El caso Lissner
Como muchos recordarán, Stéphane Lissner fue director artístico del Teatro Real en sus inicios, en la época en la que Elena Salgado fue su “intendente”. El cómo llegó lo contaré en mis memorias. No duró mucho, ya que ni siquiera llegó a inaugurarlo, tan sólo de 1995 a 1997. Su curriculum, aparte de cargos menores, nace con su entrada en el Chatelet parisino en 1983 y en la Orquesta de París en 1994. Pasó después a la dirección del Festival de Aix-en-Provence en 1998. Se comentó en medios culturales que todo se debía a una estrecha relación con un político del máximo nivel francés. De Madrid se fue, según se contó, sin pagar los gastos de alquiler del chalet que ocupó. En el Teatro Real sabrán quien acabó abonándolos.
El tiempo ha demostrado que era un bluff total, que poco o nada sabía de música y que tenía un segundo que se ocupaba de sus tareas. Para su desgracia todo ello quedó en evidencia tras una entrevista en la televisión francesa en la que hizo el mayor de los ridículos al desconocer los fragmentos musicales y cantantes que le mostraron. Fue entrevistado por Hedwige Chevrillon para el programa “Qui, ètes-vous?” de BMF Business. La periodista le realizó un test que aprobaría con suma facilidad cualquier aficionado a la ópera. Le hizo escuchar cinco fragmentos y le pidió que los reconociera. El primero de ellos fue el más difícil “Ebben ne andrò lontana” de “La Wally”. Lissner creyó que se trata de “Norma”, sin saber diferenciar entre bel canto y verismo.
Vino luego “La forza del destino”. Lissner sonrió pero no dio el nombre. Sí que logró acertar que las notas iniciales de “La canción gitana” pertenecen a “Carmen”. Lo increíble vino con los dos últimos ejemplos. Sonríó al escuchar “Vissi d’arte” pero no fue capaz de dar el nombre de “Tosca” y otro tanto le sucedió con “Un bel dí vedremo” de “Madama Butterfly”. Ni siquiera reconoció a María Callas. Las caras de Lissner fueron todo un poema tras quedar con el culo al aire. Lo tienen aquí.
Pero, a pesar de todo, en Italia no se enteraron y le auparon hasta la intendencia de la mítica Scala en 2006 y, tras resultar un desastre, la abandonó en 2014 para suceder a Nicolas Joël al frente de la Ópera de París, de donde pies en polvorosa, abandonando sus funciones seis meses antes de que acabase su contrato, dejando un enorme déficit. De allí vuelta a Italia, al San Carlo napolitano en 2019, donde los italianos volvieron a equivocarse y saldrá también trasquilado. Ahí tiene ahora la lucha.
Quieren deshacerse de él y recurren a una ley que permite relevos a partir de los 70 años, pero Lissner ha dejado claro que su contrato finaliza en 2025. el ministro de Cultura italiano, Gennaro Sangiuliano, y el superintendente del Teatro San Carlo, Stéphane Lissner, se dedicaron duras palabras en un rifirrafe que poco tuvo de lírico. Intervino luego el alcalde para complicar más las cosas. Y es que el gobierno, a través de una ley, pretende relevarlo de la dirección del coliseo para dar paso a Carlo Fuortes, director general de la RAI. Lissner promete dar toda la batalla que pueda. Las espadas están, pues, en alto. Dice un refrán muy español que “cuando las barbas del vecino veas pelar, echa las tuyas a remojar”. Y no hay más que ver lo que ha sucedido con el superintendente de La Scala, Alexander Pereira. Gonzalo Alonso
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