EL PUBLICO I
EL PUBLICO I
Los públicos musicales han cambiado mucho en las últimas décadas. Hace un lustro lo componían personas de posición social elevada que se convertían en habituales. Era un público, como todos, con sus virtudes y defectos. Quizá no entendiesen mucho en un principio pero el hábito y el intercambio constante de opiniones les llevaba a saber de música. Eran prepotentes como para beberse una copa de champagne en el postpalco entre aria y aria ó como para escuchar a la vez por radio un partido de fútbol.
Ahora ese público ha sido sustituído por otro que acude una ó dos veces al año a la ópera, que con suerte ve un par de “Bohemes” en su vida. Los patrocinios y otras novedades han traído un público de “entradas regaladas” por sus empresas ó un público que paga sesenta mil pesetas por un par de entradas para poderse poner de “tiros largos”. Un público tan hortera como para llevar el Moviline ó el mensáfono atado al cinturón. Y claro, han de aplaudir y vitorear todo lo que les echen porque es un regalo del “jefe”, una muestra de reconocimiento a sus esfuerzos, ó porque los cuatro mil duros y el smoking no merecen menos. Es moneda frecuente en Centroeuropa y América.
Este verano presencie una discusión de lo más significativa al respecto. En la fila precedente había un espectador en mangas de camisa junto a un matrimonio de los aludidos anteriormente. La ropa informal de aquél era exquisito gusto; del smoking y el traje largo de la pareja más vale no hablar. El espectador no había hecho más que retorcerse en su asiento ante una representación deleznable que la pareja aplaudía a rabiar sin dejar apagarse las notas. De reojo miraban con disgusto a su vecino: les amargaba “su función”. El individuo quiso escapar de aquello nada más bajarse el telón, pero sus vecinos se lo trataron de impedir. “Esto no es el cine” increpó la dama. El sujeto la replicó “Sobradamente lo sé, señora. Al cine voy tres o cuatro veces al año, las mismas que ustedes vienen a la ópera. En cambio aquí vengo un par de ellas a la semana. Distingo los camelos y no estoy dispuesto a vestir de gala día sí, día no”. Afortunadamente no todos han cambiado y como éste ó como los que asistían de pie en la galería aún hay unos cuantos. BECKMESSER
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