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Lohengrin en el Liceo
BAYREUTH EN BARCELONA: LA GLORIA DE UNOS CONJUNTOS
Por Publicado el: 05/09/2012Categorías: Crítica

El Holandés en el Liceo con Bayreuth

DER FLIEGENDE HOLLÄNDER (R. WAGNER)

Gran Teatre del Liceu de Barcelona. 4 Septiembre 2012.
Versión de concierto

Es sien duda un auténtico acontecimiento la visita del Festival de Bayreuth al Liceu de Barcelona. En primer lugar por el hecho de tratarse de una de las muy escasas salidas de las fuerzas estables del Festival fuera de la Verde Colina, lo que pone en evidencia el reconocimiento de Barcelona como ciudad de gran tradición wagneriana. En segundo lugar, se produce esta segunda visita tras haber transcurrido nada menos que 57 años de la histórica primera, que tuvo lugar en 1955. En la actual visita el Festival de Bayreuth nos ofrece tres óperas – Holandés, Lohengrin y Tristán – en concierto, doblando las dos primeras y dejando la última en representación única. La afluencia de público no ha sido la esperada, pero en eso ha tenido mucho que ver la política de precios aplicada por el Liceu, que ha hecho que los huecos en las localidades caras fueran llamativos.

El resultado artístico de la ópera que ahora nos ocupa ha sido el que podía esperarse, teniendo en cuenta la trayectoria del Festival de Bayreuth en los últimos años, caracterizada por grandes interpretaciones musicales y repartos vocales dignos, pero en los que las grandes figuras de la actualidad no están presentes. Eso no impide que en Bayreuth – como también en Barcelona – la reacción del público sea una de las más triunfalistas que puedan darse en cualquier teatro de ópera del mundo. Siempre me ha llamado la atención la reacción entusiasta del público en Bayreuth, donde se bravea absolutamente todo lo musical y vocal, auque a uno le sonroja semejante bondad triunfalista. En este Holandés parecía que estábamos en Bayreuth y que el Festival había traído a Barcelona hasta el público del Festspielhaus, ya que la reacción triunfalista del mismo ha sido un calco de la que tiene lugar día tras día en la colina de Bayreuyh. No es que no haya habido motivos para el entusiasmo, sino que no todo lo ofrecido ha sido digno de entusiasmo, al menos para quien esto escribe.

Nadie en el Liceu, y de modo unánime, puede dejar de mostrar su entusiasmo ante las prestaciones de la Bayreuther Festspielorchester und Festspielchor. No es que en Barcelona no estemos acostumbrados a semejantes prestaciones, especialmente en lo referente a la orquesta, sino que simplemente son dos conjuntos de calidad insuperable y que además han llegado a Barcelona con la lección muy bien aprendida, tras sus actuaciones en el Festival durante el pasado mes. Aquí me uno sin la más mínima reserva a la reacción triunfalista del público del Liceu.

En Bayreuth contaron con la presencia de Christian Thielemann al frente de la versión musical. Todos los buenos aficionados saben que hoy en día este director alemán reina en el Olimpo wagneriano y él ha sido el gran triunfador en esta ópera en Bayreuth. Lamentablemente, no se ha podido contar con su presencia en Barcelona y ha ocupado su puesto Sebastián Weigle, muy conocido en el Liceu por haber sido director musical hasta fechas relativamente recientes. Weigle es un notable director, como lo ha demostrado muchas veces aquí y lo sigue demostrando actualmente en Frankfurt, pero es claro que no llega a la categoría de Thielemann, si es que hoy hay alguien que pueda ponerse a tan gran altura. Sebastián Weigle tuvo una notable actuación al frente de las excepcionales orquesta y coro, a las que me he referido más arriba. Fue Weigle quien dirigió esta ópera en el Liceu en el año 2007 y entonces su actuación me resultó decepcionante. Es evidente que no es lo mismo dirigir a la orquesta del Liceu que a la de Bayreuth y, por supuesto, la actuación de Weigle ha sido bastante mejor que en aquella ocasión. No obstante, en el segundo acto su dirección me recordó a la de entonces, sin la tensión necesaria, en la que se echó en falta mayor emoción en el dúo de Senta y el Holandés. Por el contrario, su dirección fue magnífica en el tercer acto. Como decía más arriba, Sebastián Weigle no es Thielemann, pero nada me importaría que volviera al Liceu.

El reparto vocal respondía a lo que cada vez es más habitual en Bayreuth, es decir cantantes solventes, alejados de la excepcionalidad, y voces de tamaño un tanto reducido. Ante el entusiasmo del público con los protagonistas no podía sino acordarme de aquella película de hace bastantes años: Si hoy es martes, esto el Bélgica. Parafraseando el título, muchos en el teatro debieron de pensar si esto es Bayreuth, los cantantes son excepcionales. No fue así.

Samuel Youn

La serpiente de verano en el mundote la ópera ha sido este año la expulsión de Bayreuth del barítono ruso Yengeny Nikitin, que estaba previsto como el protagonista de la ópera que nos ocupa. El tatuaje – medio borrado, todo hay que decirlo – de una cruz gamada en una espalda que pocos sitios libres deja para otros nuevos, hizo que el coreano Samuel Youn se convirtiera en el nuevo Holandés y que acabara mereciendo el éxito que obtuvo. Curiosa historia la de este barítono coreano, que lleva bastantes años desarrollando su carrera en teatros secundarios, mientras que en los grandes coliseos sus apariciones no habían pasado de personajes secundarios. Si como muestra vale un botón, les diré que el mes próximo está anunciado como Paolo Albiani en Niza. Samuel Youn ofreció la actuación más completa del cuarteto protagonista, notablemente mejor de lo que lo que podía esperarse, cuando el Festival de Bayreuth abrió sus puertas a fines de Julio. La voz tiene calidad, está muy bien emitida y canta con expresividad. Su volumen no es muy grande, pero lo compensa con una emisión muy limpia. Prefiero un Holandés con una voz más oscura, de auténtico bajo barítono, pero su actuación me ha resultado plenamente convincente.

La figura de mayor relieve en el reparto de Bayreuth era la soprano canadiense Adrienne Pieczonka, que tampoco ha estado presente en Barcelona. En su lugar Senta fue interpretada por la soprano alemana Ricarda Merbeth, quien siempre es una garantía este tipo de óperas. Su actuación fue de menos a más, tras una interpretación sin mucho relieve de la esperada Balada de Senta. Mejoró en el dúo con el Holandés y ofreció lo mejor en el último acto, entregándose sin reservas al personaje y superando las temible notas agudas de la partitura.

Franz-Josef Selig fue un notable Daland. Este buen cantante parece haber salido en los últimos tiempos de un bache en el que había caído, tras sus muy prometedores comienzos en la profesión en los años 90. Cantó con elegancia y suavidad, quedando algo apretado por arriba.

El personaje de Erik es bastante ingrato. Se puede decir que es un personaje un tanto secundario, pero cuenta con un arioso muy expuesto en el tercer acto, en el que Wagner le pone en evidentes dificultades. Los grandes tenores no aceptan cantar este personaje, por lo que pocas veces queda bien cubierto. El tenor alemán Michael König no es una excepción a la regla. Su voz – de tamaño más bien reducido – resulta aceptable en el centro, pero sus dificultades por arriba son evidentes. En su arioso del tercer acto cascó en varias ocasiones. Un auténtico borrón, pudiendo haber sido abucheado en un ambiente menos triunfalista que el que imperaba en el teatro. Les contaré un secreto: es uno de los tenores favoritos de ese gran conocedor de voces que es Gerard Mortier.

Muy buena impresión la dejada por el tenor Benjamín Bruns como el Timonel. Voz agradable y muy bien emitida. Puede ser un estupendo tenor mozartiano. Finalmente, Christa Mayer fue una notable Frau Mary, cantando con gusto y expresividad, aunque algo corta de volumen.

El Liceu ofrecía numerosos huecos en las localidades caras, que en esta ocasión lo eran más que habitualmente. La entrada rondaría el 75 % del aforo, muy superior en las localidades altas. La reacción del público fue tan triunfalista como apasionada.

El concierto comenzó con 5 minutos de retraso y tuvo una duración total de 1 hora y 14 minutos. Los entusiastas aplausos finales tuvieron una duración de 11minutos, que pudieron ser más, si los músicos no deciden abandonar el escenario.

El precio de la localidad más cara (primer piso en este teatro) era de 280 euros, mientras que la butaca de platea costaba 224 euros. En el segundo piso el precio pasaba a 190 euros. Más arriba oscilaban entre 74 y 141 euros. Había localidades con visibilidad reducida o sin visibilidad entre 28 y 57 euros. Precios caros para épocas de crisis. José M. Irurzun

Fotografías. Cortesía del Liceu Fotógrafo: Antonio Bofill

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