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Por Publicado el: 21/11/2016Categorías: En vivo

“Dime de qué presumes…”

 “Dime de qué presumes…”

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SWR ORQUESTA SINFÓNICA DE STUTTGART. Programa: Obras de Ravel (Concierto para piano en Sol mayor) y Mahler (Quinta sinfonía). Solis­ta: Tzimon Barto (piano). Direc­tor: Christoph Eschenbach. ­Lu­gar: Palau de la Música. Entrada: Alrededor de 1800 personas (lleno). Fecha: Jueves, 17 de noviembre de 2016.

Sin alcanzar el excelso nivel de sus orquestas paisanas de Berlín, Colonia, Dresde, Leipzig, Múnich o Hamburgo, la Sinfónica de la Radio de Stuttgart –ahora llamada SWR Sinfónica de Stuttgart, tras su fusión con la orquesta de la Radio de Friburgo de Brisgovia- es desde su fundación en 1945 un conjunto brillante, bien ensamblado y con esa redondeada sonoridad en la nutrida sección de cuerdas que distingue a las buenas orquestas alemanas. Sus profesores pusieron de relieve éstas y otras cualidades el jueves en Valencia, en el concierto que ofrecieron en el Palau de la Música bajo el gobierno del célebre pianista y desde hace ya bastantes años también eminente director de orquesta Christoph Eschenbach (1940).

            A pesar de estar muy rejuvenecida en relación a las dos orquestas originarias, la SWR Sinfónica de Stuttgart transpira tradición, forjada en Stuttgart y Friburgo de Brisgovia por batutas como Schuricht, Rosbaud, Celibidache, Marriner, Gielen o Prêtre. Eschenbach, ahora sucesor de todos ellos, aprovecha este legado para dirigir desde una gestualidad natural y directa, exenta de artificios y plasticidad, pero que a él –más gran músico que deslumbrante director- le funciona. Con complicidad, empatía y bien forjados medios técnicos, la orquesta responde de maravilla a su intuitiva manera de dirigir y materializa así versiones que amalgaman esa naturalidad con la raigambre heredada de las dos orquestas originales.

            La Quinta de Mahler escuchada en la segunda parte del programa fue, sobre todo, impactante. Más que por una sonoridad poderosa y homogénea, lo fue sobre todo por la frescura y vitalidad que le imprimió Eschenbach, quien buceó en el poso popular que entraña la inmensa obra mahleriana para, desde ese germen, reconstruir el complejo edificio en cinco movimientos que la configura. Fue una versión singular e interesante, en la que se escucharon voces, armonías y detalles que suelen quedar inadvertidos. Con sello propio. Destacaron todas las secciones, especialmente las de cuerda, trombones y la arpista, que mimó con detalle su fundamental cometido en el celebérrimo Adagietto que Mahler emplaza como cuarto movimiento.

Hubo, por otra parte, desajustes en el balance, con unos instrumentos de metal –notables- demasiado presentes y que con frecuencia taparon a las maderas y a la cuerda. También se produjeron algunos deslices –trompetas, trompas- y desafinaciones –flautín-… Son detalles que pueden ocurrir en cualquier concierto y en cualquier momento, sí, pero que marcan la diferencia entre lo excelente y lo excepcional.

            Antes, en la primera parte, se escuchó ¡una vez más! el Concierto para piano en Sol mayor de Ravel, tocado sin pena ni gloria por el estadounidense Tzimon Barto (1963), que -como ya le ocurrió en su insustancial interpretación del Concierto de Grieg junto a la Orquesta de Valencia y el maestro caraqueño Domingo Hindoyan el 24 de noviembre de 2011- apenas acertó a trazar correctamente el sonido de las notas. Barto, que comenzó su carrera como hipervirtuoso del teclado y ahora comparte el piano con la literatura y el culturismo, sostiene en su currículo que tanto en su faceta de pianista como de escritor combina música y poesía, “una mezcla siempre presente en mis interpretaciones musicales”.

“Dime de qué presumes y te diré de qué careces”, reza el adagio. No mucha música y sí muy poca poesía hubo en su parca interpretación raveliana. Ni siquiera en el gran momento de emoción que es el inicio del segundo movimiento logró Tzimon Barto generar esa aérea atmósfera de belleza que convierte el sonido en arte. Curiosamente, el único instante en el que sí consiguió elevar la temperatura artística a los niveles esperados llegó fuera de programa, en el fragmento que como propina ofreció junto a Eschenbach y los músicos alemanes del lento movimiento central del Concierto para teclado y cuerdas BWV 1056 de Bach. Justo Romero

Artículo publicado en Levante el 20 de Noviembre del 2016

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