En honor a Carlos Gómez Amat
Por fin hoy el homenaje en el Teatro de la Zarzuela a Carlos Gómez Amat. Allí debemos estar todos los que queremos al veterano crítico y musicólogo.
En honor a Carlos Gómez Amat
por Gonzalo Alonso
El concierto al que asistimos hoy supone para mí una triple satisfacción. Hace ya más de
22 años se me ocurrió que en Madrid había afición suficiente para crear un ciclo de lied. En
un almuerzo en la vecina Ancha se lo planteé a Alfredo Tejero, entonces presidente de la
Fundación Caja Madrid, quien recogió el guante inmediatamente. En un segundo almuerzo,
al que se incorporó Antonio Moral como responsable de las actividades musicales de la
institución, se decidió poner en marcha la iniciativa y en pocos meses tuvimos el primer
Ciclo de Lied en el Teatro de la Zarzuela, el lugar que nos pareció más idóneo y creo que
acertadamente. Años más tarde, cuando la Fundación tuvo que renunciar a las actividades
musicales, logramos que el INAEM y la propia Zarzuela mantuviesen el ciclo y esta
temporada alcanza su vigésimo primera edición.
Los artistas españoles tardaron en aparecer en él. Desde hace años le venía insistiendo a
Antonio Moral en que María José Montiel había de estar en él. Por fin escuchamos hoy a
quien es una de nuestras mejores cantantes.
Con parecida insistencia planteé a Antonio que bien merecía un homenaje el único
superviviente de la gran generación de críticos que encabezó la sección musical de los
periódicos con difusión nacional durante las últimas décadas del siglo pasado. De Xavier
Montsalvatge, Antonio Fernández Cid, Enrique Franco, Antonio Iglesias o Carlos Gómez
Amat hemos bebido todos los que les hemos sucedido. A los cinco no sólo los he admirado,
sino también querido. A Carlos siempre le he tenido un cariño muy especial, lo mismo
que a su esposa Carmen, asidua acompañante y participe en los conciertos. Antonio tuvo
la estupenda idea de unir mi propuesta de homenaje a Carlos al recital de María José
Montiel. Carlos y ella se profesan mutuamente enorme afecto y admiración. A este motivo
se une además la estrecha vinculación que Carlos siempre ha mantenido con el Teatro de
la Zarzuela y Paolo Pinamonti, su director, enseguida se entusiasmó con la idea. Nuestra
querida mezzosoprano sintió una inmensa alegría cuando le llegó la propuesta y no vaciló
en aceptar que su programa incluyese algunas bellísimas canciones de don Julio Gómez,
el padre de Carlos.
Y para redondear este acto es José Luis García del Busto, amigo entrañable del
homenajeado, quien escribe su semblanza, a la que se añaden fotos que Joaquín Turina
ha seleccionado de entre los álbumes de su tío. Y, típico de nuestro país, que tiene cosas
malas pero otras estupendas tales como la capacidad de improvisación, todo ello lo hemos
preparado en el último mes. Pero claro, ha sido posible porque nos unía a todos el afecto
que profesamos al gran crítico y musicólogo y las ganas de ofrecerle el homenaje que se
merece a quien además es una de las mejores personas que he conocido. Muchas gracias
Carlos por todo lo que me has enseñado en lo profesional y en lo humano.
Admiración, gratitud y cariño a Carlos Gómez Amat
por José Luis García del Busto
Agustín González Acilu, Carmelo Bernaola, Manuel Alejandro, Rafael Frühbeck, Francisco José León Tello… Doña Rosario, hija de español y cubana, no ejerció la música profesionalmente, pero cantaba con bella voz de soprano, compuso alguna canción, escribía poemas y, en fin, era mujer de sensibilidad artística e inquietud intelectual ciertas. Así pues, el ambiente hogareño de los Gómez fue óptimo caldo de cultivo para el germen y desarrollo de las inquietudes culturales y musicales de nuestro homenajeado. Carlos Gómez Amat estudió música con su padre y en el Conservatorio madrileño –en el que tuvo, entre otros profesores, a Julia Parody, el P. Massó y Manuel García Matos–, a la vez que cursaba
estudios universitarios. En 1948 se licenció en Filosofía y Letras. Cuando Federico Sopeña tomó las riendas del Conservatorio y emprendió una beneficiosa renovación del Centro, una de sus iniciativas fue la de contar con Carlos Gómez Amat para enseñar una asignatura destinada a los estudiantes de Composición que se tituló Historia y Teoría de la Literatura y que se impartió entre los años 1950 y 1953: su carácter de rareza frente a los hábitos tradicionales y –cómo no– cuestiones presupuestarias, acabaron pronto con el “invento”. Pero Carlos ha ejercido la enseñanza también desde otros foros, como la Universidad Nacional de Educación a Distancia o la Universidad Hispanoamericana de La Rábida y ha llevado a cabo otras labores docentes y difusoras, como la publicación de obras de iniciación a la Música y la asesoría al Servicio de Publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia.
Su vinculación laboral más larga y continuada tuvo como marco la radio: en efecto, Carlos trabajó en la redacción de la SER entre 1952 y 1988, al frente de programas musicales que obtuvieron varios Premios Ondas y el general reconocimiento que supuso el Premio Nacional de Radiodifusión de 1968. La labor difusora que llevó a cabo abarcó a las más variadas propuestas musicales, porque Carlos disfruta y ha hecho disfrutar a todos con cualquier tipo de buena música. En una ocasión escribió: “Con toda seguridad, prefiero una buena canción pop a una mediocre sinfonía”.
En cualquier caso, la radio le traería el más importante premio: en aquellos estudios, en aquellos despachos conoció a Carmen, la que sería su mujer, su compañera literalmente inseparable durante medio siglo.
Fue también asesor de sellos discográficos pioneros, como la RCA Española e Hispavox que, además de cultivar el repertorio español habitual, emprendieron iniciativas tan comercialmente osadas como beneméritas por su voluntad de servicio a nuestra cultura musical: me refiero a colecciones de música española antigua (medieval y renacentista) y de música española contemporánea. Carlos presume con razón de haber impulsado el primer disco hecho en España con música de los nuevos lenguajes atonales practicados por la vanguardia: un LP de los años sesenta con obras de Luis de Pablo, Cristóbal Halffter, Carmelo Bernaola y Josep Mª Mestres- Quadreny dirigidas por Enrique García Asensio, al que seguiría otro con obras de Ramón Barce, Jordi Cervelló, Francisco Cano y Tomás Marco, con la voz de Esperanza Abad y dirección de José Mª Franco Gil. Y, en este campo de la discografía en el que se movió Gómez Amat, no está de más recordar la edición de álbumes conteniendo selecciones y antologías destinadas a aficionados en período de iniciación.
Éste es un homenaje de los que más nos gustan, ¿verdad? Es merecidísimo, se fraguó de maneraespontánea y, a partir de la feliz ocurrencia de alguien, cuantos profesionales fuimos informados de ello hemos reaccionado con inmediatez mostrando acuerdo jubiloso y deseo de participar. Pero la iniciativa de homenajear a Carlos Gómez Amat tiene aún un aspecto que la hace más hermosa: se ha convocado porque sí. No es ningún cumpleaños, ningún aniversario especial. No ha pasado nada que invite a ello según los usos convencionales. Vamos a hacer un homenaje a Carlos Gómez Amat porque nos da la gana al INAEM, al CNDM, al Teatro de la Zarzuela, a los artistas que hoy actúan y a la filarmonía española, representada hoy por cuantos vamos a estar disfrutando del concierto y rodeando de admiración y cariño a este gran crítico musical y hombre de cultura. Mucho agradezco a los promotores del acto que me hayan confiado la redacción de una semblanza de mi “hermano mayor”: así le llamé una vez, hace bastantes años, y comprobé, gozoso, que no le desagradaba que me adjudicara tal título que, desde entonces, exhibo orgulloso.
Carlos vino al mundo, el 7 de febrero de 1926, en Madrid. Fue el menor de los cinco hijos del matrimonio formado por Julio Gómez García y Rosario Amat Larrúa. Don Julio –aparte de su labor en otros ámbitos de la cultura– fue uno de los grandes músicos del Madrid y de la España de la primera mitad del siglo XX. Por formación y, acaso, por temperamento, él se consideraba fruto de la era romántica: con humor, decía ser un compositor del siglo XIX nacido un poco tarde. Hombre liberal, radicalmente independiente y sumamente culto, Julio Gómez se proyectó hacia nuestro tiempo al ejercer como espléndido maestro de Composición desde su cátedra del Conservatorio y dando clases particulares en su propia casa, donde también recibía con frecuencia a los destacados músicos e intelectuales que formaban parte de un cultivado y reducido círculo de amistades.
Entre los discípulos de don Julio –a los que Carlos vio pasar por su casa– figuran Miguel Alonso, Ángel Arteaga, Carmen Santiago, Manuel Moreno Buendía, Antón García Abril, Manuel Angulo, Carlos ha colaborado abundantemente con la Orquesta Nacional de España: sé que en aquellos años en que las notas al programa de los conciertos de la ONE iban sin firma, él era uno de los autores que colaboraba en la sombra y gratis et amore. Por cierto, a lo largo de su carrera, Carlos Gómez Amat ha dejado notas al programa modélicas, pues son informativas, valorativas, amenas y escritas con prosa galana. Siempre consideró esta tarea como un “género” literario-musical (y, sobre esto, me siento no solo absolutamente solidario, sino modesto alumno suyo) y solidificó esa idea publicando el espléndido libro Notas para conciertos imaginarios. Pero, volviendo a la ONE, Carlos fue miembro de su consejo rector durante los años ochenta, así como comisario de la exposición conmemorativa del cincuentenario de la ONE, llevada a cabo en 1992.
Extensísima y admirable ha sido su labor crítica, practicada en diversos medios. Ya en 1969 fue premiado por Juventudes Musicales Españolas por su trabajo en este campo. Su última tribuna crítica ha estado en las páginas del diario El Mundo, desde su fundación en 1989 y hasta hace pocos años, cuando Carlos decidió retirarse. Pero sus escritos sobre los más diversos aspectos de la música han sido abundantísimos: fue colaborador asiduo de la revista Bellas Artes de la Dirección General de Patrimonio Artístico, así como de las revistas Música, Cuadernos de Música, Cuadernos de Música y Teatro o del boletín de la Fundación Juan March. También ha colaborado en varias enciclopedias españolas y extranjeras. Son especialmente lúcidos y valiosos sus ensayos sobre la ópera española y sobre el sinfonismo y la música de cámara españoles en los siglos XIX y XX.
Su cercanía a la creación contemporánea le valió ser nombrado miembro de la Sección Española de la SIMC y, por su constante apoyo a los compositores españoles, le fue concedido el Premio de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) en 1984. Y, entre otras distinciones, Carlos Gómez Amat ha recibido las Medallas de Plata y de Oro al Mérito en las Bellas Artes.
Hasta aquí llega nuestra apresurada semblanza de Carlos, hecha sobre la base de sus datos curriculares.
Pero lo más admirable de la persona y del personaje se escapa de esas frías relaciones
de méritos. Intentaré, trazando otros rasgos, acercarme al retrato. En lo llanamente humano, Carlos es un caballero, elegante y cortés. Es un conversador amenísimo, que derrocha pariguales medidas de erudición y de sentido del humor. Es buen amigo de sus
amigos, leal y solidario. Es un colega ejemplar, capaz de elogiar los aciertos y hasta de alegrarse de los éxitos de otros (o sea, según Ortega, es heroico y, según Goethe, es feliz). Es un hombre sensible a cualquier manifestación de la belleza…
En lo intelectual, Carlos es un hombre realmente culto, que ha leído mucho y relee con fruición (“¿Cuánto hace que no lees a Baroja? –Mucho, Carlos, lo confieso –Pues muy mal, conviene volver a don Pío…”). Es poco amigo de gestos pretendidamente cultos y que, con motivo, le parecen paletos (–“Conviene citar menos y leer más…”). Es de opiniones muy suyas, sólidamente basadas y que “pasan” de modas o tendencias coyunturales (–“Pues esta obra, analizada, será todo lo admirable que quieras, pero, escuchada, es un verdadero tostón…”). Tiene por norte la más noble meta que nos podemos trazar quienes estamos en este “negocio”, a saber: “Elevar el nivel cultural y la recta información del pueblo español, sin aburrirle, si es posible”. Carlos demuestra que es posible: nadie como él combina tan donosamente sabiduría y amenidad.
Mucho disfrutamos sus amigos de sus comentarios “a pie de obra”, en los descansos de los conciertos. A veces cancela un barullo de opiniones cruzadas con una frase escueta, contundente, terminante: recuerdo un día, tras la interpretación del Segundo Concierto para piano y orquesta de Rachmaninov, haber oído, mientras salíamos de la sala, comentarios de todo tipo sobre la idoneidad o no de haber programado tal obra, de lo desgastada que está o deja de estar esta música, de si el pianista la entendía mejor o peor, de si el director se había compenetrado o no con el solista…
hasta que llegué al islote donde habitaban Carlos y Carmen. Una vez allí, levanté las cejas inquiriendo la impresión del maestro y éste sentenció: “¡Qué bonita es la música bonita!”. Punto. Me pareció doblemente genial: por un lado, hacía un gesto conclusivo para silenciar tanta zarandaja, como el director que acalla un largo y fortísimo acorde orquestal con un leve giro de muñeca; por otro, reivindicaba el derecho del crítico a acudir a los conciertos para (también) disfrutar.
Siendo Carlos de la misma generación que los compositores españoles de cuyas obras tanto me he ocupado, sus opiniones me han resultado siempre muy útiles, pero, sobre éstas, tengo que agradecerle el relato de tantas vivencias personales que compartió con ellos en su juventud, empezando por los recuerdos de estos músicos cuando acudían a su casa para recibir lección o consejo de don Julio, como más arriba he apuntado. Por eso, cuando escribí la biografía de Carmelo Bernaola, sentí que ese libro tenía que llevar prólogo de Carlos Gómez Amat, como así sería. De paso, aseguré el interés de, al menos, las tres primeras páginas del “tocho”.
Pero Carlos no solo habla con conocimiento y familiaridad de los músicos de su generación, sino también de los del pasado más o menos inmediato. Nuestro querido y recordado colega, amigo y (en mi caso) maestro Enrique Franco, comentaba con gracia una característica de la charla con Carlos Gómez Amat. Decía: “Es que Carlos habla no ya de Falla o Turina, sino incluso de los músicos de la generación anterior, la de Pedrell o Bretón, como si los hubiera tratado personalmente”…
No le faltaba razón a Enrique. Sucede que Carlos había digerido, asimilado y hecho suyas muchas cosas que no solo conoció, sino que virtualmente vivió, a través del relato de su padre, a lo que hay que añadir su interés permanente por profundizar en el conocimiento de la historia musical de la que venimos mediante lecturas de textos de épocas pasadas, al margen de los manuales al uso. Y no solo sabe de música, desde luego. Si no recuerdo mal, Federico Sopeña atribuía a Bruno Walter la frase: “el que solo sabe música, no sabe ni siquiera música”… Repito, no es ése el caso de nuestro homenajeado, gran degustador –por ejemplo– de la literatura. Carlos ha leído todo y, por ejemplo, sabe todo sobre los escritores e intelectuales de la Generación del 98 y ha buceado con profusión en la literatura del siglo XIX, atendiendo –otra cosa muy característica de su proceder– tanto a las obras como al carácter y a la personalidad humana de sus autores reflejados a menudo en los anecdotarios. En una inolvidable jornada donostiarra –cuando los dos ejercíamos la crítica
musical– me contó cosas deliciosas, por ejemplo, de Manuel Bretón de los Herreros, culminando en los versos quebrados que, según la tradición oral, inspiró a don Manuel la noticia de que un osado vecino de Cacabelos afirmaba haber resuelto la cuadratura del círculo. ¡Sí! Hay una publicación, de tirada limitada y agotada, del largo poema satírico de Bretón de los Herreros titulado nada menos que Contra el furor de los filarmónicos, o más bien contra los que desprecian el teatro español, edición tramada por Tomás Martín de Vidales y Carlos Gómez Amat, en la cual nuestro homenajeado hace una introducción maravillosa, manejando textos e informaciones del XIX –sobre todo de Mesonero Romanos y del propio Bretón de los Herreros– con la familiaridad a la que se refería Enrique Franco en la frase que acabo de rememorar. Pues bien, ese texto lo remata Carlos con los referidos versos de Bretón sobre el chulo berciano, los cuales vienen a agrandar la sonrisaque el lector lleva puesta desde el arranque del admirable trabajo.
Por cierto, y a propósito del “furor de los filarmónicos”, supongo que de sus frecuentes incursiones en el siglo XIX deriva la inclinación de Carlos por el término filarmónico, frente al más habitual en nuestros días de melómano. Yo contribuyo modestamente a difundir tal opción desde el día en que leí una de sus escuetas y terminantes opiniones: “Prefiero el término de filarmónico al de melómano, porque es más bonito y porque soy enemigo de manías y adicciones”.
Coda. Termino con una frase extraída de la presentación que escribió nuestro común amigo Tomás Marco –por entonces director general del INAEM– como presentación del homenaje que, al cumplir los setenta años, recibió Carlos Gómez Amat en el Auditorio Nacional, el 30 de octubre de 1996, por parte del extinto CDMC que entonces dirigía Jesús Villa Rojo. Decía Tomás, y lo suscribo punto por punto, que “sin él, nuestra música hubiera sido más pequeña, más chata, más gris ymás paleta”.
Pues eso.
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