DE OTRO MUNDO: Kissin
DE OTRO MUNDO
Evgeny Kissin es un músico muy especial. Todo el mundo sabe (cuando un crítico de música dice ´todo el mundo sabe ´ debe entenderse que quiere decir: una pequeña parte del mundo especialmente civilizada sabe) que este señor, nacido en Moscú hace poco más de 40 años, está en posesión de todos los récords posibles alcanzados por la más selecta nómina de niños-prodigio: comenzó a tocar el piano a los dos años, a los seis era ya un solista de acabada planta, a los diez era un profesional y a los 17 Karajan firmaba su tarjeta como uno de los más grandes intérpretes del Primero de Tchaikovsky. Y como todo el referido mundo sigue sabiendo, tras esas hazañas de jovencito, el pianista que hoy se presenta en las grandes salas de concierto de todo el mundo está ya en posesión de una madurez musical y pianística que es reconocida y aceptada sin necesidad de ser explicada, pero que, caso de querer intentarlo, los razonamientos al uso pueden quedarse francamente cortos. ¿Por qué? ¿Por qué Kissin es tan distinto a los demás grandes pianistas del circuito, incluso a los mejores pianistas del circuito?
Creo que he escuchado todos, o al menos una importante parte de sus discos; y en más de una ocasión para hacer un comentario crítico en alguna revista especializada. Y casi siempre he tenido la misma impresión, tocara lo que tocara. Los resultados eran de una rara perfección, porque, siendo inatacable su contenido estilístico (del técnico mejor no decir nada), no lograba yo asimilarlos a un modelo digamos patrón. A ver si me explico. Uno escucha discos con obras de Schubert, Chopin, Liszt, Schumann o Beethoven tocadas por Arrau, Rubinstein, Barenboim o Zimerman, y uno encuentra nexos estilísticos. Uno piensa, esto suena a Beethovan, o a Liszt… A uno le parece que la historia del estilo ha sido escrita progresivamente, como si cada pianista respetara los hallazgos del anterior, y siempre en busca de una misma verdad. Con Kissin esta teoría hace aguas. Uno escucha sus conciertos para piano de Beethoven, y en ningún momento le parece que esté sonando propiamente al Beethoven que ha hecho escuela, al clásico, al que va desde el que Klemperer dirigió a Barenboim o el mismo Colin Davis a Arrau o Kubelik a Rudolf Serkin hasta el que Bernstein hizo junto a Zimerman. Es diferente. No suena a Beethoven. Pero es una maravilla musical a la que habría de construirle un monumento. Hace poco repasé sus grabaciones de Schumann. Un, por ejemplo, Carnaval de tempi raros y sonido infrecuente, pero no solo inatacable, indiscutible, sino una maravilla absoluta. Me recordó, en cierta medida, a lo que intentó, y no consiguió, Benedetti-Michelangeli con esta obra en su grabación. Es decir, Kissin es un tipo muy raro –eso también el susodicho todo el mundo lo sabe- , pero hasta el extremo de convertir lo que no es canónicamente ortodoxo en genialidad personal e intransferible. Por eso la asistencia a cada uno de sus recitales es total y absolutamente imprescindible.
El que ahora nos ocupa, como siempre gracias a las artes de Ibermúsica (es difícil verlo en otros ciclos porque sencillamente es muy caro, y hay que tener el arrojo de un Alfonso Aijón para correr tales riesgos económicos), tampoco es de contenido fácil de analizar. Hay en él auténticos saltos de trampolín desde muchas alturas. Comienza con la Sonata Waldstein, una obra de enorme envergadura e importancia histórica. Dice Luis Gago en sus notas al programa que “quizá sea la primera sonata de la historia que esconde en realidad un auténtico concierto para piano sin orquesta”; tal es el grado de experimentación a que Beethoven somete al instrumento aquí. El primer salto de Kissin en este recital es pasar desde este Beethoven a la cuarta sonata para piano de Prokofiev, que es una obra menos ambiciosa dentro de la producción de su autor, pero que goza de una similar aspiración orquestal. Ya en la segunda parte, Kissin, que es un hombre que traza minuciosamente sus programas y los prepara hasta la extenuación, se ocupa del binomio pianístico Chopin-Liszt. Hará cuatro Nocturnos y tres Mazurkas del primero, y la Rapsodia húngara núm.15, ´Marcha Rákóczi del segundo. Y lo hace, a juzgar por la elección, con un planteamiento básico: el piano de estos dos gigantes está construido sobre una importante base virtuosística, pero va creciendo hacia un sentimentalismo auténtico, veraz, de un fuerte contenido expresivo, en busca de las emociones más recónditas e íntimas. Esta dicotomía es romanticismo puro, un terreno en el que el visionario Kissin se mueve con arrolladora personalidad y una voluntad inquebrantable para hacer de lo heterodoxo una verdadera y única creación, solo posible cuando se es un músico de otro mundo. Pedro González Mira
Evgeny Kissin, piano. Obras de BEETHOVEN, PROKOFIEV, CHOPIN y LISZT. Domingo 16, 19.30. Entre 60 y 168 €.
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