El mejor tenor del mundo II

Los artículos de hace dos semanas han traído bastantes emails en los que, de alguna forma, se me pide una opinión personal sobre quién sería para mí el mejor tenor de la historia. La respuesta a tal curiosidad existe y no existe. Como expliqué en el primer artículo son muchos los factores que hay que tener en cuenta, no se pueden comparar peras con manzanas y, a fin de cuentas, es como preguntar ¿quieres más a papá o a mamá? Sin embargo trataré de dar algunas opiniones al respecto, unas personales y otras de los mismos implicados u otros artistas que les conocieron.

Hay un hecho indiscutible: Caruso fue el primer tenor moderno, el primero que superó el millón de discos vendidos cuando apenas había gramófonos. Cien años después de su fallecimiento aún seguimos hablando de él y dentro de otros cien sucederá lo mismo. Estos hechos junto a una voz inconfundible, que se distingue a primeras, aterciopeladamente varonil, con todos los registros propios de un tenor y un repertorio amplio le llevan a ocupar, a mi modesto modo de ver, un primer lugar indiscutible y ahí le coloco a pesar de no haberle podido escuchar jamás en vivo, aspecto que considero imprescindible para opinar de una voz.

Razones similares llevarían a posicionar en los primeros peldaños a Beniamino Gigli, tenor que protagonizó más de veinte películas y cantó más de sesenta papeles. Su voz evolucionó desde el lírico al spinto. Era capaz de cantar con una dulzura propia de la miel páginas como “Mi par udir” o “Una furtiva lagrima” y estallar con firmeza en el “Fui soldato” de “Chenier”. Joan Sutherland me dijo que era la voz de tenor más grande que ella había escuchado. Otros tenores de primera fila indiscutibles hasta los años cincuenta fueron Melchior, Lauri Volpi, Bjoerling, Pertile, Tauber, Fleta, etc. A ninguno de ellos pude oírles en vivo, sí en cambio a los siguientes.

Giuseppe di Stefano tenía de joven una voz parecida a la de Gigli y el mayor corazón. Tanto temperamento le arruinó pronto la carrera, pero aquellos diez años fueron gloriosos. Richard Tucker fue el tenor americano por excelencia, hoy injustamente olvidado. Jamás he escuchado una ovación mayor que cuando terminó el aria de “La juive” en el Liceo. Inolvidable. Carlo Bergonzi, que no poseía una voz bella, la suplió con verdiana elegancia. Pocos mejores para Verdi y su “Forza” y “Ballo” inconmensurables.

Plácido Domingo es el mayor artista operístico que he conocido sobre un escenario, musical, con una voz preciosa, arrebatador en frases inolvidables, con el que más veces he disfrutado y con el que más he sufrido ya que sus problemas arriba eran evidentes con frecuencia. Luciano Pavarotti fue la voz iluminada por el sol, con un registro agudo extenso y firme, el prototipo de tenor. Incomparable su “Boheme”. Declaró que el mejor tenor había sido Franco Corelli.

Corelli, inseguro en la búsqueda de la perfección, fue el tenor más completo que he visto y escuchado, por caudal, belleza tímbrica, facilidad en todos los registros y presencia escénica. Mi número uno de los escuchados, pero para él ese uno fue del Monaco, dotado de una voz de bronce que proyectaba con enorme “squillo”. El Otello por excelencia.  Domingo quiso que en Verona le confirmase como su sucesor y él contestó irónicamente: “Yo canto todos los días de la semana, no puedo pasar mi cetro a quien sólo lo hace los domingos”.

En este espacio limitado no por ello hay que olvidar a Kraus, Wunderlich, Schipa, Flórez, Vickers, Windgassen, Carreras, Aragall, etc. ni al indiscutible número uno actual: Jonas Kaufmann. Gonzalo Alonso