Eschenbach, el laberinto resuelto de lo popular
Eschenbach, el laberinto resuelto de lo popular
Obras de J. Brahms y B. Bartók. Violín: Nicola Benedetti. Orquesta Nacional de España. Director musical: Christoph Eschenbach. Auditorio Nacional, Madrid. 13-V-2017.
Para sustituir a Leonidas Kavakos, ausente por el fallecimiento de un familiar cercano, se contó con la presencia de la violinista escocesa Nicola Benedetti, un recambio de garantías dadas las circunstancias y lo comprometido del repertorio. El Concierto para violín en re mayor de Johannes Brahms que comenzaba el concierto se mantuvo en líneas generales dentro de lo que se espera de Eschenbach: buena diferenciación de planos, amplios espacios para el solista, dinámicas planificadas con gusto y un discurso sonoro coherente con cada arquetipo musical romántico que aparecía. Faltó, como ocurre también de forma habitual con el director alemán, un punto de trascendencia en una obra que proyecta mucho contenido mediante su elaborada tímbrica. Nicola Benedetti consiguió que no se echara de menos a Kavakos más de lo razonable. Su sonido es potente y seguro, con una musicalidad en el fraseo que fluye de forma natural y un virtuosismo que nunca se convierte en el centro del discurso. Ese laberinto en ocasiones intrincado entre el componente popular de esta música y su adecuación al relato sinfónico lo recorrió Benedetti con aparente poco esfuerzo. El segundo movimiento del concierto fue un ejemplo de cómo abordar ese lirismo sin empalagos ni viajes oníricos. Con todo, lo mejor fue el bis: la “Sarabande” de la Partita nº 2 de J. S. Bach, perfecta en su conjunción de estilo, lirismo y expresión.
La segunda parte rendía cuentas a una de las obras orquestales más ambiciosas y personales del siglo XX. El Concierto para orquesta de Bela Bartók es algo así como la resolución a la ecuación múltiple que supone la inclusión del folclore en el universo orquestal. La composición tiene numerosos pasajes descubiertos con tímbricas casi sórdidas donde el empaste es el centro necesario sobre el que se construye todo. Eschenbach cuidó cada punto de colisión y controló el volumen del conjunto para no convertir la pieza en un mero despliegue decibélico. Se subrayaron con idéntico aplomo tanto las alusiones a lo popular como las disgresiones hacia el discurso decimonónico. Gran papel del viento-madera y la percusión, esencial en la música del compositor húngaro. Una lectura, en definitiva, de altos vuelos.
Si todas las orquestas funcionan con una mezcla de motivación que proviene del interés que les despiertan la batuta y el repertorio de los atriles, el dúo Bartók-Eschenbach cumplía ambos requisitos. Una pena que tan buena lectura se enfrentara a un patio de butacas con exceso de huecos. Mario Muñoz Carrasco
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