Lugansky, de héroes y pianistas
DE HÉROES Y PIANISTAS
Cumplidos ya los 20 años de vida, el Ciclo de Grandes Intérpretes sigue en la brecha. ¿Qué brecha? Pues la de la continuidad, pura y simplemente. Hace años, cuando en este país éramos todos ricos, este ciclo lucía un impresionante músculo, producto del trabajo en el mejor gimnasio de los posibles: la taquilla, y particularmente la taquilla de abono. Hoy, cuando ya se ha esfumado el espejismo de aquellas riquezas de puro cartón-piedra, ha perdido ese músculo. Cuando esas cosas suceden, hay que cambiar de dieta y de tipo de ejercicio físico. Es decir de concepto: no seré yo desde mi cómodo asiento quien sugiera otros caminos, pero sí me parece que puedo constatar un problema que se suele apreciar en los conciertos de las, por otro lado magníficas, programaciones que temporada a temporada siguen presentando los responsables de las mismas: la falta de público.
O en otras palabras: hay que seguir siendo muy héroes para mantener la calidad media de todo un ciclo, como sucede en el de Grandes Intérpretes, sin levantarse cada mañana de la cama pensando en cuál va a ser el próximo sobresalto. Muy héroes y muy generosos con el público, que desde luego no está en estas coplas, para seguir manteniendo el tipo y seguir ofreciendo lo que se ofrece. Este país sigue siendo un lugar de orgullosos luchadores, a pesar del empeño que se gasta la autoridad competente en poner todo tipo de problemas a la iniciativa cultural privada. Y algunos, con verdadero orgullo de casta, ahí siguen, jugándosela, y no solo sin ayuda sino teniendo que sortear muchos pedruscos en el camino.
Conclusión: enhorabuena en tan mala hora.
Esta semana se nos pone a tiro un espléndido pianista, al que ningún buen aficionado debe ignorar. Y hace un soberbio programa, que además de bueno es inteligente porque incluye dos obras maestras que no se suelen escuchar en vivo: la Sonata op.37 , Gran Sonata, de Tchaikovsky, y el Preludio, fuga y variación op.18 de César Franck. La primera es una pieza de importante envergadura pianística, cuyo evidente virtuosismo no empaña lo más mínimo ese lirismo subterráneo tan caro siempre al autor de Cascanueces. En cuanto a la pieza de Franck, nunca entendí el poco interés de muchos grandes pianista hacia ella y otras de combinación parecida. Es una música de carácter especulativo y, a la vez, de una expresividad de la mejor vena romántica. Recuerdo con gran amor las versiones en disco de Aldo Ciccolini, un hombre que tenía una química especial con esta música. El concierto incluye igualmente tres Piezas líricas de Edward Grieg, pequeños universos expresivos que sabemos Lugansky toca con la unción y el recogimiento melódico de una música que últimamente hemos disfrutado en la espléndida grabación de Javier Perianes, y que tantos momentos de felicidad nos regaló en su día en las grabaciones de Emil Gilels y Andrei Gavrilov. Como final de la primera parte del concierto (creo que habría sido mejor dejarla para el final), la Sonata D. 958 de Schubert, o lo que es lo mismo uno de los monumentos pianísticos más importantes del primer tercio del siglo XIX (¿y de muchos tercios más de los sucesivos tercios?), que no hace mucho pudimos escuchar en la sala pequeña del mismo auditoria a la maestra Leonskaja.
Lo dicho: un concierto para disfrutar de verdad. Ni se les ocurra perdérselo. Pedro González Mira.
Nicolai Lugansky, piano. Obras de Franck, Schubert, Grieg y Tchaikovsky. Auditorio Nacional de Música, Sala sinfónica. Martes 20, 19.30. Entre 25 y 57 €.
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