Del Monaco, 30 años después
Del Monaco, 30 años después
No soy muy dado a las efemérides necrológicas pero, por casualidad, el pasado dieciséis leí un tuit que comentaba que tal fecha hacía treinta años del fallecimiento de Mario del Monaco. Envié un sms a su hijo, en el que simplemente le saludaba en aquel día y se me ocurrió poner un cd para recordar aquella voz. No fue uno, sino uno detrás de otro hasta ocupar toda la tarde y acabar con una “Vurria” antológica. Esa audición es la que me impulsó a dedicar al tenor mi artículo de esta semana y no sólo a él, sino a una época que lamentablemente terminó para abrirse otra bien distinta en la que vivimos hoy.
Mucho de quienes seguimos la ópera desde los años sesenta comentamos con frecuencia, con mucho desasosiego, lo fácil que resulta que una representación acabe por desinteresarnos o incluso aburrirnos. Tras escuchar a del Monaco en escenas de “Turandot”, “Otello” o “Trovador” me quedó muy clara la razón que, quieran o no los enfant terrible de las direcciones artísticas actuales, es la causa fundamental de que las ovaciones al final de los espectáculos hayan reducido intensidad y duración. Acababa de escuchar a Marco Berti y a Johan Bota, dos de los tenores del momento, como Calaf y a Otello respectivamente. El primero insulso y el segundo de pena. Manrico fue un tal Gwyn Hughes, quizá adecuado para cantar el papel en inglés en la Welsh National Opera pero perdido en las inmensidades del Metropolitan. Ésto es lo que tenemos y nivel similar se da no sólo en las voces sino también en quienes regentan los destinos de los teatros y, por qué no admitirlo, en la misma crítica. Demasiado marketing, poca sustancia y mucha falsedad disfrazada con teorías pobres, a poco que se analizan, que el público cree de la misma forma que algunos catalanes piensan que España les roba, porque los medios de comunicación así se lo han machacado.
La voz de del Monaco tenía quizá más squillo que volumen, un color broncíneo personalísimo e inconfundible y algo posiblemente aún más importante: transmitía entrega y credibilidad. Esto apenas existe ya. Tras escuchar al cantante de Mestre, uno de los representantes de la última edad de la verdad en la lírica, le entran ganas a uno de imitar a los Rivera Ordoñez, cortarse la coleta y no volver a pisar un teatro si no es para escuchar a Flórez en Rossini o a Kaufmann en Strauss.
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