El Vuelo
El vuelo
¿Se animan Marco, de Pablo, García Abril o algún joven intrépido a poner música al siguiente libreto muy vacacional?
Acto I: Un taxi hacia Barajas. El viajero llama su compañía aérea. Quiere saber en que terminal ha de embarcar. Va a un festival musical español. Le contestan que en el 1. Comenta extrañado que tal terminal suele ser el internacional. Le responden secamente que ha de ir al 1. Va al 1. No es allí sino en el 2. Vuelve a llamar al mismo 902 y repite la pregunta. Le responden que ha de ir al 1. Explica que allí esta y no corresponde. “Me habré equivocado, tendrá usted razón”, se disculpan. El pasajero ocupa el ultimo lugar en una cola de sesenta y cuatro personas a la que “despacha” una única empleada. Abundan las reclamaciones. Tras media hora de espera acaba la mitad de la cola haciendo otra cola, la del último minuto. Cuando llega al pupitre le revisan la bolsa de mano. “Lo sentimos, ha de facturar. Su bolsa pesa ocho kilos y sólo admitimos seis”. Quiere sacar de ella un par de libros y el neceser. No le dejan: factura o no embarca. Desea hablar con un supervisor. Está reunido. “¿Quien es el responsable aquí de la compañía?”, pregunta. “Yo”, asegura la del pupitre de al lado y no hay alternativa. “Factura la bolsa o se queda en tierra. No hay tiempo”. La factura.
Acto II, escena 1: Sala de espera. Lee el periódico y charla con otros pasajeros para amortiguar la hora de retraso. “Esto es lo que es. Ya lo debería saber usted. Viajamos con esta compañía por lo que viajamos”, asevera un resignado. Por fin embarca.
Escena 2: Aeronave. Entiende por que no se reparte prensa: no hay espacio entre su asiento y el de delante para abrir el periódico. Hay un par de prospectos ajados en el compartimiento del asiento delantero y varios restos del vuelo anterior. “¿Quieren comprar algo del bar?”. Pide agua. Paga dos euros.
Acto 3: Sala de llegada. Su troley no llega. Reclama. Llevaba un mini ordenador, un móvil de gama alta, etc. Pregunta por la indemnización si no aparecen: seis euros por cada uno de los ocho kilos. Le da un infarto.
Epilogo: la bolsa de mano nunca aparece. La compañía aseguradora no paga indemnización a sus herederos. La defunción no había sido un accidente. En todo caso un incidente.
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