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Por Publicado el: 30/05/2012Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

El niño de Linares

El niño de Linares
Corrían los últimos sesenta y había un programa de variedades en la BBC los sábados por la noche. En uno de ellos cantaron famosos de la época como Sandie Shaw y mi sorpresa fue mayúscula cuando el invitado para el colofón de cierre fue Raphael, el niño de Linares como hasta en Inglaterra le llamaban. Desde entonces ha pasado mucho tiempo y más aún desde aquellos tres premios en Benidorm del año 62. No lo ocultó al iniciar sus dos inmensos recitales en la Zarzuela esta semana: “cantaba canciones de los sesenta, canciones blancas” y efectivamente así suenan hoy “Cupido”, “Casi, casi”, “A pesar de todo” o “Inmensidad”. Muchas de ellas las firmó Manuel Alejandro pero tras “En carne viva”, hace casi treinta años, no habían vuelto a trabajar juntos. “Enfadados” es el título quizá clarificador de una de las piezas de “Reencuentro”, el nuevo disco que los vuelve a unir.
Al menos una vez en la vida, guste o no Raphael, hay que asistir a uno de sus espectáculos para entender la potencia del fenómeno. Entender cómo es posible que muchos de esos entusiasmados –un auditorio heterogéneo en edades, clases sociales y fama- jamás hubiesen escuchado los títulos antes mencionados porque su edad no lo permitía. Ya quisiera Montserrat Caballé en su próxima aparición en Arena encontrarse con un recibimiento similar: un público puesto en pié, ovacionando, vitoreando, bailando, totalmente entregado desde el primer segundo.
«Este es mi teatro fetiche. “Aquí empezó todo… Siguió siéndolo cuando volví a la vida. Y vuelve a serlo porque he vuelto con Manuel Alejandro” y ya el delirio tras entonar “Digan lo que digan” y saludar al compositor. Ese hit es uno de sus himnos recurrentes. Quizá, todo hay que decirlo, demasiado recurrentes: “Sigo siendo aquél”, “Qué sabe nadie y qué le importa a nadie”… es el cliché que sobre su vida y obra ha modelado el artista. Las canciones de siempre con su frecuente exagerada dicción en las vocales finales, media docena de su nuevo disco, con alguna de ellas -“El mundo será de ellas”- algo fuera de su línea, pero todas impregnadas de su inconfundible y única personalidad.
Dos horas sobre el escenario cantando sin un solo minuto de descanso y sin desfallecer. Pocos de hoy serían capaces de otro tanto y aún menos de aquellos de su generación aún en activo como Streisand, Bassey, esa Mina por cuya voz discográfica parece no pasar el tiempo o el Engelbert Humperdick que esta noche, en Eurovisión, nos devolverá a los años dorados del pop.

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