EL ÚLTIMO FRÜHBECK
EL ÚLTIMO FRÜHBECK
Este disco plantea un viejo dilema, repetido una y otra vez a lo largo de la historia del fonógrafo con muy distintos, y hasta opuestos, resultados: ¿debe un director al final de su carrera, físicamente en mal estado, grabar discos? ¿es justo que se acabe valorándolo por esas grabaciones? O al revés: grabar discos al final de una carrera es para un director una manera de mostrar la auténtica madurez del sabio que viene de vuelta. Hay ejemplos para todos los gustos: recordamos a un Celibidache muy, muy mayor frente a la Filarmónica de Berlín haciendo la mejor séptima de Bruckner de la historia (sí, ha leído usted bien); o a Klemperer, al final de su vida, dirigiendo las más impresionantes e irrepetibles sinfonías de Beethoven escuchadas jamás (un producto de la BBC que a nadie se le ha ocurrido trasvasar al DVD) o a Knappertsbuch, tan impávidamente sentado en la silla como los otros dos, tan hecho polvo como los otros dos, dirigiendo la escena final de La walkiria a un London terminal en un estado de gracia tal que los ingenieros que estaban grabando aquello flipaban con alas de ángeles; o a un Karajan dando una lección de juventud musical, entre otras lecciones, en su última grabación (dicen que la más cara de la historia del disco) de El caballero de la rosa . Sin embargo, y por poner un ejemplo de lo contrario, tres años antes el maestro salzburgués había grabado un Parsifal senil y delectante hasta rozar el sirope. Hay de todo en esto, claro.
Rafael Frühbeck de Burgos no ha sido un director de esa talla, pero sí un gran director de orquesta, en demasiadas ocasiones no valorado justamente. No voy a recordar ahora su brillante carrera, pero ante esta grabación sí me parece necesario reivindicar la figura de aquel que llevó al disco magistrales versiones de, por citar algunas, los oratorios de Mendelssohn, Elías y Paulus; Dafnis y Cloe, de Ravel, o la misma Consagración de la Primavera de Stravinsky; igualmente inolvidable es su Carmen, con una Grace Bumbry que, para mi gusto, es la Carmen más completa que conozco en disco. ¿Y Carmina Burana? Pues también, y una versión que, desde el primer momento, hay que calificar como de referencia. Fue hace 50 años, y es difícil olvidar de ella, igualmente, las intervenciones de una Lucia Popp en el mejor momento de su carrera. Fue esa una interpretación tensa, de una tensión que, de alguna manera, salva la ingravidez objetiva de una música que realmente es poca cosa, pero que nació untada de ese privilegio de las que pocas partituras mejores –y mucho, muchísimo mejores- han gozado y siguen gozando: la popularidad.
Y ahora Frühbeck, poco antes de dejarnos y tras dirigirla cientos de veces, ha vuelto a ella y la ha enlatado en un disco que ante todo y sobre todo debe de considerarse como un merecido homenaje de la que tantos años fue “su” Orquesta. ¿Cómo es la versión? Pues muy poco en la línea “guererra” del maestro, que la ha dirigido ahora casi con un sentimiento de nostalgia, con la melancolía que genera hacer repasos, y quizá también con la intención de hacer algo diferente cuando se es ya consciente de que a uno no le queda el tiempo suficiente para la autoreivindicación histórica. Es una versión calmosa y detallista, más que la explosión a la que sometía las notas de la partitura cada vez que, de joven, subía al podio para dirigirla. Es, sencillamente, diferente. Gracias, maestro, desde allá donde estés. Pedro González Mira
ORFF: Carmina Burana. Toledano, Mena, Kupfer, Rodríguez. Coro y Orquesta Nacionales de España/Rafael Frühbeck de Burgos.
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