El caso Bartoli
El caso Bartoli
Le preguntan en rueda de prensa: “¿qué piensa usted cuando le dicen que es la mejor cantante del mundo?” y ella responde “Lo acepto”. Parece que lo hace con naturalidad, igual que cuando cautiva al público con sus gestos de entusiasmo casi infantil. ¿Está todo milimétricamente estudiado o no? De todo un poco.
Cecilia Bartoli es el gran caso de carrera guiada por una multinacional discográfica. Apenas un par de óperas al año con directores y teatros muy escogidos –Zurich es caso aparte porque es la forma de reducir los impuestos- y un disco cada año y medio que se explota con giras interminables en las que está prohibida la presencia de cualquier micrófono, que incluyen la firma de discos al final de cada actuación. Ni a ella ni a la discográfica le aportan nada un mes de ensayos para preparar una ópera si no media un dvd. Artista y promotora deciden ese repertorio tan personal como poco rutinario y en ello demuestra inteligencia en dejarse aconsejar por quienes saben. Decca, no lo olvidemos, fue también protagonista del lanzamiento de Pavarotti.
Sonríe al salir a escena, es incapaz de mantener la mirada fija en el público por timidez, lanza una profusión de gorgojitos en cascada como tarjeta de presentación, parece permanentemente poseía por la locura de la Electra de “Idomeneo”, anima a la orquesta con gestos y parece querer decir “más difícil todavía”. Puro espectáculo y muy preparado para que parezca espontáneo. Marketing, pero con una base sólida, aunque no la de aquella Sutherland que era capaz de más agilidades con ocho veces más voz.
Pero ella es realmente una niña grande. Hará unos diez años la miraba tan embelesado que me costó una reprimenda de Teresa Berganza. Cantaba la genial española en el Mozarteum salzburgués y Bartoli la seguía desde el lateral del primer piso con la pasión de su primera fan. Era increíble cómo transmitía su disfrute. Ambos coincidimos en los camerinos y Teresa, nada más verme, me reprochó: “¿a quién has venido a ver? ¿a ésta o a mí?” Berganza, madrileña de rompe y rasga, capaz de advertir lo que pasa en medio del patio de butacas mientras cantaba los abandonos de Ariadna y Bartoli, espectáculo sobre y fuera del escenario. Maestra y alumna y no sólo en los gorgojitos, sino sobre todo en las melodías más íntimas. Pocas como ellas han sabido cantárselas al oído a cada uno de sus espectadores. ¡Que siga el espectáculo, incluso el marketing, siempre que el arte no se pierda!
Gonzalo ALONSO
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