Desde Cataluña con… temor (1a parte)
Desde Cataluña con… temor (1a parte)
España no es la octava potencial mundial. Han tardado en darse cuenta del engaño. No es un país suficientemente desarrollado y Cataluña no es más que una comunidad autónoma con delirios de grandeza por no desanclarse de su pasado, por no saberse renovar y revivificar su enorme potencial. Por eso su operatividad se devalúa ante la protesta repelente y persistente de una sociedad catalana que está acomodada en lo que los sociólogos han bautizado el “sofá social”. La Cataluña actual sería incapaz de crear un ente como el Gran Teatro del Liceo, de potenciar las autopistas o de echarse a la calle para protestar por la subida de 5 céntimos en el billete de tranvías como antaño. Cierto es que también hay movilizaciones oportunas y nacen organizaciones de denuncia como las surgidas tras la deplorable gestión de las consecuencias de la nevada del pasado marzo, pero la situación musical es un reflejo de esta crisis de país. ¡Hasta lo reconoció Pujol! No sólo es una crisis económica, es de país. Lo que implica crisis de modelos de crecimiento, de identidad. Los tiempos de gloria y de liderazgo fueron otros. Los de opresión, también fueros otros. El presente es más de manipulación y demagogia.
En lo musical y en lo lírico en particular, Cataluña sufre otra de las grandes contradicciones. Frente a la pluralidad de festivales de verano, las temporadas sinfónicas y operísticas regulares son cotos elitistas y endogámicos. Los monopolios de agencias son una realidad: algunas dentro de la región; otras fuera, como la de Ros-Marbà y la Real Filharmonía de Galicia. Bienvenidas son las nuevas iniciativas como la del Centro Robert Gerhard cuya política artística augura un buen futuro en lo musicológico y lo patrimonial, aunque no faltan los temores sobre la gestación un nuevo círculo cerrado. Un ligero hedor empieza a fraguarse.
El tema de las influencias, los agentes y los circuitos bien merece una cita histórica de la mano de Normann Lecbrecht. Recordemos los tiempos de la CAMI neoyorquina y los últimos años del monopolio artístico creado por Arthur Judson. Su heredero, Billy Judd fue destronado por otro heredero, Ronald Andrew Wilford, quien se convertiría en uno de los grandes hurones del management del mundo de la clásica del último tercio del siglo XX. La cultura musical, como entonces sigue en unos circuitos donde la homosexualidad parece ser un visado para saltar fronteras. Afortunadamente, hoy en día la orientación sexual no es un delito castigado ni sufre el chantaje, la marginación o la clandestinidad de antaño. Recuérdese que éste fue el recurso que derribó a Judd cuando Wilford llevó a término su conspiración para dirigir la magna agencia artística. Pero hoy día casi parece suceder lo contrario: la homosexualidad legitima los favores y los contactos. No nos sorprende: también durante esa clandestinidad era una moneda de cambio pero cuando esto condiciona el funcionamiento de teatros con enormes subvenciones públicas ya es más denunciable. La homosexualidad tuvo y tiene en la comunidad artística una capacidad paradisíaca que ha permitido pasar de la tolerancia o el benigno desinterés a una “oligarquía” o, mejor dicho, una “oligayquía”.
De ahí que lo de ser gayfriendly empiece a ser preocupante. ¿Acaso no se pueden entiender así los estrechos círculos que durante años han restringido la variedad de artistas nacionales –salvo los más rentables como Carlos Álvarez, Ángeles Blancas o Stefano Palatchi-? Recuerdo que hace algunas semanas, en una charla ofrecida en una facultad de Barcelona, Joan Matabosch destacaba como artistas “gestados en la casa” a Simón Orfila y a Joan Martí-Royo. ¿No es una cifra paupérrima para 10 años de gestión? Del primero cabe decir que simplemente circuló por el coliseo y que ya venía con un cierto nombre, no creció en él en un sentido estricto. Del segundo hay que recordar la insuficiencia de su instrumento como barítono operístico a pesar de la musicalidad y gusto en el fraseo. Les invito a escuchar el recientemente comercializado disco “Anima, ópera catalana” (Columna Música) para observar las carencias técnicas de este cantante.
No olvidemos tampoco las ansias de cosmopolitismo y grandeza de la gestión Matabosch: muy acertadas en ocasiones, desastrosas en otras. Por ejemplo, ha sido una constante la elección de extranjeros para comprimarios y secundarios. Parece que la comisión artística creada hace meses debía velar para diluir el feudo foráneo del nuevo coliseo. No obstante algunos se preguntan si a su vez son la guardia protectora de otro socavón económico como el del Palau.
El Liceo sólo se ocupa de los que tiene cerca cuando los fondos escasean, para alguna sesión en el foyer o hay que producir los espectáculos de El petit Liceu. Entonces el contrato de músicos autóctonos parece lícito. Eso sí, a cambio de cantidades irrisorias para papeles que, en el tercero de los ejemplos, sólo cantarán en producciones minoritarias puesto que lo hacen en catalán y con lógicos cortes en la partitura dado el público al que se dirigen. ¿Qué artista nacional puede formarse así en un teatro con esta dinámica? ¿Dónde están los cantantes que deberían de casa que deberían crecer como en los tiempos de Pamias? El tema da para mucho pero son sintomáticas las cartas al director en una reconocida revista. Muchas coinciden en que la crisis económica no es tan grave como la desidia suscitada ante las producciones del Liceo lo que produce la debacle de abonos en las dos últimas temporadas. El ejemplo más reciente y que evidencia la incompetencia y el desinterés de las autoridades culturales y las comisiones de gestión de la entidad es el fiasco artístico y el despilfarro económico de la función retransmitida por televisión de Il trovatore con presencia monárquica incluida. Se quiso celebrar por todo lo alto los 10 años de la reinauguración del coliseo. El resto ya lo saben y si no en los foros hay opiniones muy acertadas.
Pero es que lo del Liceo da para mucho, para mucho más. Empezando por la cantidad de gente que trabaja en administración y el progresivo exterminio del coro por exceso de presupuesto o la no menos escandalosa participación de Intermezzo como agencia de refuerzos. Lo que en el Real madrileño parece darse no tardará en suceder en Barcelona. R.B.
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