Cuarteto Tana en el Ciclo de Música Actual de Badajoz: lucidez
Lucidez
Obras de Jesús Rueda y Philip Glass. Cuarteto Tana. XIV Ciclo de Música Actual de Badajoz. MEIAC de Badajoz, 28 de enero
Se apunta un tanto importante el Ciclo de Música Actual de Badajoz al sumar en un solo concierto dos estrenos y de calidades tan contrastadas: uno nacional (el de Glass) y otro absoluto (el de Rueda). Por el hilo argumental que subyacía, el concierto bien podría haberse titulado “1616”, por la fecha de la muerte de Shakespeare —de cuyo Rey Lear toma prestada la temática Glass—, por la fecha de la muerte de Cervantes —cuya obra perdida, Las semanas del jardín, servía como excusa para la creación de Rueda— o por el hecho de ser el decimosexto cuarteto del compositor madrileño. En cualquier caso, la idea era contraponer dos visiones personales que comparten el extraño privilegio de poseer voces propias de cola larga, que saben mantenerse en los márgenes de cualquier moda estética y en la frontera de su propia inquietud y curiosidad.
Se estrenaba, para arrancar, el Cuarteto de cuerda nº 16, “Las semanas del jardín”, una obra en un único movimiento dividido en tres secciones que es el resultado de un encargo de la Sociedad Filarmónica de Badajoz. Desde hace ya unos años Rueda articula sus obras con una gramática luminosa, que por supuesto sirve para hablar también del dolor pero que permite un disfrute inmediato en cuanto a despliegue tímbrico, búsqueda de sonoridades y arcos melódicos lejos de la obviedad. También parte de la autosuficiencia. No es que no use narrativas externas, pero cuando lo hace se digieren dentro de un magma sonoro propio, un poco en la línea de Lutoslawski (no por ecos estéticos sino por lenguaje creativo independiente). Hay herencia de la exploración tímbrica bartokiana, que explota aquí o allí, pero más como paisaje germinal que como influencia propiamente dicha.
En este caso la temática original del cuarteto era sugerente por su inexistencia: Cervantes habló de Las semanas en el jardín, pero el texto completo está perdido y solo podemos intuir que se trataba de una argumentación antagónica entre el campo y la ciudad. Una especie de elogio de aldea y menoscabo de corte. La respuesta de Rueda a esta abstracción es el contraste, contraste de todo tipo: tímbrico, rítmico, melódico, sonoro, de pathos… La obra va basculando entre dos extremos que el propio Cuarteto Tana polariza aún más para recalcar la elegancia compositiva de Rueda. El juego es continuo, pero sin abandonar la emoción en ningún caso, proponiendo entradas en canon y un aroma contrapuntísitco en algunos pasajes que se sustentan más en la sensación sonora que en un contrapunto real. Se mezclan los recursos técnicos (pizzicato, spiccato) con la expresividad que propone con su uso de la relación interválica. En definitiva, una obra madura, plena, introspectiva, llena de recodos y con entidad sobrada para incorporarse al repertorio. Ojalá.
Para la segunda parte quedaba el Cuarteto de cuerda nº 9, “The King Lear”. Y hay que reconocer que es una mezcla ideal, la estética sonora de Glass con la concreción del cuarteto de cuerda, a la hora de hablar de Shakespeare. El minimalismo de Glass, tan criticado a veces, tiene cierta virulencia melancólica, porque esa lentitud en los cambios, esa precisión de relojero en las evoluciones melódicas son una metáfora perfecta de cómo los seres humanos cambiamos con el tiempo. Si a eso le sumamos toda la gama de afectos que el lenguaje del cuarteto puede convocar, tenemos el espacio perfecto para hablar de la tragedia, el tumulto y el dolor del Rey Lear. El compositor ha trabajado personalmente con el Cuarteto Tana, variando la partitura original —pensada para Broadway— y suprimiendo la voz. Ese trabajo conjunto se refleja en la interpretación con la perfecta caracterización de los personajes, y con su manera de siluetear la maldad, la turbidez o el deseo. Patrones rítmicos desdoblados, ambientes enrarecidos por el uso de la sordina o melodías diatónicas dan cuenta de la variedad de lenguajes que Glass plantea, amablemente presentados al público por la chelista Jeanne Maisonhaute, antes de comenzar la interpretación.
La sensación al acabar el concierto, con la sala llena y evidente satisfacción, fue la de plena lucidez. No lucidez compositiva —que era obvia— ni interpretativa —que también—. Hablo de lucidez para programar con calidad, a contracorriente y con responsablidad en el itinerario formativo del público. Un pequeño gran lujo. Mario Muñoz Carrasco
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