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Por Publicado el: 02/08/2007Categorías: En la prensa

Editorial de Melómano sobre la política artística del Teatro Real

EDITORIAL MELOMANO.

Las semanas previas a la publicación de este número de Melómano han sido, corno es habitual, intensas en el Teatro Real, a pesar de que la temporada toque a su fin: una magnífica puesta en escena de “II tutore burlato” de Martín y Soler, y también “II trovatore” de Verdi, con proyección en el exterior del Teatro el día 15 de junio, fueron los platos fuertes del mes pasado en el coliseo madrileño. Lamentablemente, no todo lo que podemos decir de esta actividad febril es necesariamente positivo. En nuestro ánimo, sin embargo, prevalece la crítica constructiva y bienintencionada. Crítica, al fin y al cabo, que no persigue otro fin sino que se eviten situaciones que no son en absoluto deseables en un teatro de la categoría del Teatro Real de Madrid.
Empecemos por lo bueno. “II tutore burlato” tuvo a nuestro juicio todo lo que debe tener una buena producción de ópera. Su joven director de escena, Ignacio García, dejó clara su intención de divertir y de llegar al público. Musi¬calmente intachable, el maestro Lorenzo Ramos y el elenco de cantantes espa¬ñoles nos hicieron disfrutar con esta “pequeña”, y subrayamos las comillas, joya. Pero no se trata de hacer aquí rítica musical. No es el lugar ni lo desea Meló-mano, que prescinde de una sección de critica de forma muy intencionada. El acierto de “II tutore”, al igual que la falta de acierto de “II trovatore” a la que nos referiremos a continuación, son achacables únicamente a la dirección artís¬tica del Teatro y es ahí donde hay que ponerle remedio. Es imprescindible que exista un equilibrio razonable entre el gasto que conlleva una producción, lo que se pretende con ella y lo que finalmente se consigue. Ese equilibrio fue notable en “II tutore”. Sin embargo, la representación de “II trovatore” a la que asistimos no está ni de lejos a la altura de lo que debe ser una función de ópera en un teatro como el Real. Prescindiendo de detalles más o menos subjetivos, como el disgusto que provoca asistir una vez más a un injustificadísimo cambio de época (porque, ¿qué sentido tiene hablar de brujas, torres de castillos donde se tortura, torneos, etcétera, en el siglo XIX donde nos situó el director de esce¬na?), el Teatro Real no debe permitirse contratar cantantes como Anthony Michaels-Moore en un papel de la relevancia musical del conde de Luna. Su voz insuficiente, velada y sin proyección alguna, es claramente inferior a la de mon¬tones de jóvenes y no tan jóvenes barítonos españoles y extranjeros. La Cedo¬lins, por su parte, dio muestras claras de estar totalmente fuera de su reperto¬rio. Su ausencia de coloratura, los agudos estrangulados, los cambios de color permanentes, la carencia del centro poderoso que requiere la Leonora se vie¬ron potenciados por una sobreactuación artificial y fuera de lugar. El Manrico de Casanova fue aceptable y, seguramente, mucho mejor del que nos hubiera podi¬do ofrecer Alagna, sustituido en el último momento. La maravilla de la noche, y solo por ella merecieron la pena las tres horas de sufrimiento, fue Dolora Zajick. Su voz noble y poderosa, su fraseo y adecuación dramática nos hicieron estre¬mecer en el segundo acto. Es evidente que no todo el reparto puede estar a la altura de una personalidad como la de la Zajick, pero no debe tampoco con-sentirse que se halle a años luz. Dentro del escenario es importante añadir un apunte más: el Coro titular. Es inaceptable que un coro profesional, que cuenta con una selección de cantantes realmente excepcional, ofrezca una calidad semejante. Únicamente se luce en los pasajes en ‘forte’ y sin complicaciones rít¬micas. No se puede tolerar que el coro titular del Teatro Real finalice un corto pasaje ‘a capella’ un cuarto de tono bajo, que confunda el ‘pianissimo’ con el lento o con calar, que no sea capaz de cuadrar en los pasajes de cierta com¬plejidad rítmica. Aquí falla algo.0 bien los cantantes están más preocupados de sus reivindicaciones laborales que de su trabajo, o bien no están preparados por un maestro de coro suficientemente especializado en el repertorio operístico y en el tipo de voces que éste requiere.
Por último, y ya fuera del Teatro, conviene que la dirección se replantee sus colaboradores a la hora de realizar proyecciones en la Plaza de Oriente: las mil personas que asistieron se vieron obligadas a sufrir una calidad de sonido real-mente penosa lo que, aderezado por una iluminación interior que les hizo tener una pantalla prácticamente negra durante casi toda la representación, segura¬mente les hizo plantearse si volverán la próxima vez.

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