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Pappano y el Teatro Real
Legados musicales
Por Publicado el: 24/04/2010Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

El Doge y los cuatro mosqueteros

CUATRO MOSQUETEROS
César López Rosell de “El Periódico”, Agustí Fancelli de “El País”, Susana Gaviña de “ABC” y su seguro servidor viajamos en viernes pasado a Milán para rendir homenaje a Simón Boccanegra en voz de Plácido Domingo. Tres enviados por sus diarios, a gastos pagados, y uno por libre. Disfrutamos con la ópera tanto como el propio tenor, pero no sabíamos que a partir del día siguiente íbamos a ser objeto de la maldición del Doge, casi tanto como Paolo Albiani, el malvado de la obra verdiana. Quizá porque aún no se habían publicado nuestras loas. Más se mereció la venganza otro Paolo, Isotta, crítico del “Corriere della sera” que puso de vuelta y media a Domingo por permitirse el capricho, a los setenta años y tras cincuenta de carrera, de cantar un personaje que adora. En la cena posterior a la función, Plácido contó que volaba al día siguiente a Moscú, pero Lissner le advirtió que el aeropuerto de Moscú estaba cerrado. Le encantó la idea de poderse quedar en Milán. Su esposa Marta había de viajar a Madrid ese mismo día. No pudo, nosotros tampoco.
En el siguiente desayuno me informan que Milán ha cerrado, desconociéndose si abriría a la tarde. Una vez cancelado mi vuelo, reservo para el día siguiente y me marcho unas horas a Verona a ver a una querida amiga y pedir a Santa María la Antigua su protección para mi regreso. Vuelvo y me entero a fondo de la situación, evaluando que dará lugar a una larga odisea. Fancelli -¡qué lujo trasladarse en taxi desde Malpensa al centro!- y López Rosell se van ido ese mismo día en tren, preferente claro, hasta Génova y allí se meten en un camarote de lujo hasta su querida Barcelona, mientras el Barcelona hace viaje inverso en autobús a Milán.
Gaviña va cambiando billetes de un día a otro, esperando una reapertura que sólo llega, por unas únicas dos horas, en la mañana del lunes. Decide meterse de polizón –no hay un solo billete de tren- hasta Livorno y allí alquilar una silla en un barco que llegará veinticuatro horas después a Barcelona. Llega el martes a la noche, cena en casa del crítico de su periódico y coge el Ave a Madrid el miércoles. Llevaba, como todos, ropa para un día.
A su servidor le salvan su iphone –no llevaba pc- y los amigos del mundo. En el hotel no hay habitación para más días. Compruebo que no hay trenes y el coche de alquiler más cercano está a 450 km. Cuando voy a pagar 2.400€ para volver en un coche con chofer, recibo una llamada: “Trata de llegar a la frontera con Francia, allí te recogerán unos amigos y te llevarán a Niza. Hay huelga de ferrocarriles en la región, pero será más fácil un coche de alquiler”. Viajo en tren de polizón hasta Ventimiglia y ceno espléndidamente en Niza. Por suerte, esa misma noche abren su aeropuerto y, por 850€, encuentro un Business Niza-Madrid para el día siguiente.
Todo esto por la incompetencia de una Europa Comunitaria que no funciona. Por una alarma tan falsa como la de la gripe A. Le expresé, cenando en la Scala, al vicepresidente de su fundación y consejero de Berlusconi que hoy sólo están en la política quienes no pueden encontrar otro trabajo o quienes tienen mucho dinero. Me respondió que hay un tercer grupo peor: el de quienes tienen mucho dinero y sin él no encontrarían trabajo. Estos inútiles, a los que pagamos fortunas, dejaron sin volar a quince millones de pasajeros durante casi una semana y hundieron a las compañías aéreas, uno de cuyos presidentes llegó a subirse a un avión para testear la nube y ver que no era nociva. Como no podían reconocer de golpe su carísimo error, fueron abriendo poco a poco y contándonos que habían domesticado al volcán. Nos sobra paciencia.

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