Critica: El Barbero del Festival de Salzburgo
El Barbero del Festival de Salzburgo: La tía carnal de Rosina
EL BARBERO DE SEVILLA. Melodrama bufo en dos actos. Libreto de Cesare Sterbini, basado en la comedia homónima de Pierre Augustin Caron de Beaumarchais, música de Gioacchino Rossini. Reparto: Nicola Alaimo (Figaro), Cecilia Bartoli (Rosina), Edgardo Rocha (Conde de Almaviva), Alessandro Corbelli (Don Bartolo), Ildebrando D‘Arcangelo (Don Basilio), Rebeca Olvera (Berta), José Coca Loza (Fiorello), Max Sahliger (Ambrogio). Dirección de escena: Rolando Villazón. Escenografía: Harald B. Thor. Vestuario: Brigitte Reiffenstuel. Iluminación: Stefan Bolliger. Dramaturgia: Christian Arseni. Coro Philharmonia de Viena. Les Musiciens du Prince – Monaco. Dirección musical: Gianluca Capuano. Lugar: Salzburgo, Haus Mozart. Entrada: 1.580 espectadores (lleno). Fecha: 4 agosto 2022.
Resulta absolutamente inapropiado para un Festival como el de Salzburgo presentar un montaje de una ópera tan vulgar, falto de talento y ambición artístico como la producción de El barbero de Sevilla recuperada ahora del pasado Festival de Pfingsten. El fallido invento escénico lleva la firma del tenor ahora metido a director de escena Rolando Villazón, y el aval de la mezzosoprano Cecilia Bartoli, directora del Festival de Pascua de Salzburgo, que en esta producción se mete, a sus 56 años, en la piel de la joven Rosina. El resultado, ya lo pueden imaginar.
Villazón mexicaniza su Barbero, que llena de mariachis ¡que cantan corridos y tocan con sus guitarrones y guitarras entremezclados con la música de Rossini. No faltan conquistadores extremeños -Hernán Cortés incluido-, y hasta, en el dislate, el personaje de la sirvienta Berta irrumpe como pintoresca Frida Kalo, tanto en su vestuario colorido como en el peinado característico de la gran artista mexicana. El batiburrillo escénico no tiene rumbo ni sentido dramático. Un cajón de sastre con espacio para cualquier ocurrencia. Villazón, en este fracasado pero aplaudidísimo montaje, transforma la fina “bufonería” original en grotesca payasada. El público, todo hay que decirlo, se lo pasa en grande. Nada nuevo bajo el sol.
Cecilia Bartoli, diva admirada por tantas cosas -también por su excepcional Rosina de antaño, la que grabó con Chailly hace ahora exactamente treinta años en Bolonia- es el objeto y deseo del invento, que nace para su mayor gloria y honra. El tiempo pasa para todos, y la que entonces fue maravillosa Rosina ahora se ha convertido -más musical que escénicamente- en su tía carnal. Fue ella, paradójicamente, lo más flojo de un reparto vocal notable y hasta sobresaliente en su conjunto. Triunfó en toda regla el barítono Nicola Alaimo (sobrino de Simone Alaimo), quien cargó de empatía escénica y empaque vocal su divertido, orondo y fresco Figaro.
También cosecharon importante y más que merecido éxito el veterano Alessandro Corbelli, que a sus setenta años sigue siendo un Don Bartolo de primera (ya hizo ese papel en la famosa grabación boloñesa), quien destacó tanto como el caricaturizado Don Basilio de otro grande de la ópera en italiano, Ildebrando d’Arcangelo, que cargó de énfasis, malicia y fina bufonería al astuto “professore di musica”. Su “Calunnia” sonó, verdaderamente, como un “venticello” que acaba a “colpo di cannone”, gracias a una voz plena de tradición, poderío y saberes. El fino tenor uruguayo Edgardo Rocha revalidó la calidad y belleza vocal de su acabado y bien fraseado Almaviva, papel que ya defendió en 2013 en el Palau de les Arts de València. Estupenda la desenvuelta Berta de la mexicana Rebeca Olvera, que enriqueció con chispa, talento y calidad vocal un personaje cuyo gran momento de gloria -el aria “l vecchiotto cerca moglie” supuso bien aprovechada ocasión de lucimiento.
En absoluto alcanzó el mismo nivel de notabilidad el foso, en el que “Les Musiciens du Prince – Monaco” sonaron como un conjunto discreto. Ya en la obertura, mientras la Bartoli hacía de diosa del cine negro, las trompas se dedicaron a devastar el sonido de una cuerda cuyo descuidado empaste dista del nivel orquestal acostumbrado en Salzburgo. Gianluca Capuano, su titular desde 2019, llevó la función con más rutina que genio. Y, por supuesto, hizo suyas todas las morcillas, adulteraciones (incluidos castañeteos, ritmos de sevillanas y flamencos) y postizos musicales que tan caprichosa y arbitrariamente se introdujeron en la partitura. Una vergüenza, vamos. Por cierto, cualquier parecido entre la estúpida escenografía y la ciudad de Sevilla es pura casualidad. ¡Qué cosa! Justo Romero.
Publicado en el diario Levante el 6 de agosto de 2022.
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