EL PÚBLICO (II)
EL PÚBLICO (II)
Hace unos días les transmitía mis impresiones sobre el público actual. Hoy deseo abundar más en el tema porque tengo otro ejemplo que no me resisto a contarles ya que ilustra enormemente sobre el mismo. Y no sólo sobre el mismo, sino también sobre la adocenación a la que entre unos y otros -los que mandan, quizá también los que escribimos, etc- se esta llevando a la población. El escenario de esta anécdota es Austria. Algo así afortunadamente todavía sería impensable en España, donde el final habría sido otro muy distinto, pero vamos camino de ello. Sólo así se entienden, por ejemplo, fidelidades poco meditadas en el voto político.
Se había anunciado en una importante ciudad austríaca la actuación de una cantante otrora muy querida allí. Era el retorno a la ciudad de la que fue una de sus reinas más queridas. El programa y el escenario diferían notablemente de los de antaño, al igual que sus condiciones vocales. Cantaba música de su país natal acompañada de un conjunto folklórico con añadidos pretendidamente sofisticados. Pero no es éste el tema. El concierto iba a tener lugar en la plaza del Ayuntamiento pero, al hallarse el tiempo muy inestable, se trasladó a una carpa en uno de los palacios de la ciudad. Esa tarde efectivamente llovió y el público, que había pagado desde treinta a doscientos euros la entrada, acudió de “tiros largos”. Al llegar y preguntar a los acomodadores por la ubicación de su localidad, naturalmente numerada, se encontraron con que todas se habían agrupado por tipos de precio. Ya no tenían su butaca sino una zona de bancos donde acomodarse. Ante el desconcierto la gente, al llegar, se fue sentando como pudo de forma que al final no había sitio para todos y que mucha gente, de rigurosa etiqueta, carecía de sitio. Hubo protestas pero el presentador conminó a la Baltsa a empezar el espectáculo, acallando aquellas al enfrentar a los “amotinados” con los que, emplazados cómodamente, querían seguir el recital. Y los que protestaban por no tener asiento, a pesar de llevar en la mano una entrada de doscientos euros, se hubieron de ir o sentarse en el suelo de arena con sus pantalones de etiqueta y trajes largos. ¿Cabe mayor tomadura de pelo de la organización e insolidaridad de los otros asistentes? Tomen nota porque a ese tipo de sociedad estamos avocados. BECKMESSER
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