Emma und Eginhard: Magnífica recuperacion barroca
EMMA UND EGINHARD (G. P. TELEMANN)
Theater Schiller de Berlín. 10 Mayo 2015.
Georg Philipp Telemann (1681-1767) es uno de los más importantes compositores barrocos, comparable a Bach y Haendel, aunque hoy su obra está bastante olvidada. De las numerosas óperas que compuso apenas recuerdo que se hayan repuesto otras que Orfeo y Sócrates. De ahí que haya que saludar la iniciativa de René Jacobs y de la Staatsoper de Berlín de dar a conocer esta ópera. El mérito principal es del director belga, René Jaobs, que sigue con su política de desempolvar obras poco conocidas y lo hace con gran dedicación y brillantez. Pero también hay que alabar la decisión de la Staatoper de Berlín, que ha colaborado con Jacobs en varias ocasiones en el pasado y con muy buenos resultados, lo que se ha repetido en esta ocasión.
La ópera toma su trama de la leyenda de los enamorados Emma y Eginhard. Ella era hija del primer matrimonio de Carlomagnoy él uno de sus principales consejeros. Según la leyenda, tras una noche de amor, Emma cruza el patio del castillo con su amado a la espalda para que no se noten las huellas del calzado de Eginhard en la nieve. Se descubre la treta y son condenados por el Emperador, aunque más tarde sean perdonados, en la típica confrontación entre los sentimientos paternales y la razón de estado. Con esta leyenda como excusa, se nos presentan una serie de enredos amorosos de otros personajes, que acaban felizmente por la intervención del dios Amor, que hace que Carlomagno perdone a todos.
La ópera se ha dado en una versión que incluye bastantes cortes, lo que me atrevo a decir que es de agradecer, ya que en otro caso habríamos sobrepasado las 4 horas de duración musical. La música de Telemann es muy agradable, aunque le falte la chispa de inspiración de la que hace gala Haendel en algunas de sus óperas. En cualquier caso, es una ópera que se ve con gusto, basada en una muy buena interpretación musical, una espléndida producción escénica y un reparto vocal equilibrado y en el que destaca la entrega escénica de todos sus componentes.
Me parece justo empezar por hablar de René Jacobs, puesto que a él se debe fundamentalmente el que esta ópera se haya podido ofrecer. Como es habitual en sus trabajos, el director belga hace una dirección musical concienzuda y brillante, sacando un magnífico partido de la espléndida Akademie Für Alte Musik Berlín, formación barroca entre las más prestigiosas de la actualidad. Espero nuevas aportaciones de novedades operísticas por parte de René Jacobs, en la seguridad de que su trabajo siempre será muy apreciado.
Estas óperas barrocas necesitan directores de escena muy imaginativos, que puedan romper con el estatismo que estas obras llevan generalmente consigo. La Staatsoper de Berlín ha encargado una nueva producción a Eva-Maria Höckmayr, cuyo trabajo es espléndido, convirtiéndose en la gran protagonista de esta representación. La escenografía de Nina Von Essen ofrece un escenario giratorio, que permite dar una gran vivacidad a la escena, con frecuentes y rápidos cambios de la misma. Además de eficaz, la escenografía es divertida y sirve muy bien a toda la trama amorosa de la ópera. El vestuario de Julia Rösler mezcla trajes modernos con otros de época y resulta imaginativo, atractivo y divertido al mismo tiempo. Buena también la labor de iluminación de Olaf Freese.
Por donde la producción resulta verdaderamente sorprendente y brillante es por el lado de la propia dirección escénica, que no puede ser más imaginativa y cuidada, con una dirección de actores espléndida. No quiero ni pensar el resultado de esta ópera en manos de un director de escena rutinario. Evidentemente, no es éste el caso de Eva-Maria Höckmayr, que resulta para mí la gran triunfadora de la noche. Su labor – en otro estilo – me recordaba mucho el buen gusto de aquella producción de David McVicar en la Alcina de Haendel.
Como digo más arriba, el reparto vocal no ofrece grandes voces, sino un conjunto de cantantes muy equilibrado, en el que no hay fallos ostensibles y en el que hay que destacar las actuaciones escénicas de todos ellos, que son verdaderamente ejemplares.
La soprano ligera americana Robin Johannsen dio vida a Emma, la hija de Carlomagno, y lo hizo bien, cantando con gusto y grandes dosis de expresividad, aunque me pareció excesivamente ligera para el personaje. El barítono Nikolai Borchev fue un intachable Eginhard, con una voz atractiva y bien emitida, cantando con gusto y resolviendo bien las agilidades.
Buena también la actuación del también barítono Gyula Orendt en la parte de Carlomagno. La Princesa Hildegard fue interpretada por la soprano española Sylvia Schwartz, en una de las actuaciones más completas que le recuerdo. Buena impresión también la dejada por al mezzo soprano Stephanie Atanasov como el Príncipe Heswin.
La pareja de criados lo hicieron francamente bien. Eran Narine Yeghiyan, que doblaba como Bárbara y Amor, y el tenor Florian Hoffmann en la parte de Urban. Buena también la actuación del tenor Stephan Rügamer como Wolrad, el consejero de Carlomagno.
En los personajes secundarios hay que señalar a la mezzo soprano Katharina Kammerloher, en una adecuada Fastrah, al bajo Jan Martinik, que doblaba como el General Alvo y la Voz del final de la ópera. Divertidos. el contratenor Dmitry Egorov como Adelbert. y el tenor Johannes Chum en la parte del consejero Steffen.
El Teatro Schiller estaba prácticamente lleno y el público dedicó una muy cálida acogida a todos los artistas, especialmente a René Jacobs y su orquesta.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 3 horas y 33 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 3 horas y 2 minutos. Ocho minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 68 euros, habiendo butacas de platea por 39 euros. La entrada más barata costaba 22 euros. Magnífica la relación precio-calidad. José M. Irurzun
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