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Por Publicado el: 26/11/2017Categorías: En vivo

ESMRS: El inicio del largo camino

El inicio del largo camino

ESMRS: El inicio del largo camino

Obras Mozart, Haydn y Beethoven. Orquesta Freixenet de la Escuela Superior de Música Reina Sofía. Mohamed Hiber, violín. Anastasia Vorotnaya, piano. Dirección musical: András Schiff. Auditorio Nacional, Sala Sinfónica, Madrid. 23-XI-2017.

Cualquiera que se dedique al mundo de la música clásica en alguna de sus variantes lo sabe: es una escalada tortuosa de la que pocos salen con bien. El camino está plagado de abandonos cuando el talento y la suerte no supieron darse la mano a tiempo. En este marco siempre es consolador acudir a los conciertos de la Escuela Superior de Música Reina Sofía, que cada año abre una sucursal en el territorio utópico de quienes serán futuros músicos consagrados. En esta ocasión, para la inauguración del curso académico 2017/2018, la batuta encargada de arropar a la juventud era la de András Schiff, aparcando por un rato su faceta de pianista.

Abría la velada el Concierto para violín nº 5 de Mozart, una pieza difícil por ser el caballo de batalla de muchas pruebas de acceso a orquestas profesionales y, a pesar de ello, una partitura bastante frecuente sobre los escenarios. Mohamed Hiber optó por centrarse en el cuidado del sonido y fraseo antes que en el discurso que subyacía bajo la articulada belleza de Mozart. Con un sonido carnoso y rico en colores, el joven violinista ofreció un muestrario de recursos bien desarrollados que hubieran lucido mejor con un punto menos de vibrato y una proyección más vigilada. Schiff procuró envolver a Hiber con un colchón de sonido cómodo, sin extremos dinámicos, en una versión un tanto lánguida que sólo despegó en el Allegro del último movimiento. La Orquesta Freixenet contó con una cuerda dúctil y empastada, muy atenta para no tapar al solista, un viento-madera disciplinado y unos metales algo menos precisos. Cerró la primera parte una Sinfonía nº 88 de Joseph Haydn con los mismos presupuestos estéticos que el Mozart anterior: contención, belleza de sonido y carácter atemperado.

En la segunda parte Anastasia Vorotnaya se hacía cargo del Concierto para piano nº 3 de Beethoven. Y lo hacía con una presencia y voz propia sorprendentes para sus veintipocos años. El primer movimiento tomó como punto de partida la precisión y fuerza en los ataques de la pianista rusa, elementos que alternaba con un virtuosismo bien dosificado. La orquesta respondió con mayor soltura a la dialéctica beethoveniana y los crescendi se planificaron con sumo cuidado. Los primeros compases del Largo, repletos de sentido dramático, fueron lo mejor de la velada. Como delicioso bis, la primera de las Trois marches militaires, op. 51 a cuatro manos, interpretada al alimón con el maestro Schiff. Un colofón perfecto para una noche con la mirada fija en el futuro. Mario Muñoz Carrasco

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