Entrevista a Manuel Galduf
Manuel Galduf: “Mi tiempo con la Orquesta de València fue extraordinariamente hermoso y fructífero”
Manuel Galduf (Llíria, 1940) se muestra reacio a hablar. “¿Una entrevista a estas alturas? ¿Y contigo, después de tantas cosas?”. Apuntaba difícil la conversación. Pero el maestro Galduf, que por su aspecto y carácter parece a sus 78 increíbles años más un joven cargado de ilusión y futuro que un director de orquesta casi octogenario, se lanzó pronto a hablar sin pelos en la lengua, a disfrutar rememorando su carrera y a explayarse comentado mil y un detalles sobre el objeto y pasión de su vida: la música. Baluarte y abanderado de la contemporaneidad, de la vanguardia y de la creación valenciana, “feliz” y “satisfecho”, hoy vuelve al podio de la Orquesta de València, conjunto del que fue titular entre 1983 y 1997, para brindar homenaje a su amiga la compositora Matilde Salvador (1918-2007) con motivo del centenario de su nacimiento. En los atriles, la cantata Les hores, escrita por la compositora castellonense en 1974 sobre textos de Salvador Espriu. El programa se cerrará con el poema sinfónico Shéhérezade, de Rismki-Kórsakov.
– Comencemos hablando de la Orquesta de València, de la que fue titular durante 14 largos años, y a la que esta tarde vuelve a dirigir después de un larguísimo distanciamiento. ¿Cómo la ha encontrado tras tantos años? ¿Cómo le han acogido los músicos?
– Cuando en 1983 llegué a la Orquesta de València me propuse expandir su repertorio a lo largo de los 350 años de la moderna creación musical, desde el Barroco hasta nuestros días. Hicimos un repertorio enorme, desde los oratorios de Bach y Händel a infinidad de estrenos absolutos, a la última Matilde Salvador o el último César Cano, y creamos muchas nuevas plazas, lo que supuso la incorporación de nuevos y buenos músicos, algo que mejoró muy sustancialmente a la orquesta en su conjunto. En cuanto a los músicos, pues me he sentido muy bien recibido, con estupenda disposición para trabajar y hacer el mejor concierto posible. Con profesionalidad y exquisita amabilidad.
– ¡Fantástico! Pero yo le preguntaba por la diferencia entre la Orquesta que usted dejó en 1997 y la que se ha encontrado esta semana en los ensayos…
– La Orquesta que yo dejé en 97 estaba ya muy bien, pero andaba aún desequilibrada. Había todavía algunos puntos y detalles mejorables. Hoy es un conjunto más compacto, más homogéneo, con un nivel bien calibrado y sin desajustes. Todas las cuerdas, todas las secciones, tienen una calidad bastante elevada, particularmente en los primeros atriles. En mi época había, por supuesto, estupendos instrumentistas, muchos de ellos, por fortuna, aún siguen. Pero al mismo tiempo había otros –pocos- que estaban muy por debajo de la calidad media del conjunto. La estupenda sección de contrabajos que hay ahora, por ejemplo, poco tiene que ver con la de 1997. La sección de percusión actual es verdaderamente excepcional, como el nuevo timbalero, ciertamente formidable. Hay una nueva solista de trompa [María Rubio] que es de primera clase. Y siguen músicos como el clarinetista José Vicente Herrera, que cada vez que toca sube el nivel de todo. Pero tengo que subrayar que cuando me marché la OV era ya un conjunto bastante, bastante mejorado, con la que a base de mucho trabajo y entusiasmo conseguimos hacer cosas importantes…
– Como aquella electrizante Elektra de Strauss, que dirigió en el Palau de la Música con Eva Marton, Leonie Rysanek y James King en diciembre de 1995…
– Sí, desde luego. ¡Y muchas cosas más! Recuerde Falstaff de Verdi con Giuseppe Taddei, Renata Scotto, Fiorenza Cossotto, Ivo Vinco y otros grandísimos cantantes, o el ciclo de la Tetralogía con los mejores solistas wagnerianos del momento, o Mefistófeles de Boito con Samuel Ramey… ¡Tantas cosas! Y en el universo estrictamente sinfónico se incorporaron todas las grandes sinfonías de la literatura orquestal, desde Mahler a Bruckner, los poemas sinfónicos de Strauss o el sinfonismo de Janáček o Bartók ¡El mandarín maravilloso!, como también las últimas composiciones de Schnittke. Fue, sin duda, un tiempo extraordinariamente hermoso y fructífero, sin horas ni minutos de descanso. Había que ser director titular, y eso suponía un compromiso absoluto para hacer y aceptar todo aquello que requiriese la orquesta, su propia evolución y, por supuesto, el público. Incluso cubrir lo que no hacían los directores invitados. En este sentido, me sentí muy cómodo y muy entregado. También muy recompensado.
– Desplacémonos un poco por el Cauce del Túria. ¿Qué ha supuesto en el panorama sinfónico valenciano la irrupción en 2006 de la Orquesta de la Comunitat Valenciana, titular del Palau de les Arts?
– Ha supuesto que Valencia sea por primera vez una ciudad a la altura musical de cualquier gran capital europea. Tener dos orquestas así, como la de Valencia, que ha hecho un trabajo increíble, y otra como la del Palau de les Arts, que ha tenido –y hemos tenido todos- la suerte y el privilegio de contar con la presencia regular de Lorin Maazel y Zubin Mehta, pues es algo ciertamente excepcional y enriquecedor. Para esta tierra, ha sido una bendición de dios. Todo esto ha elevado de un modo increíble el nivel de la Comunitat Valenciana, no solo musical, sino cultural y presencial en el mundo.
– Sí, pero desde hace muchos años por el Palau de la Música ya pasaban las mejores orquestas y directores de mundo. Recuerde las actuaciones de conjuntos como la Filarmónica de Berlín y tantos otros…
– ¡Sin duda! Pero era otra cosa. Aquellas orquestas en gira llegaban el día del concierto, hacían una prueba acústica, daban el concierto y al día siguiente se marchaban a hacer exactamente lo mismo en otra ciudad. Lo de Maazel y Mehta en Valencia no tenía nada que ver con este trasiego. Los dos hicieron orquesta en Valencia, ¡construyeron música aquí! Se quitaron el frac para remangarse la camisa y trabajar y ensayar con la nueva orquesta. Es algo completamente diferente a lo que tú dices. El Parsifal que dirigió Maazel, o el Ring de Mehta y tantas obras cosas nacieron y se produjeron aquí, son genuinamente valencianos, con todo lo que ello conlleva de enriquecimiento y formación. Y esto es algo impagable, que deja un poso y una huella absolutamente imborrables.
– Mójese: ¿Qué orquesta es mejor: la de la Comunitat Valenciana o la de Valencia?
– No es cuestión de mojarse. Yo a la Orquesta de la Comunitat Valenciana le he oído cosas verdaderamente increíbles de la mano de Lorin Maazel, como ese Parsifal que le comentaba, o el Ring de Mehta. Ahora, en este momento, me hablan, me dicen que hay mucha gente que se ha marchado, que ya no está, que el concertino fantástico inicial se fue a Alemania y el siguiente está ahora en la Orquesta Nacional de España. Su plantilla está muy muy menguada, apenas una cincuentena de músicos. Algunos, muy buenos, también se han ido. Una verdadera pena. De otra parte, la Orquesta de València, como conjunto con mayor solera y arraigo, no sufre por fortuna estas convulsiones, y su calidad, más que resentirse con el paso del tiempo, progresa y es cada día mejor. Por estas y otras razones, francamente no tiene sentido hablar de si una orquesta es mejor o peor que la otra.
– ¿Satisfecho con lo hecho en su larga carrera como director de orquesta?
– La verdad es que he sido muy feliz. ¿Satisfecho? Nunca puedes estarlo: podría haber realizado muchísimas más cosas, pero no sé si hubiera sido más feliz. ¡Me queda todo por dirigir! He disfrutado siempre con lo que he realizado. También de mi tierra, por la que he hecho siempre todo cuanto he podido. También por sus músicos: por los compositores, por los intérpretes, por los jóvenes. Creo que ha sido un periodo muy fructífero para todos, y sí, creo que casi puedo sentirme razonablemente satisfecho. Si miramos la València musical de 1983, cuando yo llegué al podio de la Orquesta de València tras haber sido Catedrático de Dirección de orquesta en Sevilla, y la actual, comprobará que hay un abismo del que todos nos podemos sentir orgullosos. Y me siento muy orgulloso de haber contribuido, junto a otras personas, a tan formidable desarrollo.
– ¿No se arrepiente de haber descuidado su propia proyección en pro de los proyectos que acometía en cada momento?
– Nunca me he preocupado de gestionar mi carrera, de utilizar mis posiciones para potenciarla, de hacer intercambios y todas esas cosas. ¡Me he dedicado a hacer música! Posiblemente, podría haber hecho una carrera de mayor trayectoria, pero seguramente también habría sido menos feliz.
– Quizá uno de los aspectos más encomiables de su carrera sea la atención que siempre ha dispensado tanto a la música contemporánea como a la de su entorno valenciano… ¿Lo ha hecho así por compromiso, conveniencia o por puro placer?
– Posiblemente por compromiso con mi tiempo. Y lo he hecho porque podía hacerlo. Para estrenar tantas obras se necesita un gran esfuerzo suplementario. ¡Es más fácil redirigir por enésima vez la Quinta de Beethoven que montar el estreno de una obra de un desconocido! Piense en la cantidad de música nueva que hemos dado a conocer, además de los estrenos absolutos. No solo valencianos y españoles, sino también de todas las latitudes. Lo que ocurre en esta época es una anomalía absoluta: en tiempos de Beethoven, se tocaba la música de su tiempo. La primacía que en los programas desempeña hoy la música del pasado frente a la actual es algo absolutamente absurdo, sin precedente en la historia de la música. ¡Claro que los músicos que hacemos música actual tenemos el problema de que nos falta el tamiz del tiempo, que selecciona de forma natural la buena y la mala música! Pero para ello estamos nosotros, los programadores, que debemos de tener la capacidad, sensibilidad y ojo clínico para discernir qué es bueno y qué no lo es. Separar el trigo de la paja.
– El concierto de esta tarde se centra en la obra de Matilde Salvador ¿Cómo es su música y cómo era ella como personaje?
– Era una mujer que se sentaba al piano y hasta que no encontraba el acorde que ella quería no lo plasmaba, no lo llevaba al papel. Muy meticulosa. Un poco como ocurre con los post-impresionistas: que tienen muy poca obra pero extremadamente cuidada. De alguna manera, su música refleja el buen gusto de la armonía y un fino sentido vocal, cualidades desarrolladas por la proximidad con su maestro y luego esposo, el gran compositor valenciano Vicente Asencio: sin él, sin su cercanía, es imposible entender el universo estético y compositivo de Matilde. Vivió muy bien y con gran intensidad su tiempo cultural y literario, era una enamorada del valor fonético y musical de la palabra, de su belleza intrínseca. De ahí su pasión por la literatura y la poesía, su fascinación por Salvador Espriu, por ejemplo. La sentí siempre como una amiga muy cariñosa y atenta, desde luego alejada de su imagen de mujer rígida e intransigente.
– ¿Lo mejor de Matilde Salvador es su obra vocal?
– ¡Evidentemente! ¡Tiene setenta y tantas partituras para soprano, tenor, coro, diversas combinaciones vocales…! Lo mejor es la gran cantidad de canciones que compuso.
– ¿Su orquestación es deudora de su marido Vicente Asencio?
– Sí. De hecho, algunas de sus óperas fueron orquestadas por él. La mano de Vicente Asencio está siempre presente en la obra de Matilde. Pero no solo en la de ella, sino en la de muchos creadores valencianos que siguieron su estela y magisterio. Para mí, Vicente Asencio fue una especie de Rimski-Kórsakov. Aquí en Valencia, tuvo, como Rimski en Rusia, su propio grupo de “Los Cinco”; cinco jóvenes que en 1934 se constituyó como núcleo homogéneo para promover un modo de componer genuinamente valenciano, con la intención por ellos mismos expresada de “desarrollar un arte musical valenciano vigoroso y rico, que incorpore a la música universal el matiz psicológico y la emoción propia de nuestro pueblo y de nuestro paisaje. Un arte y una escuela que se manifiesten en todos los géneros, en la sinfonía, en la ópera, en el ballet…”. Sin este precedente y entorno del llamado “Grupo de Jóvenes” (integrado por Vicent Garcés, Ricardo Olmos, Luis Sánchez Fernández y Emilio Valdés y cuyo líder era Asencio), es imposible entender la música y la obra de Matilde y de la creación valenciana posterior. Y sobre ellos, sobre todos ellos, la figura señera de Manuel Palau.
– Manuel Palau… del que usted mismo fue discípulo. ¿De alguna manera, el peso renovador de Palau fue equiparable al ejercido por su tocayo Manuel de Falla en España? ¿Fue Manuel Palau el Manuel de Falla de Valencia?
– No, no, no. ¡Manuel Palau era el Manuel Palau de València! Pero sí, como Falla, Palau fue la gran referencia. Era un hombre que lo sabía todo. Entrar en su casa era adentrarte en un mundo inaudito en la España de la época. ¡Aquello era una apoteosis! En su biblioteca podías encontrar lo que no había en ningún conservatorio, cualquier tratado o partitura que pudieras imaginar. Desde Frescobaldi a lo que quisieras. Estaba muy al día de todo. Y yo tuve una particular sintonía con él, ya que, aunque su cátedra fue de composición, era muy adicto a la dirección de orquesta. Incluso fue el promotor de la cátedra de dirección de orquesta del Conservatorio de Valencia. ¡Lo recuerdo perfectamente dirigiendo La consagración de la primavera sobre la mesa del aula!
– Otro compositor valenciano próximo a usted y del que estos días se conmemora su centenario es Francisco Llácer Pla…
– ¡Don Paco! ¡Era una persona tan inquieta y tan interesada por todo lo que ocurría en su momento! ¡Fíjate que en los años sesenta ya andaba familiarizado con las músicas de Lutosławski y compositores así! Tengo una partitura de una de las sinfonías de Lutosławski totalmente anotada y analizada por él en aquellos años, cuando nadie sabía quién era Lutosławski. Poseía un concepto de la pedagogía muy avanzado, hasta el punto de que publicó un avanzado libro sobre formas musicales. He hecho mucho su música, que admiro y que, curiosamente, tiene en común con la de Matilde Salvador el vínculo con la pintura. Recuerdo cierta ocasión en su casa, cuando él estaba componiendo algo, paró, miró un cuadro abstracto de Ramón Castañer y me detalló todo un razonamiento de cómo ese cuadro le estaba inspirando la obra que tenía entre manos. Fue una gran persona y un compositor de enorme talento.
– A usted se le ha visto siempre como un hombre de izquierdas, quizá próximo al partido socialista. ¿Piensa que este hecho ha perjudicado su carrera durante la larga travesía pepera de la Comunitat Valenciana?
– Pues la verdad que es algo que ni me he parado a pensarlo. Es posible, pero no merece la pena ni conduce a nada hacer cábalas en este sentido. Durante los años “peperos” como usted dice, he sido director titular de la Joven Orquesta de la Comunitat Valenciana, entre 1999 y 2017, y he podido trabajar muy a gusto, posiblemente y sobre todo porque detrás había un motor de gestión artística y musical tan competente y excepcional como fue Inmaculada Tomás.
– En todo caso, y como hombre de izquierdas, ¿no siente cierta decepción por cómo la izquierda está gestionando la cultura en la Comunitat Valenciana y en la ciudad de Valencia en particular? En círculos musicales se comenta con sorna que la actual delegada de Cultura del Ayuntamiento, Glòria Tello, está haciendo santa a Mayrén Beneyto…
– Ahora era el momento de hacer todo lo que no se ha hecho en estos largos años. Y sí, veo con decepción que no se está haciendo. El problema de fondo es que la clase política es incapaz de sentir la música y su problemática con la pasión y la preocupación que lo hacemos los músicos. Tendrían que cargarse de humildad y dejarse asesorar y guiar por las personas que realmente conocen el cotarro. La dificultad es que ni ellos mismos saben a quién recurrir, debido a su propio desconocimiento del ámbito profesional. No quiero entrar en detalles, tampoco es mi cometido, pero evidentemente las cosas se podrían hacer de otro modo, y mejor. Los intentos de popularización de la música son loables, desde luego, pero no tal como se está intentando hacer. Quizá se esté desvirtuando la razón de ser y el sentido de nuestras salas de concierto y de nuestras instituciones musicales. Con todo mi respeto, la idea de llevar nuevos públicos a las salas de concierto sin ton ni son es un error que perjudica a todos. No pienso que sea éste el camino para llevar la música clásica al grueso de la sociedad. Algún crítico –no tú- lo definió muy bien: “En la Comunidad Valenciana tenemos la mejor base: una base de hormigón de 200 metros de ancho y dos de alta, sobre la que podríamos construir una pirámide que se levantara hasta el cielo. Y los políticos, lo que han hecho es coger esa pirámide y ponerla al revés, y aplastar con ello todo lo que hay debajo”. Y esto es precisamente lo que está pasando. Sí, una lástima. Justo Romero.
Publicada en Diario Levante el 5 de octubre.
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