El Real y el Liceo ante su futuro
El Real y el Liceo ante su futuro
El Real y el Liceo II
La pasada semana les escribía un paseo por los Teatros Real y Liceo en los últimos años, pero el espacio no daba ni para retroceder a épocas anteriores ni para profundizar en sus problemas actuales. Hoy podemos avanzar un poquito más.
Siento auténtico amor por ambos teatros. Comencé mi andadura musical en el madrileño con unas “Vísperas de la Beata Vergine” que dirigió aquel buen director y mejor persona que fue Odón Alonso. En el barcelonés descubrí la ópera de la mano de Juan Antonio Pamias, a quien nunca dejaré de agradecerle el cariño y la deferencia que me dispensó. Eran los primeros años setenta y, mientras estudiaba dos años en el IESE, acudía todas las tardes a los ensayos del Liceo. Eran los tiempos de oro del teatro con Caballé, Domingo, Tucker, McNeil, Brusón, Zeani, Carreras, Aragall, Bumbry, Verret, … ¡imposible la lista! Al acabar mis estudios me presenté en su despacho a despedirme. “Ahora se olvidará de nosotros” me dijo. Juan Antonio, ya ves que no.
Aquel abogado se jugaba su dinero cada temporada, porque el era su empresario. El teatro no vivía entonces de las subvenciones y los políticos ni pinchaban ni cortaban. Pamias era el Liceo en el más amplio sentido de la palabra. A Pamias le sucedió una etapa inestable, llena de sombras y algunas luces, hasta que el teatro pasó a ser dirigido desde la política. Por aquel entonces la Zarzuela vivía en Madrid con los Amigos de la Ópera y el Ministerio de Cultura. ¡Qué tiempos!
Mortier decía que en Madrid no había habido ópera antes de él. Era en esto tan ignorante como lo fue Lissner. Eran franceses…, pero lo que no es de recibo es que últimamente parezca que en Madrid no ha existido el Real previo a Mortier y Matabosch. No, señores, el nombre internacional del teatro se debe también a Cambreleg, García Navarro, Emilio Sagi, Antonio Moral e incluso también, más en la oscuridad, a José Luis Tamayo y Daniel Bianco, incluso a Gutiérrez de Luna. El Real existió antes de Mortier aunque, como el Liceo, se gestionase políticamente.
El Real ha encargado a ese estupendo periodista y amigo que es Rubén Amón un nuevo libro sobre el teatro. No dudo de su valía, a pesar de existir ya los de Subirá y Turina, pero el LIBRO con mayúsculas está por escribirse. Ese en el que se cuente cómo llegó Lissner al Real y cómo se fue. Aquella cinco horas de un patronato tomando café y esperando inútilmente si Victor Pablo y la ONE se ponían de acuerdo con la prensa esperando en la puerta. La exigencia que Miguel Ángel Cortés le transmitió a Cambreleng para que pudiera ser director. Cómo se cayó “Parsifal” de la reapertura. Cómo se contrató y negoció con Mortier. Por qué Ruiz Gallardón dijo a sus hombres de confianza en la comisión ejecutiva que o se admitía a Cambreleng, al que apoyaba Esperanza Agirre, o llegaría a él Torrebruno, cómo cayó Salgado.…
Pero esto es sólo historia, lo importante hoy es que ambos se gestionan hoy más razonablemente.
El Real tiene un problema prácticamente insoluble, como es su reducido aforo, lo que se traduce en precios más elevados de lo que corresponde a su actual programación en comparación con otros teatros europeos y, por tanto, a una segmentación social en su público. El Liceo, con un aforo muy superior, tiene el problema inverso. Cómo llenarlo de un público que le ha dado la espalda por no sentirse atraído por lo que le ofrecían y también porque dejó perder la solidaridad que la ciudadanía mostró cuando su incendio en 1994.
Ambos, uno con un 30% y otro con un 50% de subvención pública tienen la obligación de responder ante la sociedad de ese dinero que les entregamos difundiendo la ópera incluso fuera de sus propios espacios. El Real ha proyectado algunos espectáculos en la Plaza de Oriente así como en contadas retransmisiones por TVE. El Liceo ha puesto en marcha el ambicioso programa de “Ópera a la fresca”, con retransmisiones al aire libre en más de 120 municipios, en lo que es una clara apuesta por el público al que elige como destinatario.
Ambos teatros están capitaneados por dos personas de gran influencia en la sociedad civil, como son Gregorio Marañón y Salvador Alemany y ambos van a tener que competir por la distribución de las cantidades destinadas a patrocinios de las grandes empresas del país.
El asunto no es fácil y los Pamias han dejado de existir, entre otras cosas, porque de existir incluso, como Amancio Ortega, serían llamados atracadores. Es nuestro mundo actual. Gonzalo Alonso
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