Der ferne Klang en Sevilla
DIARIO DE SEVILLA, 8 de noviembre de 2006.
Der ferne Klang, de Franz Schreker
A. Weber, R. Künzli, W. Newerla, C. Otelli, C. Bieber. Dirección escénica: Peter Mussbach. Dirección musical: Pedro Halffter. Teatro de la Maestranza, Sevilla, 7 de noviembre.
A pesar de jugar con la ventaja de tratarse de un estreno nacional y que, por tanto, casi nadie dispone de un referente para comparar (salvo las grabaciones), afrontar el reto de programar Der ferne Klang es un riesgo que suponemos ha valorado la dirección artística del Maestranza. Y no me refiero al riesgo de poner en escena una ópera desconocida (¡hay tantas y tan buenas que esperan salir del olvido!), sino al desafío de poner en valor una obra de perfiles ambivalentes y de unidad estructural y musical discutible.
A un libreto bastante farragoso, cuajado de conceptismo, verboso y excesivamente simbolista, se le añade una dimensión musical francamente interesante en el apartado orquestal, pero monótona y sin interés en el vocal. Por añadidura, la puesta en escena de Mussbach retuerce aún más el ya de por sí intrincado sentido del argumento, confunde más que explica y, al final, aburre dramáticamente. Una pena, porque técnicamente está bien resuelta, con una iluminación que esculpe las figuras y una escenografía sugerente, con muy atractivas proyecciones y una eficaz interacción entre el tul de transparencia y los decorados. El problema viene de que no hay manera de entender nada si no se ha leído previamente y a conciencia el libreto (y en alemán, porque el Maestranza ha realizado la primera traducción castellana).
Pedro Halffter ha encontrado (y ello ha debido influir en su elección) la ópera a la medida de su perfil como director de foso, pues estamos ante una composición eminentemente sinfónica. Halffter sabe encontrar ese sonido brillante y reluciente de la Sinfónica, desplegar grandes tapices sonoros y deslumbrar con la suntuosidad de la orquestación brillante y densa de Schreker. Salvo en el preludio del primer acto, demasiado lento y sin relieve, el resto de la partitura encontró a un fiel intérprete, con momentos de especial belleza como la furiosa danza del final del segundo acto o el Nachtstück del tercero.
Claro que la contrapartida a tanta exhuberancia orquestal era el riesgo de tapar a la voces. Sólo aquéllas más robustas y de mejor proyección se hicieron audibles. La principal perjudicada fue Astrid Weber, una bonita voz y muy expresiva, pero cuya manifiesta debilidad en la zona grave y su no excesiva potencia la relegaban a ser un sonido lejano. No ocurrió así con Künzli, un buen tenor heroico que empezó con frialdad y destemplanza para mejorar notablemente tras el segundo acto. Notables Otelli y Bieber y deplorables las tremolantes señoras.
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