De la crítica efímera
De la crítica
Sabido es que los inspectores de las guías Michelin o de cualquiera de las consideradas como referencia en la crítica culinaria no tienen por qué saber freír un huevo, pero sí han de tener paladar. De la misma forma los jueces en las pruebas olímpicas de saltos de altura probablemente se mareasen si los colocasen en lo alto del trampolín. Pero para el público está mucho menos clara la diferencia entre crítico y creador o artista en el caso de la literatura y, especialmente, en el de la música. Para muchos es obvio que un gran crítico de literatura no tiene por qué ser un gran escritor, pero para muchos menos lo está el que un crítico musical no tenga por qué saber tocar un instrumento o, ni tan siquiera, leer una partitura. Han sido muchos los críticos reputados que no han sabido hacerlo. Recordemos en España al siempre admirado Antonio Fernández Cid. Y es que la crítica es primordialmente cuestión de sensibilidad, gusto, oído, mucha experiencia auditiva y, después, de saber comunicar y de independencia. Naturalmente que el poder descifrar una partitura ayudará a quien reúna las anteriores condiciones, pero conozco muchas personas que “saben música”, pero no “saben de música”.
Pero lo anterior no quiere decir que todo el monte sea orégano y que cualquiera “deba” –no escribo “pueda” porque lo que se dice poder, pueden y lo hacen- meterse a crítico. Vale por tanto que Justo Romero, que toca bastante bien el piano, no tenga voz para cantar un aria. Vale incluso que Gonzalo Alonso, que medio tocó el piano de joven y ahora sólo lo toca para pasarle una gamuza, no entone ni una nota a capella. Pero lo que no vale es que haya quien no distinga voces ni notas -incomprensiblemente algunos son incapaces de reconocer las voces al teléfono- y luego escriba de ello con total desparpajo. Que no se me enfade nadie, pero no se puede escribir sin quedar en evidencia, como se ha escrito, “el Teatro Real felicitó el Año Nuevo con una voz en off y bastante tristona además. Mal comienzo: más que una felicitación parecía un pésame”, cuando tal voz es la de alguien como el propio Emilio Sagi con quien el firmante está harto de hablar. Y, si no hay oído, no hay crítica que valga. Porque, vuelvo al principio de estas líneas, es como un crítico gastronómico sin paladar. Es un ejemplo, pero en mi hemeroteca hay muchos más.
La crítica musical da mucho juego y pienso seguir jugando pronto a costa de los inefables conciertos de Año Nuevo. BECKMESSER.COM
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