La dirección escénica actual: Hugo de Ana y David McVicar

Ambos directores son referentes de la dirección escénica actual y les unen más puntos en común que diferencias

Roberto Devereux por David McVicar

Las nuevas producciones operísticas son en ocasiones momentos agridulces. Como señala la crítica especializada, la belleza de la composición musical y la pureza de su argumento son en ocasiones suplantadas por montajes fuera de lugar. Los registas Hugo de Ana y David McVicar son una excepción en este panorama.

El primero comenzó su carrera en el Teatro Colón de Buenos Aires, donde dirigió con gran éxito producciones de Turandot, Werther, Don Carlo, Cavalleria Rusticana y Pagliacci. En 1984 comenzó una estrecha colaboración con el Teatro de la Zarzuela de Madrid y el Liceu de Barcelona, expandiendo su fama internacional. Desde entonces, los teatros más importantes de Europa reclamaron su presencia, haciendo su debut en el Teatro alla Scala con Lucrezia Borgia en 1996.

Sin embargo, a día de hoy, su nombre puede ser lejano para algunos aficionados a la ópera. La razón: sus montajes no cumplen con la tendencia actual de escenificar la polémica. Es decir, su apuesta se inclina más por la dirección tradicional que por los montajes trasladados a la época contemporánea, símbolos sacados de contexto y el uso de la sexualidad y la violencia desde la controversia en lugar del respeto.

Este es también el caso de David McVicar. El director de ópera y teatro escocés ha trabajado con las instituciones líricas de mayor prestigio internacional – como el Festival de Glyndebourne, la Ópera de Inglaterra, la Ópera Estatal de Viena y Estrasburgo, el Liceu de Barcelona y el Teatro Real -. En 2009 debutó en el Metropolitan de Nueva York con Il Trovatore.

Sus producciones, que sí suscitan más controversia que las de de Ana, se ponen al servicio de la intención del autor y no al revés. Su producción más querida y aplaudida por la crítica especializada es Il Trovatore, donde recreó la oscuridad del ambiente y el argumento de manera magistral. Lo mismo para su producción de Roberto Deverux, un montaje que resalta la intimidad de sus protagonistas, muy emotivo y una escena final que se ha vuelto ya icónica.