“El ángel de fuego”: prohibido Prokofiev
El Teatro Real estrena mañana esta “obra colosal”, en palabras de Joan Matabosch, de la que se representarán 10 funciones hasta el 5 de abril, y uno de los acontecimientos de la temporada. Antes de cada representación se interpretará el himno de Ucrania, en solidaridad con el país masacrado desde hace tres semanas por el ejército de Putin
De ella, Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, señaló el día de su presentación en Madrid que es “una de las óperas más importantes del siglo XX, una obra colosal” y, sin duda, uno de los acontecimientos líricos de la temporada. Cifra principalmente en dos los motivos de su aplazado estreno: “El papel principal, el de Renata, era de una exigencia y una extensión sobrehumanas. Nadie había que quisiera interpretar al personaje. Por otro lado, el tema era sumamente complicado de imaginar sobre un escenario del siglo XX”. Y no le falta razón.
Situémonos. El proyecto de la ópera “El ángel de fuego” estaba definido en la década de los años veinte del siglo pasado, los personajes caracterizados, el libreto del primer acto ya terminado. Sin embargo, un rosario de desencuentros frustrarán el estreno de la obra. El Metropolitan fue el primer teatro interesado. Su director desea escuchar algunos fragmentos antes de dar el definitivo “sí” y tras oírlo al piano la dificultad musical le echa para atrás. En 1921 la Ópera de Chicago se sitúa en el punto de mira, aunque el estreno acaba por frustrarse. París es la tercera capital que se postula para estrenarla. Realizadas las audiciones en el Théâtre des Champs-Elysées, elegidos directores de orquesta y escena se decide programar la ópera en 1925. Un lío de faldas dará al traste con el proyecto.
Estreno póstumo
Ese mismo año Colonia, ciudad en la que transcurre la acción dramática de la ópera, se contempla como el lugar ideal. Prokófiev se decanta, sin embargo, por programarla en la Städtische Oper de Berlín en 1927. Soplan ya en esos años vientos que anuncian ruido de sables: en Alemania se mira con lupa cualquier manifestación artística extranjera, incluida la ópera. Sin la partitura acabada, el compositor ve cómo una vez más se cae la llegada de su ópera a un escenario. La ópera se estrenó póstumamente en versión de concierto en 1954 en el Théâtre des Champs-Elysées, después en versión escénica en italiano en La Fenice de Venecia en 1955 y la temporada siguiente en la Scala. El libreto ruso original, que se creyó durante años perdido, fue hallado en Londres en 1977. La ópera se estrenó finalmente en ruso en Perm en 1987 y después en Tachkent. Hasta diciembre de 1991 no se verá en el Teatro Mariinsky de Moscú con motivo del centenario del nacimiento del compositor.
La lista de avatares e incidentes es, pues, prolija. Si a estos estrenos frustrados se une el hecho de que la relación entre la libre creación musical y el poder político en Rusia (el periodo que abarca desde la Revolución de 1917 a la muerte de Stalin) resultaba sumamente complicada, tenemos la tormenta perfecta. Prokófiev disfrutó al tiempo del reconocimiento oficial y la condena pública. Tras residir años en Estados Unidos y París, donde su vida social era muy agitada, volvió a establecerse en Moscú junto a su familia, su esposa, la española Lina Codina y sus dos hijos, en 1936.
20 años en un gulag
¿Echaba de menos su país, el círculo de creadores que protagonizaban la vida cultural de la capital? ¿Pecó el músico de ingenuo políticamente hablando? Los brazos abiertos con que fue recibido a su llegada a Rusia no tardaron el tornarse clavos de hierro. Sospechas, conspiraciones y una acusación falsa perfectamente tejida acabó con la vida de Lina en el gélido y terrorífico gulag de Abez, condenada a pasar dos décadas en el infierno por un espionaje prefabricado por el círculo estalinista. Serguei Prokófiev la había abandonado tiempo atrás por una joven estudiante, Mira Mendelson, y ella se puso a trabajar como traductora en una agencia de noticias para poder sobrevivir.
Prokófiev falleció el mismo día (él tenía diez años menos) que Stalin, 5 de marzo de 1953. El funeral del dictador ruso, al que asistieron multitudes, dejó reducida a una treintena de personas la despedida a Prokófiev. Shostakóvich, con quien mantuvo una relación con altibajos, fue uno de los pocos que le dieron el último adiós. Apenas hubo alguna flor, pues todas estaban en el túmulo de Josif Stalin.
El enemigo del pueblo
Su “pecado” para ser considerado un réprobo era, como el de otros muchos intelectuales, escritores, artistas, cineastas y compositores, no adaptarse a los cánones que marcaba el “realismo socialista”. Se convirtió en un enemigo del pueblo. El argumento, además, en el que la locura, los abusos sexuales, la alquimia o la brujería tenían cabida, contribuyó a arrinconar la obra durante el terror estalinista. “El ángel de fuego”, ya lo hemos escrito, prohibida durante todo el periodo soviético, llegó al Mariinsky de Rusia en 1991. Hoy, con el terrible y férreo régimen de Vladimir Putin, en una guerra que desangra Ucrania, la ópera que ahora llega al Teatro Real a buen seguro que habría corrido una suerte similar: arrinconada por los siglos de los siglos. Gema Pajares
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