Así que pasen doscientos años

Manuel García: El gitano por amor. Elias Torricelli, Suzana Nadejde, Javier Povedano, Marina Martirosyan, Begoña Gómez, José Á. Florido, Carlos Álvarez, Julio Nomdedeu. Orquesta de Ópera Estudio de Málaga. Coro de Ópera de Málaga. Dirección de escena: Emilio Sagi. Escenografía: Dani Bianco. Vestuario: Jesús Ruiz. Iluminación; Eduardo Bravo. Coreografía: Nuria Castejón. Dirección musical: Carlos Aragón. Teatro Cervantes, Málaga, 20 de septiembre de 2024.

Ha costado, pero al fín se materializó la puesta en marcha del Ópera Estudio de Málaga que, bajo la dirección de Carlos Álvarez, ha hecho realidad algo que es habitual en los teatros europeos pero que en España no lo es tanto: la creación de una estructura educativa mediante la cual los jóvenes cantantes puedan formarse de manera integral para afrontar una carrera que les demandará no sólo formación musical, sino actoral, vocal y de estilo. En este caso, las voces seleccionadas han tenido una larga estancia en Málaga bajo la férula de profesionales de la talla de Carlos Álvarez, Carlos Aragón, Barbara Frittoli, Bruno de Simone, Pedro Mari Sánchez, Rinaldo Zhok, Silvia Mkrtchian y Manuel Navarro, con el objetivo de afrontar el estreno mundial de la ópera El gitano por amor de Manuel García. Para lo cual se ha contado con un imbatible equipo escénico formado por Emilio Sagi, Dani Bianco, Jesús Ruiz y Nuria Castejón. Toda una garantía de calidad y elegancia.

Manuel García (1775-1832), que en su etapa española había defendido la protección a la ópera española, se vio un cuarto de siglo después preso de sus antiguas ideas cuando en México se chocó con la negativa del público a escuchar óperas en italiano. Así que tuvo que traducir al castellano óperas suyas anteriores en italiano y componer nuevas óperas en castellano. Una de ellas fue El gitano por amor, escrita en 1828 pero que, por diversas circunstancias, nunca subió a la escena. Y ha habido que esperar casi dos siglos para su resurrección gracias al trabajo musicológico de Juan de Udaeta y al interés del Ópera Estudio de Málaga. Y el resultado es una obra fascinante, la primera ópera española en el sentido de integrar la música del folclore español (polos, tiranas, seguidillas, cañas, canarios, muñeiras, boleros) en un entramado formal de naturaleza mozartiana (la pureza de las líneas melódicas, la escritura para las maderas) y rossiniana (crescendi, coloraturas, concertantes) de manera armónica y natural, sin que se puedan apreciar superposiciones ni saltos abruptos de estética.

El equipo escénico ha bordado una producción de una belleza formal insoslayable, con una escenografía sencilla pero llena de colores de matices cálidos (rojos de diversas gamas, marrones) y con sugerencias andaluzas (ese telón de fondo a base de batas de colas plegadas en forma de flor). El vestuario de Jesús Ruiz es de una belleza y una variedad de texturas maravillosas y la iluminación se recrea en las gamas cálidas, con efectos de una plasticidad bellísima en los finales de acto. Con su sabiduría en materia de movimiento escénico, Emilio Sagi le da vida y variedad al ir y venir de los cantantes y el coro.

Carlos Aragón ha conseguido hacer de una orquesta y un grupo de cantantes jóvenes un conjunto ensamblado y comprometido totalmente con esta música para nada fácil de interpretar. Las imprecisiones y desajustes de la obertura se rectificaron en adelante, consiguiendo el maestro gaditano una flexibilidad rítmica y una coordinación notables, lo que no es poco tratándose de una partitura cuajada de cambios de ritmo, de hemiolias y síncopas. Los abundantes ritmos de danza fueron subrayados por Aragón con gracia y fuerza en los acentos, al mismo tiempo que imprimió ataques enérgicos y dramáticos en momentos como el aria “Hernando desventurado” o la tempestad del finale primo. En los complejos concertantes estuvo atento a llevar de su mano a los cantantes de manera precisa.

Una ópera que exige dominio belcantista y soltura bolera no es nada fácil de cantar. Hubo un buen ramillete de voces jóvenes que dieron cumplida cuenta del desafío, empezando por un Elías Torricelli que no se arredró ante la tremenda parte de Hernando. Voz de tenor ligero pero con proyección y prestancia, con buena línea de canto y agilidades suficientes, a la que se sólo se le pediría una mayor definición del sonido en la franja superior. Suzana Nadejde hizo un notable esfuerzo por articular con claridad y por frasear con enorme gracia, brillando tanto en la coloratura como en el gracejo castizo. El Baldaquín de Javier Povedano fue para quien esto escribe la mejor voz y la mejor actuación. Soberbio actor, llena el teatro con su voz de barítono campanudo, sobrado de volumen, de color homogéneo, flexible, que le permitió brillar en el complejo dúo consigo mismo del primer acto. A pesar de cierto engolamiento, Marina Martirosyan fue una Inés brillante de voz timbrada y buena línea de canto, como atractiva voz y magnífica actriz fue Begoña Gómez, que certificó un espléndido dúo con Povedano. Voz pálida y sin brillo la de Florido y contundente la de Nomdedeu. Muestra de la implicación de Carlos Álvarez en este proyecto fue su decisión de asumir el papel de Marqués del Pino, una parte que le va a las maravillas a su voz seductora y a su fraseo autoritario.

Largas ovaciones de un aforo completo certificaron la buena acogida de esta sorprendente ópera que ahora espera que otros teatros la quieran programar. Andrés Moreno Mengíbar

Más de Moreno Mengíbar