Crítica: Enigma sin resolver
Enigma sin resolver
ORQUESTA DE VALÈNCIA.Solista:Iván Balaguer (violonchelo). Director:Yaron Traub. Programa:Obras de Bloch (Schelomo, para violonchelo y orquesta) y Mahler (Sexta sinfonía). Lugar:Palau de la Música. Entrada:Alrededor de 1700 personas (prácticamente lleno). Fecha:Viernes, 27 abril 2018.
Justo Romero
“Mi Sexta sinfoníaplantea un enigma cuya solución no podrá ser alcanzada más que por una generación que conozca y haya asimilado verdaderamente mis cinco primeras sinfonías”. No es seguro que 112 años después de su estreno en Essen, dirigida por el propio Gustav Mahler el 27 de mayo de 1906, el enigma al que se refiere el compositor haya sido resuelto. Ni siquiera, como escribió el fervoroso servidor mahleriano Leonard Bernstein en 1967, una humanidad pasada por el tamiz de dos guerras mundiales, “que ha sentido en carne viva los horrores y tragedias del siglo XX, parece realmente capacitada para aclarar la oscuridad radical” a la que conduce esta sinfonía dramática e inescrutable, que, como escribió el eterno mahleriano José Luis Pérez de Arteaga, “tiene como punto de llegada la noche en su sentido más expresionista, es decir, el infierno”.
Más que plantearse las interrogantes y dudas que entraña esta sinfonía definida como “trágica” por el propio Mahler y escrita no casualmente en la sombría tonalidad de la menor, Yaron Traub se ha centrado en su versión al frente de la Orquesta de València en la ingente labor de reconstruir y dar vida al enorme retablo en cuatro movimientos que edifica Mahler “directamente desde el fondo de su corazón” (Alma Mahler). Faltó mucho de lo que subyace detrás del papel pautado, en el misterio insondable que se parapeta tras las notas, en el arcano de convertir en algo sensible el arte de conjugar los sonidos y el tiempo. La simbología que entraña la partitura también estuvo ausente. Los cencerros fueron cencerros a secas, sin que a través de ellos se advirtiera el sentimiento de soledad y distancia que describe el compositor. Tampoco los dos muy mal resueltos martillazos del movimiento final supusieron algo más que susto o sobrecogimiento, pero nunca los golpes del destino en los que piensa Mahler. Ni el xilófono fue reflejo de la “risa del diablo”, ni los muy calculados juegos modales sugirieron relación con el camino al destino inexorable…
Traub buscó en su nueva visita a la orquesta de la que fue titular más la corrección musical que indagar en el enigma. Fue así una versión en general de tiempos animados, epidérmica, honesta, cuidada y trabajada, y casi siempre correcta, algo ya notable en una composición tan compleja e inaccesible, para cuya interpretación en el Palau de la Música el maestro israelí optó –como hacen hoy casi todos los directores- por ubicar el Scherzocomo segundo movimiento (Mahler, en los ensayos inaugurales en Essen, decidió cambiar el orden y emplazar el Andantetras el Allegroinicial).
Su buen y voluntarioso trabajo resultó afectado en determinados pasajes por una energía que por momentos se llegó a desbocar, provocando excesos métricos y dinámicos que rozaban el descalabro del calibrado discurso en cuatro etapas de este viaje que, a diferencia de lo que ocurre en las cinco sinfonías anteriores, concluye mal, en la oscuridad y el misterio irresoluto. “En derrota psicológica”, como apuntilló Alma Mahler.
Pese a unas secciones de trompetas y trombones distantes de la perfección, la Orquesta de València salió airosa del reto, con remarcables intervenciones solistas de trompa (María Rubio), flauta (Salvador Martínez), oboe (José Teruel), timbales (Javier Eguillor) y, en general, toda la percusión (si se olvidan los célebres martillazos, que poco se parecieron al “golpe de un hacha descargada contra un árbol” que pide Mahler en la partitura. La mejorada sección de cuerdas estuvo a la altura de las circunstancias, muy bien liderada por Enrique Palomares, cuyo violín brilló con particular relieve.
Antes, en la primera parte, el violonchelista valenciano Iván Balaguer, solista de la propia orquesta, dejó constancia de su categoría instrumental y artística en la grandilocuente y casi cinematográfica rapsodia para violonchelo y orquesta Schelomo, compuesta por el discreto pero resultón Ernst Bloch entre 1915 y 1916, quien se inspiró en pasajes bíblicos que exaltan la figura del rey Salomón. Balaguer, que tras unos momentos iniciales de desconcierto se creció para culminar una muy aplaudida actuación, coronó la misma con el bienvenido regalo fuera de programa de una congelada y emotivamente interpretada zarabanda de la Quinta suite para violonchelo solode Bach. ¡Nada mejor tras los fatuos excesos decibélicos de Bloch! .
Publicado en Levante el 29 de abril de 2018
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