Diálogos de Besugos de 2000 otros 5
La Razón: Tiempos muy revueltos para la lírica. domingo 16 de enero de 2000. Tiempos muy revueltos para la lírica.
El Teatro Real se enfrenta a una de las épocas más conflictivas desde su reinauguración Las críticas desde diferentes sectores a la gestión de Juan Cambreleng al frente del Real y la amenaza de una huelga para el día 25 en el coliseo son los penúltimos capítulos de una historia que parece estar más viva que nunca. Más que de ópera, el Teatro está representado su propia opereta. Cambreleng, en el interior del Teatro Real Gema Pajares – Madrid .- La situación que en las últimas semanas vive el Teatro Real de Madrid no acabará, seguramente, hasta el mes de marzo, fecha en que se celebrarán los próximos comicios. El coliseo, desde su inauguración en 1997, ha vivido tiempos de relativa bonanza, pero han sido muchos más los asuntos tormentosos que se han cernido sobre él. El penúltimo escándalo, los incidentes registrados en la gala homenaje a Alfredo Kraus, pueden dejar vacante el puesto de Juan Cambreleng, como gerente del Real. Sin embargo, éste es un capítulo más de un rosario de problemas a los que ahora se suma una huelga (que parece que tiene fecha ya fijada) que se celebrará el próximo día 25, coincidiendo con el estreno de la ópera «Lady Macbeth the Mtsensk», de Dimitri Shostakovich, que dirigirá Rostropovich. El personal del área de servicios del Teatro Real, integrado por el colectivo de acomodadores -el más numeroso, con 44 trabajadores-, azafatas (11), telefonistas (3), conserjes (7), personal de información (2), personal de taquillas (5) y guías (2) pasa, según sus propias palabras, por una situación «que ya es insostenible y que viene de lejos». Problemas de tipo salarial y relativos a las condiciones laborales y la reivindicación de que sea el Teatro Real y no la empresa de servicios temporales Umano Servicios Integrales, S.A. la que directamente les contrate, así como el poder formar parte de la plantilla del Teatro, son los motivos que han desencadenado la adopción de medidas de presión. «Queremos un sueldo digno y unas condiciones laborales dignas. Sólo reclamamos lo que nos pertenece». Se quejan, asimismo, de estar obligados a desempeñar labores que no les corresponden, por falta de personal (entre las que incluyen las de seguridad), así como de no percibir retribuciones extraordinarias por realizar actividades paralelas, para las que la Fundación Teatro Lírico sí tiene un presupuesto y argumentan estar en desigualdad de condiciones con respecto a trabajadores de otros teatros: el sueldo de un acomodador contratado por Umano es de 55.121 pesetas (catorce pagas). El presupuesto de la Fundación Teatro Lírico Teatro Real para un acomodador se sitúa en torno a las 120.000 pesetas (catorce pagas) más 1.500 pesetas/hora por actividades paralelas. El sueldo base de un acomodador en el teatro de la Zarzuela, contratado por el Ministerio de Educación y Cultura (se trata de personal laboral fijo) es de 105. 651 (catorce pagas, trienios y complementos). Los ataques, pues, contra los responsables de esta situación de tensión en el Real (el colectivolanza sus dardos contra Francisco Gutiérrez de Luna, responsable del área de Administración y Servicios) no amainan. Muy al contrario, arrecian. El maestro Gómez Navarro se ha visto también implicado en estos sucesos y recibe los constantes ataques de un pequeño sector del público que sistemáticamente intenta boicotear sus actuaciones. La próxima cita será antes de la representación de «El caballero de la rosa», que dirigirá Gómez Navarro.
EL MUNDO: La actividad musical del Teatro Real, víctima de las luchas políticas. Domingo, 16 de enero de 2000
A dos meses vista de las elecciones generales, parece más que improbable que «ruede la cabeza» de Juan Cambreleng – Cultura no renunciará a intervenir en el desarrollo de la institución La actividad musical del Teatro Real, víctima de las luchas políticas.BORJA HERMOSO
MADRID.- Dos años y tres meses después de su reapertura como coliseo operístico, el Teatro Real de Madrid ha vuelto a convertirse en objeto de discusión, y no precisamente musical. El surrealista y desgraciado episodio del fallido homenaje a Alfredo Kraus, el pasado día 7, con la incomparecencia de Luciano Pavarotti como guinda, ha desencadenado la enésima controversia en torno al más caro de los proyectos culturales españoles del siglo. Ha sido una semana plagada de acusaciones graves y defensas a la desesperada entre el gerente y máximo responsable de la institución, el abogado canario Juan Cambreleng, y sus detractores -muchos, y no sólo en las filas de la oposición socialista, sino en las mismísimas butacas del Gobierno del PP que impulsó su nombramiento-. A dos meses vista de las elecciones generales, no parece factible que los evidentes signos de incomodidad registrados en el Ministerio de Educación y Cultura hacia la postura de Cambreleng en el olvidable homenaje a Kraus se conviertan en una inmediata petición de cabeza… aunque nada es descartable (la comisión ejecutiva de la Fundación Teatro Lírico se reunirá mañana). Sí es fácil pensar que, haya gabinete popular o socialista después de marzo, el sillón del Teatro Real se moverá. Y es que de aquel inusitado consenso construido en julio de 1995 por el PP (Alberto Ruiz Gallardón) y el PSOE (Carmen Alborch) para que el Real arrancara en paz, parece haberse pasado a otro incipiente consenso -e involuntario, desde luego- con vistas a un relevo en la gestión del teatro de la Plaza de Oriente. Porque si los responsables socialistas en materia cultural (o sea, Joaquín Leguina) han hecho ya de la cabeza de Cambreleng una de sus prioridades inmediatas -y el escándalo provocado por la espantada de Pavarotti les ha venido de perlas-, tampoco puede decirse que el gerente del Real goce ahora mismo de amplios favores en el Ministerio: a la tradicional mala relación entre Cambreleng y el secretario de Estado de Cultura, Miguel Angel Cortés, se sumaron el miércoles las declaraciones a la cadena SER del ministro Mariano Rajoy, desautorizando la actitud de Juan Cambreleng en el homenaje a Alfredo Kraus. Rajoy y Cortés estaban ya sentados en sus butacas, con el recital a punto de empezar, cuando se enteraron de que Pavarotti no cantaría, pese a que la dirección del Real conocía la ausencia del tenor de Módena desde el mediodía. El titular de Cultura dijo que lo idóneo hubiera sido «colgar unos carteles informativos en la puerta del recinto anunciando su retirada». Ambos tuvieron ocasión de asistir al abucheo monumental que gran parte del público dedicó a Cambreleng cuando éste anunció la renuncia de Pavarotti. Posteriormente, algunos espectadores airados rompieron puertas del teatro y llegaron a agredir a varios empleados del Real que trataban de calmar los ánimos.
Estas escenas más propias de un corral de gallos de pelea que de un teatro de ópera -y las propias declaraciones de unos y otros- tienen un trasfondo tan evidente como triste: lejos de la idea unitaria y comprometida que de la cultura se tiene en otros países, como Francia por ejemplo, España sigue siendo el ejemplo más claro de cómo esas formas de cultura acaban sistemáticamente convertidas en armas arrojadizas de la lucha política. Tampoco parece que algunos altos responsables de la política cultural del país estén dispuestos a renunciar a su dosis de protagonismo en el funcionamiento mismo del Teatro Real, incluso en la programación, e incluso con indisimuladas presiones en favor de autores y títulos. No hay que olvidar que uno de los enfrentamientos larvados en la jovencísima nueva etapa del Real es el que ha venido oponiendo al propio Cambreleng con Miguel Angel Cortés, quien desde la Secretaría de Estado de Cultura insistió durante muchas semanas para que el escenario del Real acogiera el montaje de Luna, la ópera de José María Cano que Cambreleng definió como «cualquier cosa, menos ópera». De hecho, Cambreleng -que en los últimos días ha preferido mantener un mutismo casi monacal- ha denunciado en más de una ocasión la falta de independencia en el ámbito de la gestión artística: «En el Real hay un equipo de profesionales muy bien preparados; la Administración no tiene por qué asumir riesgos que no le competen», declaraba a este diario en noviembre de 1997, nueve meses después de llegar a la gerencia del teatro. Su reivindicación de un teatro de ópera ajeno a las luchas políticas ha quedado, está claro, en vía muerta. Durante estos últimos días, una de las críticas más insistentes hacia la gestión de Juan Cambreleng se ha referido al punto de partida mismo del recital en honor de Kraus.
El equipo directivo del Real, con Cambreleng a la cabeza, pensó que reunir a la tríada Pavarotti-Domingo-Carreras sobre el escenario del Real podía ser una buena fórmula para rendir homenaje a la figura de Alfredo Kraus. Pero sucede que entre el gran tenor canario y sus tres ilustres colegas nunca hubo una relación precisamente fluida, bien al contrario, sus concepciones de la ópera y de las relaciones entre el público y el espectáculo belcantista fueron casi siempre diametralmente opuestas. El caso es que al final, de los tres tenores, sólo uno, Plácido Domingo, cantó en la noche del día 7. Pero está claro que el gerente del Real, en ese sentido, se lo puso fácil a sus máximos detractores con su ingenua voluntad de hacer posible una reconciliación póstuma. El Teatro Real de Madrid costó 21.000 millones de pesetas y su reapertura -tras un auténtico via crucis de ataques políticos entre la izquierda y la derecha- se produjo con cinco años de retraso. Parecía lógico pensar que tras semejantes avatares y con semejante coste (de dinero público) los aficionados españoles a la ópera iban a contar con un teatro lírico de calidad, libre de ataduras políticas y -sobre todo- con vocación de ir cambiando poco a poco el carácter minoritario y elitista de la ópera por una vocación más cercana a la cultura popular. Dos años y tres meses son muy poco tiempo cuando se habla de compromisos operísticos. Pero son, quizá, suficientes, como para darse cuenta de que el Real no ha encontrado su rumbo.
Artistas y políticos opinan sobre el rumbo del teatro tras el escándalo del homenaje a Kraus. Críticas, apoyos y sugerencias para el futuro del coliseo. Artistas y políticos opinan sobre el rumbo del teatro tras el escándalo en el homenaje a Alfredo Kraus. NATALIA LAGO
MADRID.- Tras el episodio rocambolesco vivido la semana pasada, al Teatro Real ha llegado la calma. Nadie quiere hacer declaraciones a la espera de la reunión de la Comisión Ejecutiva, mañana por la mañana, presidida por el secretario de Estado, Miguel Angel Cortés. Los profesionales de las artes escénicas observan la situación que, a juicio de muchos, se ha desbordado y exagerado. Creen que el Teatro Real es aún muy joven para demostrar sus logros. Todavía en sus mentes están frescos los grandes esfuerzos que se hicieron para ponerlo en marcha en 1997. Cristóbal Halffter.- El compositor cree que lo ocurrido en el homenaje a Kraus se ha sacado «de contexto». «Pensar que un escándalo como éste pueda provocar un cambio en la gerencia, me parece absurdo. Es como matar moscas a cañonazos». Es optimista respecto al futuro. En su reflexión diferencia una doble posición. «Como autor de Don Quijote, la ópera que estrenaré allí al mes que viene, no puedo más que ser agradecido por la acogida de mi proyecto. Como ciudadano, he visto cosas de gran interés. El Teatro Real está a la altura de los más grandes de Europa». Halffter cree que el Real cumple los objetivos para los que fue creado. «Los que están en contra, no sé que quieren. Me gustaría que pasaran un tiempo en Viena o Berlín y después comparasen».
Carmelo Bernaola.- El músico explica que desconoce la gestión del Teatro Real, sin embargo, reconoce que se han hecho muchas cosas. «Pero siempre fui partidario de tomar como base otros presupuestos, de hacer un teatro más modesto como en Polonia o Bulgaria, con cantantes y coros españoles, sin abandonar, por supuesto, que puedan existir grandes superproducciones con divos y divas». Bernaola cree que se deberían emprender otro tipo de acciones como «fomentar los valores españoles o hacer que más gente acuda a la ópera». Mauricio Sotelo.- El compositor, que estrenó la pasada temporada su ópera De amore, cree que un hecho puntual como éste no es suficiente para cuestionar la política de un teatro ni para «pedir la cabeza de nadie». Sin embargo, piensa que el Real debería ser otra cosa. «Nos jugamos el futuro de la relación de la sociedad con el hecho cultural de un país. La gestión actual es muy conservadora, se ha apostado por ella y conlleva un gran endeudamiento económico y un distanciamiento con el público, en lugar de un modelo ágil y moderno. En España, no tenemos tradición en la gestión de un teatro operístico. Por eso, no deberíamos temer una dirección artística en manos de un profesional, aunque fuera extranjero».
José Ramón Encinar.- El actual director estable de la Orquesta de Lisboa cree que lo ocurrido es uno de los riesgos del programador. Encinar piensa que el funcionamiento del teatro hay que medirlo por dos raseros: «Por un lado, el nivel de público, que creo que va francamente bien. Por otro, el plano artístico, que por mis inclinaciones me gustaría que hubiera mayor presencia de la música de nuestro siglo, aunque exista actualmente. La programación me parece bastante equilibrada. El Real es más abierto que otros coliseos internacionales». Ainhoa Arteta.- La soprano no está muy al día del funcionamiento del Teatro Real. «Llevo dos años intentando hablar con ellos y todavía no me han invitado a cantar en él. Si ignoran mi trabajo no tengo tiempo de preocuparme por el suyo. Ellos realizan la gestión que quieren y eligen a los cantantes que desean. El comité artístico no considera oportuna mi presencia. Lo siento, sobre todo, por Madrid». La cantante lamenta también las injerencias políticas en el arte, en general. «Las regencias de los teatros tienen que ver con los políticos. Depende de quién esté en el poder, les va mejor a unos o a otros».
Antón G. Abril.- «Creo que para el poco tiempo que lleva funcionando es magnífico. Tiene un repertorio de títulos clásicos para captar públicos y atiende a compositores del siglo XX, incluidos los españoles. Posee una política interesante dentro de un teatro de ópera moderno y actualcomo es el Real», dice el compositor, que estrenó su ópera Divinas palabras en la primera temporada del teatro. Piensa que se está creando un nuevo público. «Una parte está anclada en la tradición, sin embargo, otra, está abierta a los contemporáneos. Es un lujo, pero nunca llueve a gusto de todos».
Joaquín Almunia.- El secretario general del PSOE y candidato a la Presidencia de Gobierno calificó de «vergüenza» el homenaje a Alfredo Kraus, durante la presentación del programa de su partido en materia cultural. Para Almunia, un Gobierno socialista «fomentaría ofertas que permitieran acceder al teatro a grupos sociales que hoy lo tienen vedado. Además, le dotaría de una programación de vanguardia, mediante la creación contemporánea y la recreación del repertorio».
Josep Maria Flotats.- El actor, que bate récords de taquilla a diario en Madrid con Arte, siente un poco de envidia por el escándalo y los abucheos del Teatro Real. «Significa que es un teatro vivo». Flotats cree que la programación del coliseo madrileño es muy parecida a la de la mayoría de las salas europeas. «Como amante de la ópera, veo cada vez un público más deseoso de acudir a las representaciones. He visto dos títulos y me han parecido de una gran calidad». Flotats cree que en función de las épocas se politiza la cultura. «Son dos cosas diferentes. Los artistas que estamos encima de un podio somos utilizados, queramos o no. Yo soy el personaje más conocido por ser víctima de esa prepotencia política inaceptable». Pedro Halffter Caro.- El joven director de orquesta opina que la trayectoria del Real es comparable a la de los teatros internacionales. «Para mí, el público se tiene que asentar y valorar el esfuerzo que hacemos para que nuestro trabajo le guste. Los músicos necesitamos su apoyo. Por eso, deben pensárselo antes de abuchear porque para hacerlo se debe entender mucho de ópera». Guillermo Heras.- El director de escena manifiesta su perplejidad ante los acontecimientos. «En la ópera existe mucha gente anclada en el divismo, en el mercado, en algo que pertenece al pasado. Tenemos que conseguir nuevos públicos, repertorios y profesionales. El Teatro Real cumple una función, que en su estructura inicial, ya pertenecía al siglo XIX. Mi idea de ópera del siglo XXI pasa incluso por otro edificio, que ya condiciona el repertorio y la tradición, que ha sido siempre muy conservadora». Emilio Sagi.- El que fuera director artístico del Teatro de la Zarzuela hasta el pasado mes de diciembre y colaborador del Teatro Real en varios montajes no entra en la gestión del coliseo. «Cada uno hace las cosas de una manera diferente. No podemos analizar la política cultural de un teatro con tan poco tiempo. Todavía tiene mucho que decir».
EL PAIS Domingo 16 enero 2000. La resaca del Real Con tres años cumplidos y 21.000 millones gastados, el centro prepara un relevo en su dirección
La revuelta del público el pasado día 7 en el Teatro Real al enterarse de que el tenor Luciano Pavarotti daba la espantada en el homenaje a Alfredo Kraus ha sacado a flote las miserias de un teatro que, con tres años cumplidos y 21.000 millones gastados, no termina de colocarse entre los grandes escenarios de Europa. Dos miembros de su órgano de dirección denuncian ya en público que existe una falta de profesionalidad clara por parte de su gerente, Juan Cambreleng. Y hasta sus más acérrimos defensores reconocen como una de las principales lacras el hecho de que el teatro no sea accesible al gran público. Todo apunta a que después de las elecciones del 12 de marzo se producirá un relevo en la dirección.JESÚS RUIZ MANTILLA, Madrid
Fueron 22.000 millones de pesetas de obras, y son ya 20.981 millones los que se llevan gastados desde que el Teatro Real resurgiera de años de reformas, accidentes y malos augurios, sobre los que el Tribunal de Cuentas ha anunciado que se dispone a abrir una investigación. Tanto esfuerzo se invirtió y se invierte en hacer de este escenario un primera división de la ópera mundial. ¿Pero lo es realmente? Quizás los acontecimientos del pasado día 7 en el homenaje a Alfredo Kraus vinieron a poner de manifiesto que el Real es, por lo menos, un teatro con problemas. Y es que una institución que mueve 6.559 millones de pesetas al año como presupuesto -de los cuales, el 80% se destina a las producciones artísticas- es normal que los tenga y que encima haya cuchilladas para hacerse con las riendas, que en la actualidad mueven su director artístico, L. A. García Navarro, y, sobre todo, su gerente, Juan Cambreleng, que esta semana se ha colocado en el centro de todos los objetivos, armamentísticos, se entiende. En buena hora se le ocurrió a la dirección del teatro organizar una gala en memoria de Alfredo Kraus e invitar a Luciano Pavarotti, que siete horas antes de que se levantara el telón anunció que no se presentaría.
Los incidentes y la revuelta del público, al enterarse de la noticia sentados en sus butacas -luego se sabría que hasta el ministro de Educación y Cultura, Mariano Rajoy, y el secretario de Estado, Miguel Ángel Cortés, también tuvieron buena cuenta de ello en sus sitios-, desataron la caja de los truenos de un teatro que, para algunos, no da la talla de lo que se esperaba de él, lo cual, con un público exigente como el madrileño, siempre es un problema. La crisis de esta pasada semana en el Real ha puesto de manifiesto que el patronato, máximo órgano de dirección del centro, compuesto por 16 miembros nombrados entre el Gobierno central y la Comunidad de Madrid, está dividido y que la Administración cada vez está más descontenta con la forma de llevar el mismo. Dos patronos nombrados por el Ministerio de Cultura, Josefina Halffter y el escenógrafo Joaquín Álvarez Montes, denuncian ya en público que la gestión del teatro adolece de una falta de profesionalidad evidente. “Es sólo comparable a los países del Tercer Mundo”, cuenta Álvarez Montes, quien coincide con Josefina Halffter en que no es la forma como el Partido Popular les había insistido y prometido que se harían las cosas. “Yo he escuchado al mismo José María Aznar decir que se profesionalizaría la gestión cultural, algo que en los países más serios requiere una formación universitaria, no como aquí”, agrega Montes. Con ellos aseguran que coincide una parte importante del patronato. Algunos, como el actor José Luis Gómez, renunciaron ya a su cargo por desavenencias. Pero después de lo de la pasada semana, si por una parte ya se estaba intentando buscar recambio a la dirección artística -para lo cual se han mantenido contactos por parte del Ministerio de Cultura con Helda Smith, una asesora operística de centros como el Covent Garden que acaba de aceptar la dirección del Palacio de las Artes de Valencia, o de directores de orquesta de primera fila, como Riccardo Chailly-, ahora no hay dudas de que la hora del gerente está cerca. La cuestión es cuándo.
Todo apunta a que será después de las elecciones del 12 de marzo porque a nadie le interesa reconocer un fracaso en plena campaña. Mañana, en la comisión ejecutiva del centro, a la que asistirán representantes del ministerio y de la Comunidad de Madrid, ante quienes Cambreleng dará explicaciones de lo sucedido, no se esperan ceses ni dimisiones. Una cosa es evidente: el otrora protegido por miembros del Gobierno como Rodrigo Rato, a quien ha hecho de guía en el Festival de Salzburgo, o por la ex ministra Esperanza Aguirre, que ya no ocupa su cargo, vive sus horas más bajas y cuenta ahora, según cargos del Ministerio de Cultura, con el único apoyo de Alberto Ruiz-Gallardón, presidente de la Comunidad Autónoma de Madrid. Mientras todo ocurría esta semana, mientras los patronos saltaban a los medios de comunicación denunciando al gerente y el ministro Rajoy desautorizaba públicamente a Cambreleng diciendo cómo se podía haber evitado lo que se produjo informando al público antes de entrar en la sala, según él, fuentes del Ministerio de Cultura aseguran que Cambreleng no entra en razón y han puesto una oferta sobre la mesa al recién dimitido responsable del Teatro del Liceo, Josep Caminal, que éste ha rechazado. El gerente, que no ha querido hablar con EL PAÍS a lo largo de toda la semana, también ha encontrado muestras de apoyo a su gestión por parte de Andrés Ruiz Tarazona, director del Instituto Nacional de Artes Escénicas (INAEM). “La marcha del Teatro Real es buena. Se inauguró con unas prisas tremendas y tanto los responsables artísticos como la gerencia han hecho lo posible por hacerlo andar, y el hecho de tener enemigos es normal, eso es que la cosa va bien. Lo que nos preocuparía es que no los tuvieran”, asegura Tarazona. Pese a sus juicios elogiosos, Tarazona piensa que hay cosas que se pueden mejorar. Es el caso del acceso del público al teatro. “Habría que intentar poner en marcha funciones para jóvenes que no tienen capacidad adquisitiva para comprar entradas ahora”, dice Tarazona, pensando en los repartos alternativos, algo que se ha puesto en funcionamiento en el Liceo de Barcelona con gran éxito, por ejemplo. “Lo malo de eso es que aquí”, según el director del INAEM, “el público no se conforma con cualquier cosa, porque ya vio usted cómo se pusieron el otro día por caerse Pavarotti del cartel, una reacción que me parece lamentable considerando, por otra parte, que el público siempre tiene razón”. Asunto espinoso El acceso del público al teatro es uno de los asuntos más espinosos y algo que ha hecho saltar también a los patronos críticos. La gota la produjeron unas declaraciones de Cambreleng a un periódico digital, en las que aseguraba que quien no contaba con un abono para la temporada del teatro no era nadie. El último problema para el polémico gerente los plantean 74 de los 235 trabajadores del teatro, que ayer anunciaron su intención de protagonizar un plante u otro tipo de protesta el próximo 25 de enero, coincidiendo con el estreno de uno de los títulos más esperados de esta temporada, la ópera de Dimitri Shostakovich Lady Macbecth de Mtsensk. Los trabajadores se quejan de que el teatro les obliga a hacer tareas no contratadas, y hablan de “esclavitud”. El Real responde que no son empleados suyos, sino de una empresa de servicios denominada Umana. Los trabajadores piden ser contratados directamente por el Real. Montajes poco exportables
Elena Salgado, ex responsable del Teatro Real, también apunta a la profesionalización en la gestión como una de las garantías para el futuro del teatro. A la profesionalización y a la desvinculación de los responsables ejecutivos del teatro del mundo de la promoción musical. Y eso tiene que ver con la anterior relación del actual gerente del Teatro Real, Juan Cambreleng con la empresa MusiEspaña, creada por él en 1992 junto a Humberto Orán y al representante Enrique Rubio, como administradores, y con María Paloma Martín Santos como apoderada. Cuando Cambreleng accedió al Real, Martín Santos ocupó en la empresa el puesto de administradora. La contratación de cinco cantantes que llevaba la empresa al inicio de la gestión de Cambreleng, cosa que prometió que no volvería a hacer, levantó dudas sobre sus pretensiones. Otra de las cosas que el ministerio dirigido por Esperanza Aguirre echaba en cara a la antigua dirección del Teatro Real era, según Elena Salgado, el hecho de que para ellos las producciones propias que habían planeado eran muy pocas. “No podemos convertir al Real en un garaje para producciones de otros teatros”, me dijeron en el ministerio, cuenta Salgado. A fecha de hoy y con casi 30 montajes estrenados, el Real sólo ha producido ocho, que serán diez al final de la presente temporada. Pero lo más grave es que un teatro que se precie de ser de primera fila los habría exportado fácilmente. A fecha de hoy, en el teatro afirman que de los diez montajes previstos sólo se ha vendido uno, el que tienen previsto estrenar el próximo 25 de enero, Lady Mcbeth de Mtsenk, que se verá en Buenos Aires, en Nápoles, Japón y probablemente en Moscú. También hay, según los responsables del teatro, posibilidad de exportar La Bohème, Carmen y Margarita la tornera.
MUNDO CLÁSICO: Cambreleng pide excusas y culpa a Pavarotti. Luisa del Rosario Las Palmas de Gran Canaria
El Teatro Real pidió ayer excusas a las personas “que de una manera u otra se sintieron perjudicadas o defraudadas” en la gala homenaje a Alfredo Kraus el pasado 7 de enero y considera que la causa que motivó las protestas fue la ausencia de Pavarotti, según un comunicado del gerente del Teatro, Juan Cambreleng. En el mismo comunicado, el Teatro agradece tanto la permanencia en las butacas “de la mayoría del público” como “a aquellas personas que mostraron su desagrado abandonando la sala de forma civilizada”. Según la gerencia del primer coliseo español, “al analizarlo con perspectiva” creen que la causa que motivó la reacción del público fue “el tardío anuncio de cancelación por parte de Pavarotti”, lo cual les “impidió su notificación con la eficacia mínima”. Con todo, aseguran que el programa se mantuvo porque gracias a que se pusieron “a trabajar contrarreloj” y “gracias a la amabilidad y profesionalidad de Aquiles Machado y de Jaime Aragall, que asumieron las arias del cantante italiano”. A pesar de ello, el Teatro Real consideró que pese a las ausencias “el plantel de cantantes que sí pudieron sumarse al homenaje era de la suficiente calidad para no suspender la gala y así lo seguimos creyendo”. En su comunicado, la gerencia del Real también expresa su interés por puntualizar algunas cuestiones. Afirmando que “sólo 125 personas”” de las 1.700 que ocupaban el Teatro “abandonaron su asiento el día de la gala solicitando la devolución del dinero. Confundir a estas personas con los krausistas –dice–, nos parece un equívoco””. Recalca asimismo la intención del Real de organizar una gala benéfica sólo para “homenajear al gran tenor Alfredo Kraus” y por ello se “mantuvieron contactos con los cantantes que de una forma u otra tuvieron relación con la vida o la carrera del cantante, sabiendo que sería muy difícil contar con todos ellos”. En este sentido, el comunicado ejemplifica algunos casos “Teresa Berganza no pudo estar presente por encontrarse en Canarias en ese momento; Renata Scotto no pudo comparecer debido a las master classes que tenía comprometidas en Nueva York; Montserrat Caballé estuvo hasta el último momento intentando cambiar la grabación que tenía en Hannover”. La tercera puntualización de la gerencia afecta a la invitación de Pavarotti y Plácido Domingo. “La idea tan incomprendida de invitar en esta gala también a Plácido y Luciano –dice– para que cada uno rindiera tributo al ejemplar artista que fue Kraus, atendió únicamente al más sincero deseo de que el tenor fuera homenajeado por los más grande, independientemente de polémicas pasadas”. “Finalmente –afirma el Teatro Real–, José Carreras tampoco pudo cantar en el Real ya que esa misma noche actuaba en Barcelona” y tanto éste como Scotto y Caballé habían remitido un vídeo con “emocionadas palabras dedicadas al tenor, que en el último momento optamos por no emitir, debido al retraso de la gala”. En referencia al retraso en la devolución del precio de las localidades a las personas que así lo pidieron, la gerencia del Real aclara que “se vió forzado en tanto que la recaudación no era propiedad del Teatro, sino de una Fundación Benéfica. El costo de la entrada –afirma– tenía un carácter de donativo y no de precio del espectáculo”. El comunicado concluye con el agradecimento de Juan Cambreleng a los artistas (Carmen Oprinasu, Lucia Aliberti, Aquiles Machado, etcétera) que “pese a la gran tensión de esa noche, nos ofrecieron una entrañable velada musical”.
MUNDO CLÁSICO: Tarazona afirma que se investigará la indisposición de Pavarotti El director del INAEM, que recrimina el comportamiento del sector disconforme del público, exculpa a Juan Cambreleng. Luisa del Rosario Las Palmas de Gran Canaria
El director del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y la Música de España (INAEM), Andrés Ruíz Tarazona, afirmó que se investigará si el tenor italiano Luciano Pavarotti estaba realmente enfermo el pasado viernes cuando disculpó su ausencia de la gala homenaje a Alfredo Kraus que tuvo lugar el pasado viernes en el Teatro Real de Madrid. “Hace falta saber si es cierto que Pavarotti estaba enfermo -a lo que añadió-, para eso habría que investigar, que se hará, para saber si realmente no acudió al homenaje a Kraus porque estaba enfermo”. Según Tarazona, la ausencia de Pavarotti a última hora se debe a la falta de contrato en este tipo de conciertos: “Como era un concierto homenaje, probablemente no habría contrato, esa es la parte fea del asunto. Si hubiera habido contrato, es posible que hubiera venido, pero como no existía esto porque los cantantes no cobraban, no acudió y eso es lo que soliviantó a un sector pequeño del público, de eso no hay que olvidarse. Lo que pasa es que poca gente puede armar mucho ruido”. A pesar de todo, Ruíz Tarazona restó importancia a la ausencia del tenor italiano afirmando que “El homenaje no era a él, a Pavarotti, sino a Kraus. Que él no cante y que lo haga Machado, que canta mejor que él en este momento, no es para ponerse así. Al Real fuimos a homenajear a Kraus, no a escuchar a Pavarotti””. También tuvo palabras para el público, al que recriminó su comportamiento pues según el director general, “lo que no se puede es chillar a la cantante que sale y ponerse a armar jaleo sin dejar que comience el concierto para las personas que estaban ahí para rendir homenaje a Kraus”. Preguntado acerca de si el fracaso de la organización del concierto y el posterior descontento del público era motivo para pedir la dimisión del gerente del Teatro Real y organizador de la gala, Juan Cambreleng, Ruíz Tarazona respondió con otrra pregunta: “¿Qué culpa tiene Cambreleng de que se ponga enfermo Pavarotti?. Bastante hizo recomponiendo el programa. Mucho más fácil para él hubiese sido suspender el concierto”. En ese sentido, el director del INAEM descartó que hubiera sido útil anunciar con antelación la ausencia del tenor italiano, pues “cuando ya se tiene una entrada para un espectáculo, no se está pendiente de si se va a suspender o no”.
La Razón: Crece el descontento por la actitud de Cambreleng en el escándalo del Real
Crece el descontento por la actitud de Cambreleng en el escándalo del Real Al gerente del Teatro se le recomendó el viernes la suspensión del homenaje a Kraus Mientras la crispación, los abucheos y el ambiente se iban calentado en el interior del Teatro Real la noche del viernes, Juan Cambreleng, gerente del coliseo, permanecía sentado, impertérrito, en su butaca de la fila siete. Tuvo que ser alguien desde el palco (donde se sentaban las autoridades) quien le instara a poner fin a una situación delirante con una explicación que resultara convincente. Por unos minutos, Cambreleng llegó a suspender, aunque finalmente los cantantes subieron al escenario y la gala pudo celebrarse.
Juan Cambreleng prefirió no anunciar las ausencias en el homenaje, ni siquiera la de Pavarotti Gema Pajares – Madrid .- El espectáculo que la noche del viernes se vivió en el Teatro Real con motivo de la gala homenaje a Alfredo Kraus no acabó ayer. Las heridas están abiertas y puede costarle el puesto a Juan Cambreleng, a quien se señala en medios musicales como uno de los máximos responsables de una situación que debía y podía haberse evitado. La misma mañana del viernes, el maestro García Navarro, director artístico del coliseo y Daniel Bianco, director técnico, recomendaban a Cambreleng la suspensión del acto, a lo que el gerente respondía conocer suficientemente ese tipo de eventos como para saber llevarlos a término. Y la gala se celebró. La noche del viernes, Juan Cambreleng, en medio del escándalo que se registraba en el patio de butacas, permanecía sentado en su butaca de la fila 7, como un aficionado más. Los máximos responsables de coliseos operísticos del mundo ocupan asientos en los palcos, junto a los que siempre hay un teléfono cerca, precisamente para tener mayor movilidad y poder solucionar situaciones imprevistas, como la producida anteayer. Cuando Cambreleng se apresuró a dar alguna explicación lo hizo conminado por el director de comunicación del Real, Tomás Martín de Vidales, que se acercó hasta el asiento del gerente, que subió entonces al escenario sin micrófono, a pesar del enorme revuelo, y espetó al público un escueto «Ustedes no tiene razón», lo que crispó aún más los ánimos. Las caídas de cartel de los tres cantantes se conocieron en los días precedentes e incluso la de Pavarotti, el mismo día de la gala, con lo que la sensación de improvisación de un acto en el que se comenzó a pensar en el mes de septiembre, parece grande. Una hora antes de que diera comienzo la gala, Plácido Domingo, que había llegado a Madrid el mismo día desde Roma, continuaba ensayando, de ahí que las puertas hubieran de abrirse con cierto retraso. Por otra parte, se da la circunstancia de que en el programa de mano figuraban algunas incorrecciones graves, como la referida a Aquiles Machado: «…entre sus próximos compromisos destacan la Traviata, con motivo de la reinauguración del Teatro Calderón de Valladolid, alternándose con Alfredo Kraus», lo que quiere decir que los textos no habían sido revisados antes de su publicación. Periodo electoral Ante esta situación, la opinión general es que Juan Cambreleng está sentenciado, y que un escándalo de esta magnitud puede desencadenar en los próximos días un desenlace en uno u otro sentido. En círculos próximos al Real se ha pedido la convocatoria de una reunión urgente al patronato, único órgano ante el que Juan Cambreleng ha declarado sentirse responsable y tener que dar explicaciones. La convocatoria de elecciones generales puede retrasar la toma de una decisión rápida en este sentido.
La Provincia/Diario de Las Palmas
Alfredo, Alfredo. Juan Cruz Ruiz
Claro, lo que cantaba la gente ¡Alfredo, Alfredo!; en el vestíbulo del Teatro Real de Madrid el último viernes por la noche era lo único que se podía cantar como homenaje a Kraus. Juan Cambreleng, el gerente del Real, había tenido la buena intención de dedicarle en el primer coliseo español un homenaje a su paisano fallecido, un gran cantante cuya sobriedad fue siempre pareja con su genio. Pero para ello Cambreleng había tenido la (mala) inteligencia de confiar en una de las personas que de forma más mezquina trató siempre no sólo a Alfredo Kraus sino al propio espectáculo de la ópera. Ese personaje era, es, Plácido Domingo. Domingo ha creado en el mundo de la ópera todo lo que Kraus persiguió más en su vida: el mercadeo de la voz, la prisa por el éxito, la creación de camarillas para que medren unos y otros se apaguen; y eso lo hizo Domingo con varios objetivos, uno de los cuales era el de su propio enriquecimiento. Pero otro era el de acabar con Kraus, opacarlo, enviarlo al desván de los fantasmas de la ópera. Cambreleng creyó;y lo dijo, lo peor es que lo dijo; que después de la muerte de Kraus se podía montar un homenaje en el que confluyeran esas dos maneras, sin duda irreconciliables, de ver y de escuchar la música: una, la de Kraus, obligada al rigor y al respeto por el público, y otra, la de Domingo y la filosofía de los tres tenores, montada en el jet privado y basada en el marketing por encima de cualquier otra consideración cultural e histórica del ejercicio de la música. Quería Cambreleng, y lo dijo, que entre ambos conceptos se produjera un encuentro, como si así le fuera a lavar a Domingo las manos de tachar con las que había distinguido, siempre, a Alfredo Kraus. El mundo de la ópera, como la vida misma, está lleno de excelentes intenciones que no impedirán nunca la existencia del infierno. De la unión de las buenas intenciones y la legendaria capacidad de maniobra del tenor Domingo, a quien no sé cómo pusieron Plácido en la pila del bautismo, nació la enfangada historia de lo que pasó el viernes. Tenía que ser así: la criatura salió demasiado bien teniendo este padrino. Domingo simuló la seguridad de que estaría aquí Pavarotti (malintencionados cambian ya el título de su disco Tutto Pavarotti y lo llaman Putto Tavarotti) homenajeando al gran tenor canario; en esos vericuetos mafiosos que constituye el grupo de los tres tenores, que a veces son cuatro o los que quiera esa guagüita inspirada por Domingo, surgió la idea de que acudieran en vídeo Josep Carreras y Montserrat Caballé: como si fuera la ocasión de una recolecta, ¡dos famosos en vídeo envían su saludo al Teatro Real! Pues ni vino Pavarotti ni pudieron ponerse los vídeos, ¡pues estaba el horno para vídeos! Plácido Domingo guardó mutismo ante el auditorio, porque el fracaso conceptual de la gala era suyo, y él no puede vivir sino en las fauces del éxito, y sólo dio la cara, y de qué manera, nuestro paisano Cambreleng. Dio la cara pálida, afectadísima por el jaleo que le armaban desde el patio de butacas, y mostró el gesto contrariado de los que no están acostumbrados a asumir en público y ante muchísima gente la responsabilidad de un desafuero del que uno es culpable. Primero dijo lo obvio, no estaba allí Pavarotti, y para explicarlo, como si ese fuera el dato concluyente, adujo que el tenor italiano le había llamado por la mañana para decirle que se encontraba indispuesto. Lo que vino a continuación fue la enorme bronca que ya todos hemos visto por la televisión, pero sobre todo se produjo, y creó que ese fue el gesto supremo de impotencia de Cambreleng, ese encogimiento de hombros que el gerente del Real ensayó ante aquella muchedumbre que no quería conocer ya otras explicaciones… Como si dijera, con los hombros, ¡y a mí qué me cuentan si el hombre está malo…! Luego se ha dicho que Pavarotti nunca viaja el día de un concierto…, lo que añadió perjurio a la declaración nerviosa del gerente del Real… Cambreleng explicó luego en conferencia de prensa que el público había sido muy desconsiderado. ¿El público? Antes del anuncio de la gala de homenaje a Kraus la SGAE, que dirige otro paisano, Teddy Bautista, se había desenganchado del proyecto de gala. ¿Por qué? La razón aducida entonces fue que el programa elegido por el Teatro Real excluía el repertorio español, que aquella institución está obligada a defender, y, por supuesto, el propio repertorio de Kraus. De alguna forma, la SGAE estaba insinuando con su renuncia a participar en el homenaje que aquel no era el homenaje a Alfredo Kraus. Y no lo fue, no lo podía ser. Ni en el ánimo de algunos de los integrantes de la iniciativa estuvo nunca, ni en vida ni ahora, la intención de rendir homenaje a la forma de ser de Kraus, porque es contradictoria con la suya, ni se da hoy en las circunstancias culturales españolas la atmósfera de respeto y de sosiego que representa el ejemplo artístico de Alfredo Kraus. Éste era, ya en los últimos años de la zarabanda cultural española, un hombre de otra galaxia, un convidado de piedra, sorprendido y gallardo, en la mesa revuelta de una cultura que se sume en la prisa y en la melancolía. Cuando la gente gritaba en el vestíbulo del Teatro Real su nombre como si fuera el de un superviviente del desastre estaban, en efecto, señalando con su sola invocación la existencia del desastre. Pero no estaban hablando, sólo, del gran Alfredo; estaban protestando por el estado en que se halla la vida cultural española. Es bueno que el nombre de este insular magnífico haya servido de toque de alarma. Ojalá que sirva.
EL PAIS: Patricia Kraus pide que no se utilice la figura de su padre y el PSOE solicita la dimisión del gerente del Real por el escándalo en el homenaje al tenor. JESÚS RUIZ MANTILLA, Madrid
Tras la tempestad no se hizo la calma. El escándalo que se produjo el viernes en el Teatro Real con motivo del homenaje a Alfredo Kraus, por caerse tres de las figuras programadas, siguió ayer produciendo declaraciones polémicas y duras, como las de Patricia Kraus, una de las hijas del tenor, que pidió: “No queremos que se instrumentalice la figura de mi padre”. Además, el PSOE solicitó ayer la dimisión del gerente del Teatro Real, Juan Cambreleng.
Espectadores, el viernes, en el Teatro Real, que pedían la devolución de las entradas (B. Pérez). Los gritos, la indignación de un sector del público y las peticiones de cabezas se trasladaron ayer de los alrededores del Teatro Real a los despachos de algunos políticos y a la casa de los familiares de Alfredo Kraus, el tenor español más grande de la segunda mitad de siglo. La cancelación del mexicano Ramón Vargas, cuyo hijo había fallecido dos días antes; de la cantante navarra María Bayo y del tenor italiano Luciano Pavarotti, que se produjo siete horas antes de levantarse el telón, llevaron a Patricia Kraus, hija del artista fallecido en septiembre pasado, a decir: “La actitud de Pavarotti es poco seria y nada profesional”. Lo hizo en los micrófonos de la SER, donde también aseguró que los miembros de su familia, según ella, “no queremos que la figura de nuestro padre se vea instrumentalizada”, y que, en los homenajes que ha recibido el tenor en teatros como el Liceo de Barcelona, o en otros escenarios italianos en los que se le veneraba, “nunca habían provocado que los problemas internos de cada lugar salieran a la luz”, como pasó ayer en Madrid. La idea de hacer un homenaje a Kraus con algunas de las figuras que más le han atacado en vida, como Luciano Pavarotti, Plácido Domingo o José Carreras -que fue invitado, pero lo rechazó- partió de la dirección del Teatro Real, según explicó el gerente, Juan Cambreleng, en rueda de prensa posterior al homenaje, o al aquelarre, según se quiera mirar. Cambreleng, ayer, siguió atacando al público, que después de haber desembolsado entre 15.000 y 2.000 pesetas no pudo disfrutar del programa anunciado. El gerente, impulsor del proyecto que pretendía juntar a tres de los cantantes más despreciados por Kraus para homenajearle, dijo a Europa Press que todo era “una campaña en contra de la institución” y que “el comportamiento de un sector del público fue irresponsable, frustrante y desesperanzador”. Los agraviados y los que pidieron la devolución de su entrada, 125 personas, según los responsables del teatro, tendrán su dinero a partir del lunes en las taquillas de la plaza de Oriente. Pero el que no se contenta sólo con eso es el PSOE, que pidió ayer cabezas. Tuvieron un testigo de lo ocurrido de primera mano: el secretario general del PSOE, Joaquín Almunia, que estuvo presente en el cotarro, y si él, anteayer, caminaba por el vestíbulo del Real con una discreción adornada de una maléfica sonrisa que le hizo comentar a EL PAÍS, “corramos un tupido velo”, ayer, sacó la artillería. Salvador Clotas, portavoz de Cultura del PSOE, decía que los acontecimientos del Real “confirman el fracaso de la política cultural del PP”; Joaquín Leguina aseguraba que un homenaje como el del viernes a Kraus “no se lo hubiese preparado ni su peor enemigo”. “Es la gota que ha colmado el vaso de un largo periodo de despropósitos. Cambreleng utiliza el teatro como si fuera suyo y esto necesita una reparación que pasa por que este señor se vaya”, añadió Leguina. Además, Clotas también cargó las tintas contra la propuesta que los responsables del Ministerio de Cultura han realizado a Plácido Domingo para que dirija el teatro de la Zarzuela en sustitución de Emilio Sagi, que deja su puesto este mes. Ante los compromisos del tenor madrileño, que actualmente dirige dos teatros de ópera en EE UU, el de Washington y el de Los Ángeles, Clotas se preguntaba de dónde sacaría tiempo Domingo para dirigir uno de los teatros más importantes de España.
La memoria de un lírico. JUAN Á. VELA DEL CAMPO
En el Diccionario de uso del español de María Moliner se define la palabra homenaje como “demostración de admiración, respeto o veneración a alguien”. Un homenaje es, en primer lugar, un acto de identificación con algo; el del Teatro Real lo era con la memoria de Alfredo Kraus. El tenor canario es un caso singular de la historia de la lírica. Su fidelidad a un sentido de la pureza del canto, su alejamiento o arrinconamiento de los circuitos comerciales, su línea exquisita de canto cimentada en un soporte técnico impecable le han convertido en un ejemplo de comportamiento artístico. Su canto estilizado ha desembocado en un reconocimiento popular sorprendente, como se demostró después de su fallecimiento. Los seguidores de Kraus han llevado su admiración a una especie de culto que roza la veneración. Por ello como mínimo es peligroso plantear un homenaje a Kraus desde el modelo opuesto de comportamiento artístico. Plácido Domingo o Luciano Pavarotti, son, quién lo duda, extraordinarios tenores, pero no han comulgado nunca con el espíritu de Kraus. Domingo puede venir al acto-homenaje después de una actuación operística en Madrid el día anterior y tras haber ensayado Tosca el mismo día en Roma. Kraus dosificaba cada esfuerzo como un monje para estar en condiciones físicas perfectas en el momento de sus comparecencias públicas. Hay una diferencia esencial entre los tenores populistas y el tenor perfeccionista. Lo que no todos esperaban es que el tenor perfeccionista tocase el corazón de muchos aficionados desde su apariencia distante y calculadora, pero detrás de la que se ocultaba una enorme generosidad y entrega. Pavarotti pudo sentir una indisposición de última hora. El público krausista se lo tomó como un desprecio, porque el tenor de Módena nunca ha sentido un aprecio especial hacia el canario. Era la gota que colmaba el vaso. Fue significativa la ovación con que se recibió a Aragall, cercano a Kraus, y sintomático que no se silbasen las ausencias de Bayo y Vargas. Y es comprensible que Domingo estuviese bajo sospecha, más cuando la fecha del homenaje parecía estar a su medida, y no estaban en el acto imprescindibles en la vida de Kraus como Freni, Scotto, Gruberova, Berganza y otros. El Real pudo tener mala suerte con las cancelaciones, pero había un error de base en el planteamiento y faltó una política transparente de comunicación. Actuó desde la soberbia y no desde la humildad. Kraus ha demostrado que sigue reinando. Que el público se rebele y manifieste sus opiniones con pasión por un modelo artístico no es para inquietarse, sino todo lo contrario. Demostró que el arte lírico está vivo. En medio de las convulsiones y la violencia, pienso que este escándalo es un hecho positivo. Para el Real puede servir de elemento reflexivo para enfocar sus actos con menos frivolidad. Para la sociedad es una manifestación de que el Real no es solamente un club de élite, sino un santuario donde todavía hay quien puede morir de amor y rabia por un artista.
ABC. Nerviosismo y cruce de acusaciones por el escándalo en el homenaje a Alfredo Kraus MADRID. Susana Gaviña
Los participantes sufrieron los abucheos en una gala cuyo fracaso vivió con especial preocupación Plácido Domingo, como se aprecia en la imagen. Archivo Los ecos del escándalo sucedido el pasado día 7 de enero, fecha en que se celebró la Gala de Reyes, dedicada este año a homenajear al tenor Alfredo Kraus, fallecido el pasado día 10 de septiembre, tardarán en acallarse. Un cúmulo de infortunios presidido por las ausencias de varios cantantes -que obligaron a cambiar el programa- y la anulación a última hora del tenor italiano Luciano Pavarotti convirtieron lo que debía haber sido una gran y emotiva fiesta lírica en homenaje a Alfredo Kraus, en un escándalo sin precedentes en la corta existencia del Teatro Real desde su reinaguración en 1997. Esta fallida Gala ha servido para que muchos de los detractores del Teatro Real volvieran a afilar las uñas y a sacar los colores a la gestión desarrollada por su gerente, Juan Cambreleng, y por el Partido Popular como recogen algunas de las declaraciones realizadas a diversos medios. Entre ellas se encuentran las de Joaquín Leguina, secretario de Cultura del PSOE, que calificó la Gala dedicada a Kraus como de «escandaloso fracaso organizativo y primero del año 2000», además de «previsible», y motivo suficiente para pedir un «cambio de dirección de arriba a abajo», aunque aconseja que se espere hasta el próximo mes de marzo cuando el cambio de Gobierno «permita convertir al Teatro Real en un foco cultural de primer orden, y no el gueto en el que está sumido», concluye Joaquín Leguina. De la misma opinión se mostraba ayer Rafael Simancas, portavoz de cultura del Grupo Municipal Socialista-Progresista, que en unas declaraciones realizadas a Efe afirmaba que había remitido una carta al Alcalde de Madrid, José María Álvarez de Manzano, para que como miembro del Patronato del Teatro Real, solicitara una reunión en la que se acordara la destitución de Juan Cambreleng. De «programación errática, política feudal y vasallesca que lleva a marginar a los discrepantes», calificó Simancas la gestión desarrollada por el Teatro Real. Todo esta avalancha de críticas de contenido más político que artístico llevaron a Patricia Kraus, hija del homenajeado, a pedir en unas declaraciones realizadas a una emisora de radio que este acto fallido no sirviera para «instrumentalizar la figura de su padre», al mismo tiempo que calificaba la conducta de Luciano Pavarotti de «poco serio y poco profesional». A lo que se sumó también el ex presidente de la Fundación Auditorio «Alfredo Kraus», Antonio Castellano, que hacía un llamamiento a los aficionados para que «desdramatizaran» los hechos, además de romper una lanza en favor de Juan Cambreleng quien en su opinión «hizo todo lo que pudo para que el acto saliese bien». Respecto a la conducta del tenor italiano, verdadero detonante de los acontecimientos, se mostró bastante duro al afirmar que «huele a desplante tosco de alguien que, parece, perdió hace algunos años la cordura». Sin embargo, esto no justificaba, según palabras de Castellanos, las conductas de «gamberrismo» que se demostraron durante la Gala, un homenaje que se tributó sobradamente el pasado mes de septiembre cuando el pueblo de Madrid acudió a ver su cuerpo en el Teatro Real ante su capilla ardiente, «sin luchas de tribus y clanes». Mientras tanto el departamento de Prensa del coliseo madrileño, que vivió uno de sus días más ajetreados -al sumarse a la resaca del escándalo los preparativos de los conciertos previstos para ayer y hoy dirigidos por el director polaco Krzysztof Penderecki-, confirmaba a ABC que el número de localidades devueltas la noche de la Gala ascendía a 125 -de un total de 1.700 localidades de que consta el aforo del Teatro Real-. Cuyo importe (entre 1.500 y 15.000 pesetas) será reembolsado mañana lunes a partir de las 10 de la mañana, cuando se abren las taquillas del Teatro. De momento las mismas fuentes confirmaron no tener prevista ninguna rueda de prensa, ni reunión alguna con el Patronato o con el Ministerio de Cultura, cuyos máximos responsables mantuvieron silencio en la jornada de ayer a excepción del director general del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y la Música (INAEM), Andrés Ruiz Tarazona. Desde Las Palmas de Gran Canaria, y dentro del marco del Festival Internacional de Música que se celebra estos días en la isla, Ruiz Tarazona manifestó su respaldo al Teatro Real que «hizo todo lo posible por cumplir el programa», y lamentó el desarrollo de los acontecimientos ocurridos la noche de la Gala. Sobre la ausencia de Luciano Pavarotti aseguró que se «investigaría si la incomparecencia del tenor italiano estuvo debidamente justificada». Ruiz Tarazona añadió que «lo que soliviantó al público fue que Pavarotti no cantase, no sabemos si porque estaba realmente enfermo o porque no quiso venir». Un rumor que corrió ayer por los pasillos del Real. Lo que sí le pareció injustificable al responsable del INAEM fue la «mala educación del público», que llegó a causar daños en las puertas del teatro, que fueron reparados durante lanoche y se olvidó del principal motivo que había convocado la reunión lírica, el homenaje a Alfredo Kraus. Sin embargo, destacó la brillantez del concierto que contó con la presencia de intérpretes de reconocido prestigio. «Fue precioso. Todos los cantantes estuvieron muy bien, y Aquiles Machado, discípulo de Kraus, cantó maravillosamente, como Pavarotti no lo hace ya». También calificó de «injustificadas» las críticas vertidas sobre el Teatro Real, aunque sí consideró un error la elección de la fecha de la Gala, en plena temporada lírica cuando los cantantes tienen sus agendas comprometidas. Ahora sólo queda esperar y ver como afecta este escándalo al Teatro Real, a la estabilidad de su gerencia y las negociaciones abiertas con Plácido Domingo para hacerse cargo de la dirección artística del Teatro de la Zarzuela de Madrid, una ciudad cuyo público está granjeándose día a día fama de difícil e intransigente.
ABC: Secuelas de un escándalo
Rara vez un acontecimiento artístico esencialmente minoritario como una gala benéfica en homenaje a un cantante tristemente desaparecido desborda los límites de los espacios culturales de los medios informativos para convertirse en referencia obligada de una crónica de sucesos. Para que ello ocurra han de darse cita tan considerable cúmulo de despropósitos como los que coincidieron en el Teatro Real de Madrid la noche del pasado viernes. No es infrecuente que un cantante de ópera sufra alguna indisposición a lo largo de una temporada y se vea obligado a suspender su actuación. Tampoco es raro que, en esas circunstancias, la organización haya previsto la incidencia y tenga contratado un sustituto digno. De esas intervenciones fruto casi siempre del azar han saltado a la fama muchos de los más renombrados cantantes de la lírica de todos los tiempos. Y no es, finalmente, insólito que ante varias circunstancias adversas, los responsables de organizar los grandes eventos artísticos decidan suspender el acto y den a su decisión la difusión publicitaria, suficientemente razonada, que exige el respeto a los espectadores. Pero lo que sí es infrecuente es que se acumulen en una misma celebración varias cancelaciones y sean, precisamente, las de los divos que más interés habían despertado. Como es raro que no se tengan previstas las sustituciones y es insólito que no se suspenda el recital antes de que el público ocupe sus asientos. Que el gerente del Teatro Real, Juan Cambreleng, hiciera esperar más de media hora a los asistentes para comunicarles lo que debían haber sabido antes de entrar en la sala o recuperar el importe de sus localidades es un desprecio a las normas establecidas en el Reglamento de Espectáculos Públicos, concretamente en sus artículos 58 y 81.33. De ese desprecio a los derechos de los espectadores —posiblemente con la intención de tapar errores de organización, por falta de profesionalidad en la concertación de los compromisos con los participantes y por el carácter benéfico del acto que presumiblemente iba a contar con un público menos exigente deriva el resto de los despropósitos. Tienen su parte de culpa los que protestaron airadamente y provocaron desperfectos en lugar de ausentarse y exigir el reembolso de sus entradas. La tienen también los que, ajenos al respeto que merece la memoria del homenajeado, aprovecharon para desenterrar las viejas desavenencias artísticas y profesionales entre Kraus y algunos de los anunciados participantes en la gala. Y la tienen quienes, intentando sacar tajada política de cualquier incidente, han hecho ayer declaraciones bochornosas. Convertir un asunto reglamentario en munición electoral es mayor escándalo que el que se produjo en el patio de butacas.
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