El último bohemio, in memoriam de Alfonso Echeverría
In memoriam
EL ÚLTIMO BOHEMIO
Hay veces que la vida, cada vez con más frecuencia, suelta un latigazo doliente en el alma que te pone delante el recordatorio de una realidad pesante respecto al tiempo que llevas aspirando e inspirando, y de cómo el bombardeo es cada vez más cercano y doliente con personas que te dejan para un siempre eterno. ¡Los años!
Cuando hace unos pocos días, concretamente el 20 del presente mayo, te das de bruces con la noticia inesperada de que ya no vas a volver a reunirte más con Alfonso Echeverría, ni vas a tener con él las largas conversaciones telefónicas a través de ese pequeño aparato electrónico que llevas casi imanado a la mano, ni a disfrutar de ese siempre largo zurito o clarete de Tafalla cuando venía -siempre cargado de una tremenda ilusión- a su natal San Sebastián; por ello el dolor neuronal se hace intenso y profundo, ya que su definitiva ausencia vital es cual lacerante losa anímica, que el tiempo reconvertirá en un añorante recuerdo de ese hombretón generoso, vitalista, siempre dando más que recibiendo.
¡Se ha ido el último bohemio lírico de aquel Madrid de los años 70 del pasado siglo! Un hombre jovial, serio estudiante de música y canto (en el tema jurídico los libros iban a trancas y barrancas), dotado de una voz natural preciosa, que de haberla cuidado hubiera llegado aún más lejos de dónde llegó; tenia a gala gozar de la amistad, que también recibía y ha seguido recibiendo a borbotones, hasta el final de su vida. Aquel “Fantomas” voz solista, como barítono, de la Gloriosa y Muy Andariega Tuna de la Facultad de Derecho de Madrid; aquel estudiante de canto y miembro del Coro Nacional, que compartía largas cenas y generosas andanzas (ni cuento cuando en el local había un piano), después de una función de zarzuela, junto con sus grandes amigos Miguel López Galindo “Miguelón”, con el gran bajo/barítono de fama internacional el maño Carlos Chausson, con el importante agente artístico que es Alfonso García Leoz, (que tiene una “Doña Francisquita” magistral, grabada en un oculto casete), o con otra voz de campanillas cual la de Ricardo Muñiz, y con tantos otros (‘otras’ para los catetos pedantes lingüísticos) que conformaron un grupo de voces liricas de relieve. La bohemia de la juventud canora en estado puro. En el Teatro de la Zarzuela ha sido querido por todos, desde el portero de la entrada de aristas, pasando por el personal técnico hasta llegar al de vestuario, atrezo, maquillaje, etc.
Alfonso Echeverría – “Torres” matizaba él, rindiendo así con su segundo apellido un perenne homenaje a su adorada madre- amaba sobre todo la libertad. Su vida no estuvo basada en la esclavitud del exigente oficio que requiere ahora el cantante lírico. Le interesaba enterarse de todo, cotilleos incluidos, relativo a la magia cotidiana del mundo del canto. Siempre un “me encuentro estupendo de voz” y al terminar la función o la gala también siempre preguntaba “dime dónde la he pifiado; yo ya lo sé y quiero conocerlo por ti”. Determinada disciplina escénica no iba mucho con él, como recuerdo al caso que se estaba bañando en la playa de La Concha a las 6 de la tarde cuando tenía que intervenir en “Un Ballo in Maschera” dos horas después. Ese era Alfonso, cantando con los más grandes, nacionales e internacionales, dirigido por las batutas más importantes del momento. Incluso Riccardo Muti se interesó por él para hacer un “Attila”. Por ahí andan papeles tratando del tema. Recordaba anécdotas con Leonard Bernstein en Viena, que dan para el doble del espacio que aquí utilizo. Siempre dispuesto a hacer un favor, salvo cuando -como decía Alfredo Landa- “se le tocaba el magro”; entonces le cantaba las cuarenta al lucero del alba. Solo le he conocido esa conducta en dos ocasiones, una en vivo y otra en referencia directa. Estaba feliz con su nieto; enamorado de su profesión de enseñante en la academia de canto que creó en Pamplona su segunda esposa María Eugenia Echarren. Fue un defensor a ultranza de la técnica vienesa del canto, donde estudió durante tres años y cantando en la Staatoper entre 1979 a 1982, y aprendiéndola bien, con la que, luego, impartió clases. Gran amigo de fallecido maestro Jesús López Cobos, de quien me contó la siguiente anécdota: estando el toresano (muy joven él, casi recién dejado el seminario) dando clase de canto le entregó un ujier un sobre que abrió ante sus alumnos y dentro del mismo estaba su nómina como profesor y el importe, en metálico, de la misma, a lo que dijo con sorpresa “¡Jesús, cuando cobro!”, de donde vino luego el chascarrillo maldiciente de “Jesús López Cobros”.
En uno de aquellos largos cafés de media mañana donostiarra me dijo algo que nunca he olvidado: “creo que pude ser uno de los grandes, pero escogí el camino de la felicidad que siempre te regala la vida”. La respuesta -por mi parte- no pudo ser otra que la de “grande ya eres, en tamaño y en voz, pero también un vivalavirgen”. Su risotada hizo eco en la cafetería California, donde nos encontrábamos y haciendo volver la cabeza a muchos. Al poco una persona, a punto se salir, se nos acercó y le dijo “¿usted es cantante de ópera, verdad? Nunca le he visto tan feliz como en ese momento.
A Alfonso le han recordado, en nota oficial, el Teatro de la Zarzuela, La Asociación Gayarre de Amigos la Ópera de Navarra (AGAO), la revista “Scherzo”, la televisión vasca EITB, la Asociación de Cantantes Líricos Españoles, la ABAO-Ópera Bilbao. Aquí en su casa, en Donosti Aldea, en San Sebastián, la Quincena Musical, El Ayuntamiento, el Orfeón Donostiarra, con su silencio, hasta el momento, han hecho mutis por el foro. Alguien dijo que San Sebastián era la Salzburgo del Sur. ¡Anda y que te ondulen! Alfonso querido, nos veremos pero no tengas prisa, ya llegaré para ponerte al día. Manuel Cabrera.
Gracias por tan sentida y exacta reseña. Fui amigo de Alfonso y doy fe de que era así y aún mejor si cabe. Solo quiero enmendar un pequeño error en el texto. Cuando se cita a Miguel López Galindo, Miguelón, se acompaña de un “q.e.p.d”, que todos sabemos lo que significa.
Pues bien, como amigo de Miguelón desde hace más de 30 años, doy fe de que está alegre, vivito y coleando, aunque, eso sí, algo herido por el maldito ictus. Vive rodeado en Málaga del cariño de su familia y amigos. Tanto él como Alfonso, además de eximios cantantes y bohemios de pro fueron y son enormes corazones con barba y bigote. Descanse en paz Fantomas y larga vida a Miguelón
Muchas gracias por su observación, ya corregida
Mis más sinceras disculpas por el error cometido respecto a ‘Miguelón’.
A la más fina calipoterra se le escapa, sin querer una contracción anal.
Recibí una información que no contrasté y de ahí vino el pecado.
Ánimo ‘Miguelón’ que hay que salir del traspiés. El bandurria de la tuna tiene que recuperarse enseguida.
Un afectuoso abrazo y mil perdones.
Manuel Cabrera