Daniel Barenboim: Instinto totalizador
Daniel Barenboim: Instinto totalizador
Programa e intérprete. La velada lo tendrá todo. Y en grado superlativo, porque un programa dedicado en su integridad al piano de Debussy no está al alcance de cualquiera. E invitar al comprador de la correspondiente entrada a navegar por tan inestables aguas conlleva un importante riesgo. El consumidor tiende a querer escuchar cosas que conozca y que no sean difíciles. Barenboim propone músicas complejas y todas ellas girando en torno a una idea que no varía. Y que, dígase lo que se diga, no son unas grandes conocidas. Debussy, el piano de Debussy, es de una belleza tan inhabitual como difícil de definir. Viene de lo romántico, pero reniega de lo romántico; va hacia la negación de la armonía, pero se mueve dentro de ella exprimiendo los medios que le ofrece hasta extraer hasta la última gota de ese maravilloso jugo que no se sabe muy bien a qué sabe. Y para la escucha requiere un grado de concentración que se multiplica cuando no ha lugar al descanso intelectual que proporciona un programa no monográfico; cuando esa música aparece y desaparece en el concierto por estar situada entre otras que vienen de lugares más confortables. No; en este programa eso no puede suceder; es Debussy todo el rato; es una sesión en la que uno ha de volar todo el rato, sin margen para descanso alguno. Un programa difícil que solo algunos pueden atreverse a surcar. A Barenboim, claro, le sobran mimbres para plantearlo, y no solo para eso sino para crear alrededor de él unas expectativas que merece la pena analizar.
Los caminos que Daniel Barenboim ha escogido a lo largo de su carrera para los distintos repertorios que viene cultivando, como pianista y como director, pueden chocar. Al principio fue Beethoven; después Mozart y algo de Schubert, no recuperado en su totalidad hasta muy avanzado su periplo como pianista y director de orquesta. Entremedias llegaron Mendelssohn, Schumann, Chopin, Liszt… pero también Wagner. No el piano de Debussy, que aparece en su vida concertística tarde, alrededor de los años 2000. Después de Tristan. Y vuelve a Beethoven, varias veces, y a Liszt, y a Chopin. Y Bruckner, Richard Strauss y Elgar se han colado desde el primer momento, pero Debussy solo a veces, con El Mar y las obras orquestales de rigor. El piano de Debussy (como Albéniz) se hicieron de rogar. Y cuando al fin llegaron, el estallido fue total. Para entonces no solo ha visitado reiteradamente Tristán; también el resto de las óperas de Wagner, hasta llegar al teclado de Bach (Variaciones Goldberg y El clave bien temperado; milagroso el segundo libro). Así que ¿cómo para entonces podía no ser semejante maravilla en sus manos una música como ´Des pas sur la neige´ tras haber dirigido tantos tristanes, ya doctorado en Chopin y haberse sumergido en Bach? Una visión tan totalizadora invita a pensar que esta nueva estancia en Debussy, la que va a tener lugar en este concierto, va a sobrepasar a la que sabemos realizó Barenboim cuando tocó los Preludios en aquel intimista concierto en el Instituto Pere Mata de Reus, en 1998. ¿No es el piano de Debussy un poco mezcla de Bach y Chopin, con reminiscencias de un cierto regusto parsifaliano? Lo que quiero decir es que un señor que ha hecho esa carrera así y puede sentarse al piano a tocar una obra como los Preludios de Debussy define de antemano unas posibilidades muy distintas a las que, al menos en teoría, pueda ofrecer el gran pianista a secas. Lo hemos comprobado repetidas veces. Lo comprobamos en su día con Claudio Arrau, un clásico que dictó la norma; con Sviatoslav Richter, el panteísta nihilista puro; con el punzante Benedetti-Michelangeli, con esa violencia retenida que emanaban sus versiones; con el absolutamente perfecto e infinitamente musical Krysitian Zimerman… Todos ellos maestros de maestros. Pero solo pianistas. Y como tales, intérpretes que vuelcan sobre el piano del francés una visión solo pianística. Lo relevante, lo a priori extraordinario de que podamos escuchar esta música mágica y única a Baremboim reside en que se la escuchamos al piano a un pianista que es más que eso; a un pianista que mira hacia toda la demás música que rodea a Debussy como si, junto a él, formara un todo único. Porque por mucho que se hable de la unicidad del piano del autor de El mar (por cierto, el primer libro de Preludios es solo un año posterior a la Iberia de Albéniz), no deja de ser un producto de una evolución que quizá comience mucho antes: en Chopin, insisto, o el mismo Liszt. Y que comulgue con el ambiente sonoro de la orquesta más intimista de Wagner mucho más de lo que quiso aceptar el propio autor. Y que se revuelvan hacia Bach. Puestas así las cosas –que no digo yo que sean así; solo lo sugiero- lo atípicamente extraordinario es que un wagneriano como este tenga también la capacidad de tratar de explicar a Debussy. Seguramente Wagner y Debussy sean antitéticos en sus espíritus. Pero a veces, muchas veces, quedan puestos en relación en un punto de encuentro llamado sonido. A mí me parece que en estos momentos solo Barenboim es capaz de realizar ese encuentro, y en ello reside lo extraordinario y único de este recital.
Al primer libro de los Preludios seguirán otras tres obras del mismo Debussy: las 3 Estampas (soberbia la primera, ´Pagodas´), 2 Arabesques y L´isle joyeuse, músicas estas a las que el común de los pianistas suele extraer un partido muy justito, pues se trata del Debussy más esquivo y resbaladizo. A ver qué hace este señor con ellas. Ya pasaron 100 años de la muerte del autor, un compositor que intentó radicalizarlo todo. Pero que no acabó de conseguirlo. Porque su música es compleja pero se entiende. Porque la belleza siempre acaba siendo inteligible, aun la más difícil de asumir. Pedro González Mira.
Daniel Barenboim, piano. Obras de Debussy. Auditorio Nacional de Música, Sala sinfónica. Lunes 8, 19.30. Entre 35 y 140 €. Entradas agotadas.
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