Don Carlo: como en la Scala, once minutos de aplausos
“Don Carlo” en el Palau de les Arts
Como en la Scala: once minutos de aplausos
“Don Carlo” de Verdi. P. Domingo, M.J. Siri, A. Carè, A. Vinogradov, V. Urmana, M. Spotti, R. Amoretti, K. Gardeazabal, etc. Coro de la Generalitat y Orquesta de la Comunidad Valenciana. M.A. Marelli, dirección escénica. R. Tebar, dirección musical. Palau de les Arts. Valencia, 9 de diciembre de 2017.
“Don Carlo” en Gante y en Valencia, pero Puigdemont no lo puede ver en Levante. “Una ovación para el maestro Livermore” solicita una voz al empezar la función y el público la concede. Se preparaba una gran pitada política, pero apuesto un almuerzo y lo gano a que ningún político acudiría. No fue ninguno a la apertura de la temporada de su teatro. “¡Políticos, cobardes!” se increpa al empezar la segunda parte y la sala lo aplaude. Davide Livermore asiste con entrada pagada por él y en el descanso no paran de acercarse a él los espectadores: “¡Gracias por todo lo que nos ha dado!” expresan unos, incluso con lágrimas en los ojos. “¡Lo siento!” le dicen otros y él responde “Perdón, no me he muerto”. Desde luego que no. Tiene próximamente un “Don Pasquale” en la Scala, un “Ballo in maschera” en el Bolshoi y una “Aida” en Sídney, amén de reposiciones de “Manon Lescaut”, etc. Se enciende la subtitulación en los respaldos de las butacas y, por defecto, en valenciano. Ya la han automatizado, porque hace poco lo realizaba manualmente el personal en cada butaca, una por una. Se desvelan las supuestas bases para el próximo concurso de un director “creativo”, que priman tanto “lo” valenciano como conocer el ideario del partido dominante. ¿También abrazarlo? ¡Ay que ver a lo que ha llegado la ópera!, perdón, el país. Claro que en otros lares el problema es la pederastia y la expulsión sin juicio por en medio. Tiempos revueltos.
Empieza “Don Carlo” con la voz contundente de Rubén Amoretti y la gran incógnita de la noche, Andrea Carè, el tenor protagonista. Inmediatamente nos damos cuenta que representa el ejemplo de lo común hoy día: tiene voz, pero le tienta el grito y le falta matizar. La escenografía de la producción proveniente de la Deutsche Oper de Berlín es atractiva y funciona, lástima el vestuario, porque la idea es buena: más o menos historicismo sin cargar costes en un título que puede resultar ruinoso. Y lástima la floja dirección escénica. Plácido Domingo, el abuelo del marqués de Posa, rejuvenece con una cartera de colegial colgada al hombro y a la que, harto, la pega una patada en la prisión. La ropa de Felipe II ayuda poco a un Alexánder Vinogradov de voz privilegiada, pero la voz no es suficiente. Falta el carácter, tanto vocal como escénico. ¡Qué pena que hayan desaparecido aquellos maestros del pasado con los que los cantantes preparaban a fondo los papeles antes de abordarlos en un escenario! ¡Cómo se les echa de menos! Tenor y bajo tienen madera, pero les falta justo eso y queda aún más claro cuando Plácido Domingo frasea y deja constancia de una categoría de otros tiempos. Increíble su estado vocal. Se ha escrito muchas veces que es un milagro, pero hay que repetirlo porque, además, está en forma. Ya pasa de simular que no es un barítono y canta con su voz de tenor. Claro, el dúo “Dio che nell’alma infondere” entre tenor y barítono se convierte en dúo de tenores. Sufre a veces –p.e. tras “La paz de los sepulcros”- pero da lecciones. Violetta Urmana también supone otro nivel, aunque la evolución del caudal de su voz discurra de forma inversamente proporcional a su edad. Como siempre, se lleva el gato al agua con el “O don fatale”. María José Siri demuestra, como Elisabetta, as razones de su carrera en alza. Tiene armas para ampliarla si adquiere un algo más de personalidad. Hay poco contraste vocal entre Felipe II y el Gran Inquisidor de Marco Spotti, al que falta gravedad si bien no potencia. El resto del reparto funciona. Ramón Tebar logra aparentar que la orquesta mantiene el admirado nivel que alcanzó, pero no siempre lo logra, mientras que el coro de la Generalitat sigue siendo un lujo. El reto era enorme ante el recuerdo de 2007, cuando Helga Schmidt programó este título con Lorin Maazel en el foso y la orquesta en su mejor momento.
Por cierto, la ex intendente estaba en Valencia para sus consultas médicas. ¿Qué habría pasado si hubiera acudido a la ópera y ella y Livermore hubieran salido a escena, al final, a saludar como víctimas de una política nefasta? La ovación habría sido inmensa. Aún más inmensa que los once minutos de ovaciones finales- exactamente los mismos que en el “Andrea Chenier” de la apertura de la Scala. ¡Qué lástima y qué peligro en lo que puede caer el Palau de les Arts! Señores del Ministerio de Cultura español: por favor exijan ver claro el futuro antes de entrar en la fundación del teatro. Gonzalo Alonso
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