DE LO FANTÁSTICO A LO VACUO
DE LO FANTÁSTICO A LO VACUO
Se ha dicho que esta obra, nacida del estro de Robert Wilson, Marina Abramovic y Antony, no es una ópera. Su problema en todo caso es el de su falta de coherencia –algo que aqueja, en el Teatro Real de ahora mismo, a algunas de sus producciones y, si se quiere, también a la programación general-, de norte, de progresión. Tenemos una acción que se pespuntea con algunos de los acontecimientos que han basado la existencia hasta el momento de la creadora de performances, incluso con la cita de años muy concretos. Una vida difícil, sí, pero como tantas y tantas vidas de miles y miles de personas. Lo que se cuenta, al fin y a la postre, tiene relativa importancia y es un simple pretexto para montar un espectáculo made in Wilson: fascinante, creativo, variado, rico en sugerencias, cuajado de iconos.
Desfiles lentos de figuras recortadas sobre la luz en ademán estatuario, poleas, fantasioso vestuario, estilización máxima del ritmo escénico, escenografía delicada, cas inexistente, y soberbio manejo de la luz. Rasgos que hemos podido calibrar en el Real desde hace años, pues Wilson ha trabajado ya, antes de Mortier y de Pélleas, otras veces en Madrid. Recordemos su O corvo blanco de Glass y Osud de Janácek. Proyecciones de todo tipo intentan y no siempre ayudan a reconducir la narración, plena de movimientos propios de una película de dibujos animados, alusiones a la infancia que parecen sacadas de la película La parada de los monstruos de Tod Browning, escenas de voluntaria comicidad. Y secuencias que se hacen eternas –la de la estancia de la niña Abramovic en el hospital- con repeticiones inacabables de gesto y texto, tantas veces incongruente y enunciado por un presentador todopoderoso, una suerte de payaso de cabaret, que va y viene, habla y habla sin cesar; y que permitió a Willem Dafoe realizar un trabajo impresionante, lo mejor de la noche.
Es un collage caprichoso se ve adornado por una música irregular. Nos gustaron especialmente las intervenciones de Svetlana Spajic, de voz muy auténtica y de canto severo, con interesantes trinos glotídeos, que interpretó una serie de piezas del folklore servio. Con ella se vivieron algunas de las escenas mejor tratadas dramáticamente. El resto de la música valió bastante poco. Muy sencilla de concepción, melódica y de ritmos regulares, prestó eso sí, ambiente. Muy bien tocada y amplificada por un pequeño y magnífico conjunto de cuatro miembros que manejaban distintos instrumentos. William Basinski y Antony, sus autores. Las baladas de éste, cantadas con voz varonil y sugerente, pobretonas armónicamente, son de fácil asimilación. Pero no contribuyen precisamente a dotar de altura al producto. Marina Abramovic aparece de vez en cuando, recita y canta, bastante mal. Acertado en sus breves intervenciones el contratenor Christopher Nell.
La producción, estrenada en Manchester en 2009, entra en los nuevos planes del Real, que hace años, recordémoslo, no estrenó la ópera Luna de Nacho Cano Antes de la representación un grupo de trabajadores del Real protestaron porque, a causa de una mala gestión, han de devolver parte de lo ganado en los dos últimos años. Un conflicto nada baladí. Arturo Reverter
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