violonchelo y piano, en Si mayor, opus 8). Intérpretes: Renaud Capuçon (violín), Kian Soltani (violonchelo), y Mao Fujita (piano). Lugar: Palau de la Música (Sala Iturbi). Entrada: Alrededor de 800 espectadores. Fecha: domingo, 12 enero 2025.
La música de cámara, ese género en que sonido y expresión se sienten en su máxima escueta pureza, es una de la lagunas capitales de la eclosión musical que ha disfrutado España en las últimas décadas. Tan empeñados andan los nuevos melómanos con los oropeles de la ópera y el espectacular universo sinfónico que han descuidado la íntima expresión de un trío con piano o un cuarteto de cuerdas. De ahí que haya que aplaudir sin reservas y con entusiasmo que el Palau de la Música retome la esencial senda camerística. Más aún si lo hace, como es el caso, con las máximas exigencias en cuanto a repertorio e intérpretes.
Ha sido el domingo, con un programa que recogía dos piezas tan características y maestras del género como son los tríos en Si bemol de Schubert y el trío en Si mayor de Brahms, ambos para violín, y violonchelo y piano. 65 años y solo medio tono distancian ambas páginas. Nacidas desde idéntica genialidad: una en los albores románticos de Schubert y otra en el romanticismo cuajado de Brahms, él mismo fervoroso admirador de la música de Schubert.
Las exigencias expresivas e interpretativas de ambos tríos son máximas. Y de ahí que su interpretación precise músicos de relieve. Tanto como el de los artífices de este recital de tan hondos y fascinantes calados. Un trío, un instrumento único integrado en este caso por tres ases de sus respectivos instrumentos como son el violinista francés Renaud Capuçon, el violonchelista austriaco Kian Soltani y el pianista japonés Mao Fujita.
Personalidades divergentes que convergen en un único sentir y palpitar. Artistas que se escuchan y retroalimentan desde sus propias singularidades. Que se despojan del yo para fusionarse en el lenguaje único de la obra de arte, como hicieron en su día Jacques Thibaud, Pau Casals, y Alfred Cortot cuando en 1926 grabaron el mismo trío de Schubert que el domingo interpretaron ante una Sala Iturbi (medio llena, medio vacía) rellenada de público de ocasión, de ese ajeno al día a día de los conciertos, que aplaude entre movimientos y se nota a la legua que es de “relleno”.
Como aquellos nombres legendarios de 1926, Capuçon, Soltani y Fujita hicieron música de verdad. Desde el alma y la comunión. Con entrega absoluta. Apasionados y sutiles hasta el infinito, apoyados en una calidad instrumental de tan primerísimo orden como su empático sentido camerístico.
Un Schubert popular y exquisito, tan puro y genuino como el Brahms de la segunda parte, con ese alma nuclear que es el prodigio del quieto Adagio, donde la emoción extrema alcanzó hasta a la fibra sensible del “relleno”, que en cualquier caso, destrozó con su incontinencia aplaudidora el callado silencio en que se desvanece el sonido.
Al final, tras el vibrante allegro conclusivo, todos aplaudimos ya al unísono y con un entusiasmo tan verdadero como sus interpretaciones. “Ahora, para no salirnos del mundo vienés del programa, vamos a tocar de propina la marcha Miniatura vienesa del vienés Fritz Kreisler”, vino a decir en inglés Kian Soltani. Y todos, los de siempre y los del “relleno”, nos marchamos a casa tan contentos. Bueno, todos no: algunos se fueron durante el concierto en un grotesco goteo desertor. ¡Ellos se lo pierden!
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