Esperpento
Esperpento
En 1951 Nilla Pizzi se había alzado con el triunfo en la primera edición de un prometedor festival de la canción italiana que llevaba el nombre de San Remo. Tanto fue su éxito que la Unión Europea de Radiodifusión decidió tomar la idea como modelo para lanzar una propuesta que, con algunas variaciones, uniese a las televisiones del ámbito de la UER. En 1956, en Lugano, el país anfitrión, celebró el triunfo de su propia representante Lys Assia con “Refrain”. Los italianos se encargaron un par de años después de machacar al festival naciente con un “Nel blu dipinto di blu” -más conocido como “Volare”- que aún hoy se reversiona.
Si bien hubo años con calidad en algunas canciones, la más tremenda insustancialidad impera hoy en el concurso, sobre todo después de que los votos “populares” se hayan adueñado de las preselecciones de las melodías a través de métodos como las llamadas telefónicas o los SMS. España bate este año todos los récords, con un esperpento que para muchos supone una deshonra. Pero se dice que estamos ante la apuesta de una productora para demostrar que con ingenio y medios se puede hacer triunfar cualquier cosa. Cierto o no, el caso desvela a las claras los límites del voto “popular”. ¿Quién vota y cómo en estos eventos? ¿Es lógico dar como triunfadora a una canción por el hecho de que la vote un público que no es el más representativo de cada país?
El asunto va mucho más allá. ¿Puede el voto de una cierta mayoría ser siempre el factor determinante? ¿Puede tener el mismo peso cualquier voto? Ya sabemos que, yendo a otro caso, en España no valen lo mismo todos los votos para las generales, que dependen de la geografía y que castigan o premian a los partidos según su implantación. ¿Qué diferencia existe entre este factor geográfico, admitido durante años, u otros que algún día habrá que abordar aunque hoy nadie se atreva a plantearlo?
Eurovisión ha servido al menos para mostrar lo que sucede cuando se estimula y se le concede categoría de valor al voto más “pringado”, para mostrar a las claras que millones de moscas no pueden tener razón por gustarles las moñigas. No hay mal que por bien no venga.
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