“Dulcinea”, un dulce visual
Opera para niños en el Real
“Dulcinea”, un dulce visual
“Dulcinea”. Libreto de Andrés Ibáñez y música de Mauricio Sotelo. A. Armentia, B. Lanza, J. Hernández-Pastor, J. Galán. J. Cerveró, dirección musical. G. Tambascio, dirección escénica. Teatro Real. Madrid, 18 de mayo
A Josep Caminal, el anterior responsable del Liceo, se le ocurrió la idea de esta ópera infantil a la que se apuntaron otros cinco teatros, entre ellos el Real, que es quien al final ha estrenado la obra tras surgir dificultades en el Liceo. La historia cervantina se expone a través de personajes salidos de un libro que un niño se niega a leer por encontrarlo “un rollo”. Al final se deja seducir, no quiere sus juguetes y se engancha a él. Así van apareciendo algunos de los episodios más conocidos y hasta alguno a la que la imaginación del libretista, Andrés Ibáñez, ha aportado añadidos.
El Teatro Real viene dedicando esfuerzos al mundo infantil y poco a poco parece que se va aproximando al ideal, aun no conseguido. “Rita” y los malos tratos no eran tema infantil y “El pequeño deshollinador” se pasó al límite opuesto. “El gato con botas” y esta “Dulcinea” ofrecer una aproximación más certera. Quedan, no obstante, aspectos por mejorar. Así que los textos sean inteligibles, pues la narración se pierde con frecuencia porque no se escucha bien. Los niños no se enteran realmente de lo que sucede en escena, apenas de que en algún momento hay una cueva, unos molinos o unos soldados, pero se dejan llevar sin perder la atención por una propuesta escénica vistosa de Ricardo Sánchez Cuerda, a la que aportan mucho los figurines barrocos de Jesús Ruiz Moreno, y muy bien manejada por Gustavo Tambascio. Mauricio Sotelo ha compuesto una música sin grandes pretensiones y con numerosas citas a modo de guiño –los retazos húngaros, las alusiones a “Marte” de “Los Planetas” o “La guerra de las galaxias”, etc- muy aceptable en su apartado instrumental y menos imaginativo en el vocal.
Queda patente que el Teatro Real no quiere sólo cumplir y ha puesto en juego los medios precisos. De ello da prueba la calidad del pequeño grupo instrumental –piano, clarinete, violín, violonchelo y percusión- y los cantantes, más aún la de los mimos y, sobre todo, la puesta en escena.
¿Servirá para que los niños se interesen por la ópera o por el “Quijote”. Esto no es el crítico quien debe responderlo, sino los niños a la salida. Al menos mantuvieron la atención durante casi una hora y fueron generosos en el aplauso. A uno siempre le queda una duda: ¿con qué podrían disfrutar más los niños, con la aparición de esta Dulcinea en su isla o con la de la Reina de la noche en “La flauta mágica”? Porque a lo mejor la ópera para niños tiene caminos alternativos. Gonzalo Alonso
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