Critica: “David et Jonathas”, belleza inconformista en el Teatro Real
Belleza inconformista
Crítica de Clásica / Teatro Real
David et Jonathas, de Marc-Antoine Charpentier. Gwendoline Blondeel, Lucile Richardot, Petr Nekoranec, Jean-Christophe Lanièce, Etienne Bazola, Lysandre Châlon. Ensemble Correspondances. Dirección musical: Sébastien Daucé. Versión de concierto. 27 de septiembre
Estamos de suerte últimamente en Madrid con la ópera barroca francesa. Después de muchos años de persistente desierto, en poco más de tres meses hemos visto Les Boréades de Rameau, Medée de Charpentier y esta que nos ocupa, David et Jonathas, todas en versión de concierto. También tres grupos magníficos como Collegium 1704, Les Arts Florissants y el Ensemble Correspondances, especializados en un tipo de repertorio con unos códigos estéticos, atmósferas y configuración del sonido muy concretos. En este caso el reto era mayor en tanto en cuanto el libreto, obra del padre jesuita François de Paule Bretonneau, cede todo el dramatismo al genio de Charpentier y el dibujo de personajes o su evolución quedan un tanto lastrados. La historia de esta tragédie biblique, de esta mezcla entre ópera y oratorio, pertenece al Antiguo Testamente y relata la amistad entre David y Jonathas, que despierta la furia del rey Saúl. La trama es un tanto confusa, pero la música… la música es extraordinaria. Con coros, dúos, arias, danzas, y, por encima de todo, un perfil sonoro de la impulsividad, un retrato del choque entre lo salvaje que no cabe atemperarse y la la realidad que intenta encajonarlo.
El Ensemble Correspondances sabe jugar bien en este tipo de campos difíciles, cuando ha de construir un mundo con los elementos mínimos de la escena y con el movimiento de personajes y masas corales. Además en esta ocasión la idea de esta falta de escenografía es pertinente: el propio Charpentier limitó al máximo los recitativos y evitó el uso de una maquinaria que distrajera de la narración. En el reparto, el Jonathas de la soprano Gwendoline Blondeel rozó lo sobresaliente por matiz y búsqueda de dirección en cada intervención, sin caer en la monotonía y aprovechándose de la belleza propia de su timbre. La escena de su muerte en el último acto fue lo más emocionante de la noche. Por su parte, el David de Petr Nekoranec se esforzó en naturalizar el salto entre registros que exige su papel, con agudos de cabeza que resolvió casi siempre de forma elegante y su también conmovedora escena final. Un punto por debajo quedó el Saúl de Jean-Christophe Lanièce, que tampoco recibe por parte de Charpentier el tratamiento privilegiado de los otros dos protagonistas. Lucile Richardot y Lysandre Châlon redondearon el reparto con eficacia.
Sébastien Daucé volvió a demostrar variedad, sensibilidad y alto conocimiento de una partitura que es mucho más que simple belleza, que huye de lo acomodaticio y aporta novedades en el uso de la tímbrica. El Ensemble Correspondances respodió a la altura con una fantástica sección de violines primeros y de flautas dulces. Éxito, ovaciones y todo lo que ocurre cuando el público es feliz ante algo que hace apenas una década era impensable. Mario Muñoz Carrasco
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