DE LA JUVENIL MADUREZ
DE LA JUVENIL MADUREZ
57 Festival Internacional de Santander
Obras de Weber, R. Strauss y Brahms. Orquesta Filarmónica de Dresde. Director: Rafael Frühbeck de Burgos. Asami Maki Ballet Tokio, con Lucía Lacarra. Palacio de Festivales de Cantabria, 9-11 de agosto de 2008.
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Suele decir Lorin Maazel –no se sabe si para aplicárselo a sí mismo- que los directores malos, a partir de los 50, se vuelven peores, y que los buenos, desde que llegan a esas edad, son cada vez mejores. Pues bien, tal máxima, que en el fondo es muy certera, se puede aplicar en su parte más positiva a Rafael Frühbeck de Burgos, un artista que en los últimos 20 años –cumple 75 en septiembre- no sólo ha ampliado su repertorio hasta casi duplicarlo en todos los terrenos, la ópera incluida, sino que ha profundizado en el arte interpretativo con auténtico magisterio. Yendo a la praxis: una Suite de la ópera “El caballero de la rosa” de Richard Strauss, tal como la escuchada en Santander al director español y a sus músicos de la Filarmónica de Dresde –es titular de la agrupación desde el 2003 y Director Artístico desde 2006-, habría sido casi impensable hace unos años, con la orquesta transformada en la quintaesencia de la escritura straussiana y Frühbeck en el más vienes de los maestros, con absolutas filigranas de expresividad, dinámica -¡qué ‘pianissimos’!- y dicción: inolvidable. La Obertura del “Oberón” de Weber y la sólida “Primera Sinfonía” de Brahms –programa rotundamente germano, hispanizado luego en las propinas- para nada bajaron el listón de la excelencia, pero la Suite straussiana queda como un logro para las antologías.
Aplíquese de nuevo la frase de Maazel, en este caso a un coreógrafo genial desde la juventud, Roland Petit, 84 años de asombrosa fertilidad creadora, todavía hoy en activo. Si Petit –perdón por el pésimo juego de palabras –fue “grande” desde sus inicios, con hitos de la danza como “Le Jeune Homme et la Mort” o “Carmen”, las espaciadas creaciones de los últimos años, con sus prodigiosos acercamientos a la Escuela de Viena, Webern y Schönberg, “Pasacaille” y “Camera obscura”, o “Le Guepard”, o el “Duke Ellington Ballet”, reafirman la sentencia sobre el paso de los años en los elegidos. Petit, que ha hecho “suyos” a bailarines de varias generaciones, desde su esposa Zizi Jeanmaire hasta Barishnikov, desde Plisetskaya hasta Julio Bocca, se “enamoró” en los 90 de la guipuzcoana Lucia Lacarra, y para ello rehizo varias de sus coreografías o creó otras nuevas –ella fue la “Angélica” del “Guepard” precitado-; como ejemplo, dos trabajos para el Asami Maki Ballet de Tokio, “Pink Floyd Ballet” a partir del original de 1972 y el “Duke Ellington” de 2002. Si los orientales vuelven a asombrar con su capacidad mimética, en la que sólo las facciones delatan que no se han escapado del Bronx neoyorquino, Lacarra, que es de goma y parece sobrevolar la escena más que andar por ella, se metamorfosea en esa “Sophisticated Lady” creada en 1932 por Ellington y Mills. Madurez, divino tesoro…
José Luis Pérez de Arteaga
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