Españoles en la Bienal de Venecia
Españoles en la Bienal de Venecia
España-Italia, dos a uno en campo contrario
Obras de J.Torres, M.Botter y D.del Puerto. G.Davis, clarinete. I. Alberdi, acordeón. A.Sukarlan, piano. Orquesta de la Comunidad de Madrid. J.R. Encinar, director. Teatro La Fenice. Venecia, 1 de octubre.
La Orquesta de la Comunidad de Madrid tiene entre sus virtudes la de preparar a fondo los conciertos de músicas de hoy. El conjunto ha establecido una estrecha y fecunda relación con la Bienal de Venecia, donde ya ha participado en varias ediciones llevando partituras de autores españoles y donde cada vez se valora más su presencia. Ya no es en el Teatro Malibrán o en el Arsenal donde interviene, sino en el mítico Teatro La Fenice. La inquietud programadora de José Ramón Encinar tiene mucho que ver con ello.
En esta ocasión abordó piezas de Jesús Torres y David del Puerto fechadas entre 2005 y 2006, junto a un encargo de la Bienal a Massimo Botter. La clara superioridad de las composiciones españolas quedó patente. Hay en el desolado, lírico y oscuro “Concierto para acordeón y orquesta” de Jesús Torres mucha más profundidad y música que en el “Sentiero in un deserto di lava” de Botter. La misma forma de terminar, un prolongado pianísimo lleno de sentimiento en el primer caso frente a una extraña mueca en el segundo, marca la citada superioridad. Torres logra una obra con interés real a lo largo de sus aproximadamente dieciocho minutos de lamento del acordeón -estupendo Iñaki Alberdi- acompañado por una orquesta en cuyo diseño instrumental siempre está presente la expresividad. Los doce minutos de Botter fueron recibidos con patente frialdad. No ha conseguido el italiano, último premio Reina Sofía, reflejar a través del clarinete bajo las sensaciones que produce en el espectador una erupción volcánica y su carácter dramático queda desdibujado por la reiteración y una cierta falta de ideas.
Magnífica por el contrario la “Segunda sinfonía” de David del Puerto. En este caso también existe un fondo catastrófico, como lo fue el tsumani de 2004, al que el autor dedicó la obra con posterioridad. Hay en él ciertas reminiscencias indonesias, que al pianista Ananda Sukarlan no le habrá resultado difícil resaltar. Parte pianística importante, con largas cadencias, cuyo dialogo con la orquesta se impregna de temperatura épica, que contrasta con algún otro pasaje como el muy lírico del corno inglés. Colorido tímbrico y sentido del ritmo ayudan a dotar a esta partitura claramente sinfónica de una personalidad propia, que resultó muy aplaudida por el público veneciano, como justamente lo fueron los solistas y la orquesta. Gonzalo Alonso
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