¿Es racista la ópera?
¿Es racista la ópera?
Un análisis sobre el contexto, el concepto del racismo y nuestra perspectiva histórica sobre grandes títulos podría arrojar luz sobre el futuro del género y nuestra manera de entenderlo
A finales del mes de julio, público y compañeros de profesión de la soprano Tamara Wilson aplaudían su decisión de no oscurecerse la piel para encarnar el papel de Aida, producción que se presentaba en el Festival de Verona entre el 21 y 28 de julio. Esta caracterización ha sido el maquillaje habitual para este personaje, una técnica conocida como ‘blackface’ de gran popularidad en el siglo XIX y tan ofensiva entonces como lo es hoy.
Katherine Hu, ciudadana americana e hija de un cantante de ópera taiwanés, apuesta también por la eliminación de esta caracterización, aunque incide en que “los cambios cosméticos no son la manera de llevar la ópera al siglo XXI, son meras distracciones. Necesitamos ver la ópera como un museo y como una clase, aunque sea incómodo. Las compañías de ópera tienen la responsabilidad de presentar los clásicos de forma que ayuden a la audiencia a entender el eco de ciertas problemáticas en nuestro tiempo”.
Amante de la ópera desde niña y testigo de múltiples producciones, Hu reflexiona sobre el racismo en la ópera como testigo de la evolución de los estereotipos étnicos en sus producciones: “Aunque fantásticas y ficticias, la ópera afecta a cómo percibimos a sus personajes. De la misma manera que la novela ‘Los días de Birmania’ de George Orwell – cuyos personajes son caricaturas de indios bajo el gobierno colonial – se enseña responsablemente en las escuelas, también ‘Madama Butterfly’ ayuda a entender el Orientalismo que persiste en el siglo XXI”.
En su opinión, la ópera debería dejar de verse como una producción cultural dinámica y afrontar el racismo intrínseco en ciertos títulos, presentarlos como objetos históricos de la misma manera que lo haría un museo, y educar a partir de su contexto histórico haciendo visibles los estereotipos que fundamentan el racismo: “Es el camino para asegurar el futuro de la ópera. La música de ‘Turandot’ es maravillosa; no hay una emoción comparable a la fuerza del final de una ópera. Tengo esperanza en que cada vez más gente se sienta cómoda en los teatros de ópera, como yo en mi niñez. Si somos capaces de equiparar el genialidad de Puccini con el racismo de su tiempo, entonces habrá esperanza”, concluye.
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