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Por Publicado el: 15/01/2015Categorías: Crítica

El Bach de Aimard: explicación de altura

EXPLICACIÓN DE ALTURA

Bach: “El clave bien temperado”, “Libro I”. Pierre-Laurent Aimard, piano. Auditorio Nacional, Madrid. 13-1-2015. Grandes Intérpretes Scherzo-El País.

Este pianista galo (1957) es por muchas razones una rara avis. Se caracteriza por una digitación nítida y precisa, por la seguridad de ataque, aun en pasajes de alto virtuosismo. Ha acometido recientemente la aventura de tocar y grabar (para DG) El clave bien temperado, una partitura que es en realidad una obra científica, de soluciones poco menos que matemáticas que resolvió de la manera más lógica el problema del temperamento o afinación de los sonidos.

Aimard se enfrenta a la obra sin complejos, aunque con las lógicas prevenciones. Imaginábamos antes de la escucha un acercamiento lineal, riguroso, hasta cierto punto aséptico, temperamentalmente controlado. En parte ha sido así. El artista llevó la interpretación sin desmayos en la punta de los dedos, solucionando las dificultades mecánicas, sobrado en la digitación y la formulación de las estructuras. Pero no es un instrumentista especialmente dotado para el color, para el fraseo fantasioso, para conceder variedad, contrastes súbitos y turbulencias emocionales, que sin duda, y dependiendo de la óptica, es posible hallar en Bach, incluso en partitura de tan racionales características. Otros, como Fischer, Richter o Barenboim, por citar tres nombres, lo han hecho.

En general, los “tempi” de Aimard son prudentes, pero cuando se lanza a reproducir un “vivace” (Preludio XX) o un “leggero” (Preludio III) sabe ir por derecho sin pestañear, con toques limpios y seguros. Fue capaz en esta ocasión, pese a su control de natura, de abismarse en algunas Fugas demoledoras, como la tan honda y desolada “nº XXIV”. Consiguió texturas claras y líneas firmes, también en aquellas que se desarrollan a cuatro o cinco voces o proponen distintos tipos de canon. E hizo ortodoxos pasajes “legato”. Puso de manifiesto una cierta facilidad en la reproducción de aires de danza, tanto en los rápidos como en los lentos (“Sarabanda” del Preludio VII). Una bella aunque no por completo satisfactoria experiencia en obra tan abierta y monumental. Lástima que el Auditorio no mostrara mucho más de media entrada. Arturo Reverter

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